Mari Mar, que besaba a las serpientes
Natural de Sanfuentes, era una adolescente cuando se enamoró más o menos a la vez de Justo y de la vida nómada del circo: «¿Qué haces todo el día en un piso?»
La vida es insuperable en eso del 'más difícil todavía'. Es capaz, por ejemplo, de coger a una adolescente sin ningún contacto previo con el ... circo, a la que le dan miedo las alturas y mucho repelús las serpientes, y convertirla en reina de la pista como protagonista de acrobacias aéreas y números con reptiles. Y en el proceso, además, le inyecta una pasión por el nomadismo que supera en intensidad y entrega a la de la gente que vino al mundo en una caravana. ¡Un fuerte aplauso para la vida!
Mari Mar Muñoz, de 43 años y de Sanfuentes (Abanto), sí que tenía en realidad un vínculo con ese mundillo tan fascinante y desconocido, pero se trataba de una relación lejana, indirecta. Un tío suyo llevaba años trabajando para el Gran Circo Holiday, una empresa a caballo entre Euskadi y La Rioja que solía plantar la carpa en muchas plazas vizcaínas: Muskiz, Sopela, Getxo, Mungia... Cuando Mari Mar tenía 15 años, la familia aprovechó que el Holiday había recalado en Muskiz para hacer una visita al tío, y aquel fue el día que trastocó el curso de la biografía de la muchacha: se enamoró del circo y de Justo, o de Justo y el circo, porque los dos conceptos formaban un 'pack' indivisible. «Aquel día, la hermana de Justo se cayó del trapecio. No fue un golpe grande, pero nos quedamos a ver qué pasaba. Yo era una niña y mi pensamiento era estudiar para 'esteticién', pero ahí surgió el flechazo. Me tropecé con esta piedra», se ríe, mirando a su marido.
Justo Sacristán tenía y tiene un año más que Mari Mar y pertenece a la quinta generación de una familia circense: «Al principio eran los típicos titiriteros que iban por los pueblos en burro. Pedían permiso y después pasaban la bandeja. En el 82 se fundó el circo. Al principio se llamó Espicirco Tokio, porque mi abuelo compró los derechos de Espinete, el de 'Barrio Sésamo'. Después fue simplemente Circo Tokio y, desde el 87, Holiday», relata este hombre criado en el barrio bilbaíno de San Francisco y en la localidad riojana de Alcanadre. Aquel Justo de 16 que enamoró a la Mari Mar de 15 era ya un profesional que hacía malabares, el número de la escalera, el gorila...
La vida de...
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Mari Mar y Justo | Profesionales del circo Esta serie retrata las historias cotidianas, inquietudes e ilusiones de vizcaínos con perfiles diversos.
- ¿El gorila?
- Bueno, también podríamos decir que hacía el gilipollas. Un número cómico.
Mari Mar empezó a pasar breves estancias en el circo: se quedaba un fin de semana, o tres días, durmiendo con las hermanas de Justo en un cuartito atestado de literas. «Porque estaba mi tío, que, si no, mi padre me habría dado una que todavía me estaría doliendo -puntualiza-. Veía cómo montaban y desmontaban, me ponía a ayudarles y empezó a gustarme mucho todo esto». Terminó octavo, tal como había prometido a su madre, y se quedó con la 'troupe' todo el verano, después de que el padre de Justo se comprometiese solemnemente a cuidar de ella como si fuese una hija más. «Y ya no me sacaron de aquí», resume.
En aquel tiempo, viajaba con el Holiday un cómico andaluz que ejercía también de profesor de disciplinas circenses, así en general. «Yo los veía ensayar y me veía dispuesta. Tenía aprender el número de la cuerda vertical, lo que aquí llamamos el 'chorizo colgado', y me lo enseñó. Yo era una niña con cuerpito de alfiler, muy ágil, y el hombre aquel me decía que valía para esto. Si a alguna le pasaba algo, acababa saliendo yo en su lugar: en los malabares, en la magia, en un número de triángulo aéreo que me enseñó mi cuñado... Yo de joven tenía mucho vértigo, en las fiestas no me montaba ni en el saltamontes, pero de pronto me veía allí arriba. Me decía a mí misma: '¡Me cago en la leche, pero cómo me subo yo a estas alturas!'. Mi abuela alucinaba».
Se casaron en Guardo, provincia de Palencia, porque por allí andaba el circo en mayo de 1997, y acudieron tantos invitados que no cabían en la carpa. Al cabo de un tiempo, la vida (esa inigualable artista de circo, ¿recuerdan?) les tenía preparado un número cómico de antología. En aquella época una de las estrellas del programa era el domador de cocodrilos, pero un buen día se largó con sus animales. «Teníamos los carteles hechos, un camión lleno de carteles: ¡toda la publicidad con los cocodrilos! Así que nos pusimos a ello. Había un criadero en Isla Cristina, Huelva, y compramos caimanes... Bueno, al principio eran más bien lagartijas, porque anunciábamos cocodrilos de dos metros y sacábamos unas criaturas de treinta centímetros. Luego ya aprendí y llegamos a tener uno de cuatro metros y medio», explica Justo, que metía la cabeza en las fauces de los reptiles -«mira, aquí tengo una marca»- y luchaba con ellos en la piscina. Todavía se acuerda con cariño de bichitos adorables como Christopher o Juantxo.
El Faraón Tojús
La rutina de la Familia Indaleva, que ese era su nombre artístico (o Faraón Tojús y Miss Incara aquella vez que la ambientaron en Egipto), incluía también serpientes. Ese era el negociado de Mari Mar. «Llegué a tener diez pitones y boas, bien hermosas. Al principio me daban tanto asco que no las podía ni ver y dije que no, que me negaba a salir con ellas. Acababa con el beso de la muerte, un beso en la boca a la serpiente, y después me marchaba corriendo a la caravana para lavarme los dientes y escupir. Pero con el tiempo les cogí mucho cariño. A la que más sacábamos era a Jacqueline». En los veteranos del circo siempre se aprecia el fondo un poco tristón de la nostalgia por sus animales: con la 'troupe' del Holiday viajaban tigres, leones, elefantes, osos, cocodrilos, serpientes, camellos, llamas, avestruces y búfalos y, de hecho, Justo luce en el cuerpo un accidentado mapa de cicatrices, porque también era el domador de fieras.
- ¿Con qué animal le resultaba más difícil trabajar?
- Una vez que te haces a ellos, con ninguno. Teníamos unos caballos que bailaban hasta las sevillanas solo con oír mi voz. Pero es que me pasaba la vida con los animales: limpiaba las cuadras, les echaba de comer...
A la pareja le da mucha rabia que aquella estrecha convivencia se reduzca a un esquema básico de lucro y maltrato: «Aquí los cuidábamos muy bien. Yo he tenido en mi caravana cachorritos de tigre y león, les he dado de comer con el biberón, han jugado con mis perros... Y Justo a veces se iba con los animales y yo decía 'pues vaya, ¡a ver si voy a tener que convertirme en serpiente!'. Es ridículo que se pueda matar toros pero a nosotros se nos prohíba llevar un número de caballos», se queja Mari Mar. Desde septiembre de 2016, no hay más animales en el Holiday que los gatitos y perritos que corretean entre las caravanas y ese dibujo de caballos empenachados que sirve de emblema al circo. Tras mucho rebuscar un comprador, los cocodrilos y las serpientes acabaron en una exposición de reptiles francesa.
Mari Mar y Justo tienen tres hijos, todos ellos nacidos en Bizkaia y Gipuzkoa: Mari Mar, de 23 años, atiende el puesto de palomitas y bebidas; Jon Ander, de 21, se dedica a los equilibrios sobre el rulo y los malabares, y Aarón, de 14, lleva saliendo a la pista desde que tenía 2 añitos y es un torbellino capaz de asumir cualquier desafío. «Yo lo mismo estoy en la taquilla que montando o desmontando, poniendo publicidad... Aquí siempre hay cosas que hacer, te mantienes en movimiento. Me retiré un año y estaba en casa cosiendo trajes porque me aburría, me faltaba algo», plantea Mari Mar.
El mejor locutor
Justo, además de dirigir el circo, sigue ejerciendo de maestro de ceremonias, con un frac muy elegante, como de boda, que preferiría quitarse: «Soy el locutor. Si hay 42 circos, solo dos mantenemos esta figura, y yo he llegado a ser el mejor locutor de España... Bueno, ¡lo soy!, pero quiero dejarlo y no me lo permiten. ¡Me tienen martirizado», se queja con una mueca burlona. Su mujer le alecciona: «Un número bueno no parece lo mismo sin locutor. Y un número que no es tan bueno lo realza».
La pandemia ha puesto en serias dificultades a estas empresas, aunque Justo puntualiza que 2021 acabó siendo un año excelente: «Desde febrero a octubre fue fenomenal, todo lleno, aunque fuese con el aforo al 33%. Pero en noviembre llegó el ómicron, perdimos un dineral en Madrid y desde entonces no hemos levantado cabeza». Este verano han pasado por Pamplona y Vitoria y ahora mismo están en Logroño, y Mari Mar, aquella muchacha de Sanfuentes deslumbrada por este universo de asombros cotidianos, no está dispuesta a que acabe la función en la que lleva metida casi treinta años. Mira con cariño a su marido y dice: «Yo tiro de esto más que él... ¿Qué vas a hacer metido todo el día en un piso?».
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