«Eran muy majas y vendían muy bien»
Por segundo sábado consecutivo las Clarisas cismáticas de Belorado no montan su puesto en la plaza de Orduña, donde aún sorprende su abandono de la Iglesia de Roma
Es la última hora del último cisma en la Iglesia, pero podría ser también el título de una película de Almodóvar, de John Waters o ... el mismísimo Berlanga, en gloria esté: las monjas rebeldes no van al mercado. Al mercado de Orduña, el que se celebra todos los sábados. Siempre iban allí las Clarisas de Belorado a vender sus trufas, hasta que estalló la trama inmobiliaro-doctrinal que ha terminado con su adhesión a la Pía Unión de San Pablo Apóstol, artefacto ultraconservador con pelaje de secta pilotado por un obispo excomulgado que se paseaba por Bilbao a veces disfrazado y a veces con ropajes preconciliares sin que se notase mucho la diferencia entre cuando participaba en eventos carnavalescos y cuando iba vestido de calle.
La historia es fabulosa. Por eso sus protagonistas, las Clarisas de Belorado, con sus fotos de entusiasmo lisérgico, con su blancura tan dulce y con el misterio que las rodea, generan tanto interés. Y por eso han reducido su presencia pública. Seguramente es para evitar agobios.
Siendo una orden de clausura va de suyo que esa exposición a lo mundano nunca fue mucha. Pero sí acudían cada sábado al mercado de Orduña, donde montaban un puesto entre los bacalaos salados de La Abuela Benita y los encurtidos de Rebeca. «Eran muy majas», dice ella, señalando al espacio vacío junto a los botes de pepinillos. «Y vendían muy bien», levanta el dedo índice. Es arrancar con la conversación de las monjas y no parar. «Aluciné cuando me enteré de lo que pasó». «¿Cómo es posible pasar de estar en la Iglesia a no estar así, de un día para otro?». «¿Qué se les habrá pasado por la cabeza? No entiendo». «Dicen que ya no están en Belorado, ¿a dónde han ido?». «Parece que el obispo ese tenía un pisazo en Bilbao»... No se agota el tema.
Manuel atiende en La Abuela Benita y despacha, además de bacalao, buenos quesos, embutidos que brillan y una variedad extensa de productos que dan al entorno un olor suculento, casi libidinoso de lo rico que es. También tiene buenos recuerdos de las monjas, a quienes ayudaba a veces a montar el puesto y a quienes recuerda como muy cercanas y alegres. «He leído en internet que se han ido a un piso de alquiler...», dice, encoge los hombros, y se pregunta si será verdad u otro bulo más. Ya se ve que incluso sin haber noticias, las noticias se generan sabe Dios dónde por la fascinación que despierta el caso, por el atractivo indiscutible del misterio.
Este ha sido el segundo sábado en el que las Clarisas no han acudido a su cita en Orduña, después de que la polémica estallase hace casi dos semanas. Pero están muy presentes en las conversaciones. En la terraza del bar que da a Foru Plaza un grupo de señoras muy bien peinadas toman café y lo mismo hablan de que no se depilan el sobaco porque, total, tienen cuatro pelos, que analizan el cisma de las monjas y sus manejos con «el obispo ese».
«Últimamente estamos saliendo en los periódicos un día sí y otro también por cosas rarísimas», se ríe la dependienta de un negocio próximo al despachar dulces. Y recuerda que este mismo mes actuó Leticia Sabater en las fiestas del pueblo, mejor dicho, ciudad. La visita generó «cierta polémica» y dio bastante que hablar por cosas relacionadas con la cosificación de la imagen de la mujer y los roles de género. Sólo aquí, en Orduña, es posible ahora desarrollar una conversación en la que se entrelazan las monjas cismáticas con Leticia Sabater mientras se escucha de fondo el castañeteo de las cigüeñas en el campanario de la iglesia bajo el sol picante de la mañana.
Las Clarisas de Belorado siguen allí, en su convento burgalés, mientras se dirime si tienen derecho a ello una vez que la Confederación de Clarisas de España y Portugal les advirtiese esta semana que su alejamiento del Vaticano y su adhesión a la Pía Unión de San Pablo Apóstol las deja fuera de la orden. En sus redes sociales cuelgan vídeos de las misas que da allí su líder espiritual, el obispo excomulgado Pablo de Rojas, ayudado del presunto sacerdote José Ceacero, que era el presidente de los bármanes de Bizkaia y uno de los mejores cocteleros vascos.
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