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En anteriores entregas de su serie de tres vídeos dedicada a los fenómenos paranormales que dicen haber experimentado en el convento de Derio, las monjas ... cismáticas de Belorado han relatado unos cuantos episodios espeluznantes: la joven monja que pasó una noche entera rezando, mientras notaba cómo el demonio intentaba abrir por la fuerza la puerta de su celda; los sobresaltos de las religiosas al sentir cómo una mano fría se les posaba en la espalda o percibir una presencia a su lado en la cama; la hermana que entró a limpiar en el caserío adjunto al convento y dijo haberse encontrado con el diablo... Hoy, el responsable de prensa de la comunidad ha publicado el último vídeo de la serie, en el que las vivencias inquietantes continúan y las monjas deciden abandonar las instalaciones de Derio y adquirir el convento de Orduña, es decir, se lanzan a la operación que se convirtió en el detonante de su conflicto inmobiliario y doctrinal con la Iglesia Católica.
Quizá lo más llamativo de este nuevo capítulo sea cómo, siempre según su versión, lo sobrenatural se impone incluso a la tecnología. La abadesa –o exabadesa, según desde que lado enfoquemos el conflicto– explica que la comunidad estaba cayendo en el desánimo e incluso se estaba desuniendo: «Disminuía la paz y la armonía», lamenta, e incluso se veían afectadas «la atención y el raciocinio».
Sor Isabel de la Trinidad cita un ejemplo: «Una hermana me decía que por las tardes no conseguía trabajar, porque no se acordaba de lo que iba a hacer y, mientras se ponía, el ordenador no funcionaba. Echábamos hasta sal al ordenador, porque hacía las cosas más extrañas: se encendía, se apagaba, aparecían imágenes del demonio de repente... ¡Eran cosas muy desazonantes!», explica.
A medida que la inquietud iba poniéndose en común, consultaron a las hermanas de más edad, las que ya residían en ese convento antes de que se incorporase a la comunidad de Belorado: «Las mayores nos habían dicho que vivieron cosas muy raras, que no les gustaban nada y les daban mucho miedo: se movían los cuchillos cuando estaban cocinando, se oían llantos de niños y risas extrañas que les hacían salir corriendo... Ya habían vivido su situación».
La abadesa ya había compartido sus problemas con Mario Iceta, entonces obispo de Bilbao y hoy su 'archirrival' desde el arzobispado de Burgos. «Hablando por teléfono con don Mario, me dijo que esos montes podían tener restos, flecos de akelarres, porque es una zona donde se han hecho misas, akelarres... Los terrenos se penetran de esa consagración al demonio. Y yo dije: 'Si es el sitio, no hay nada que hacer'. Hice un informe que también le pasé a don Mario y escribí a tres exorcistas. Me dieron dos nombres, uno que estaba en Francia y otro en Madrid, y la respuesta fue tan contundente que no se nos puede olvidar. Después de leerlo todo, personas completamente distintas dijeron que se puede afirmar que sucedían hechos preternaturales, ataques extraordinarios del demonio, que parecen estar unidos al terreno, y que la única solución era marcharnos».
Esa preocupación «por la salud de las monjas y su vida espiritual, pero sobre todo por su salud» es lo que las llevó, según cuentan, a la aventura de Orduña. Y, en último término, a su ruptura con Roma, que no parece un mal desenlace para un supuesto plan diabólico.
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