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Juan Felipe García Salazar, de 23 años y originario de la zona de Medellín, en Colombia, vivía en Bizkaia desde «los diez meses». Su madre, ... difunta, le trajo a él y a sus dos hermanos para que tuvieran un futuro mejor. Primero la familia residió en Barakaldo y diez años después fueron a Getxo. Aquí creció y se integró. Era un chaval muy conocido en el municipio.
«Inocente, introvertido y con fuerte carácter» quedó marcado por la muerte de su madre cuando tenía sólo 11 años. «Siempre estuvo muy mimado por mi hermana, dormían juntos y él fue el que la encontró después de sufrir un infarto cerebral. Aunque era un niño la movió e incluso le puso un espejo en la nariz para saber si tenía respiración, luego contó que era porque lo había visto en la televisión», recuerda emocionada Adriana Castro, la tía de Felipe.
El trágico suceso le marcó de por vida. «Trabajó en una empresa de electricidad, en una carpintería, de albañil... todo lo que le saliera», añade su familiar mientras enseña a EL CORREO una foto. «Mira qué guapo era, para mí como un hijo más. Yo me tuve que hacer cargo de mis sobrinos y mis hijos cuando mi hermana falleció, no he parado de trabajar para sacarles adelante. No tuve tiempo de derrumbarme», lamenta.
Adriana fue la primera de las dos que llegó a España hace 24 años. Luego trajo a su madre que tiene actualmente 84 años y a sus dos hijos. «Mi madre echaba mucho de falta a su hija y antes del año vino. Felipe era el pequeño de tres hermanos», recuerda.
Las dos trabajaron de «sol a sol» para sacar a sus pequeños. Sobre todo en el «servicio de hogar». Hubo épocas en las que Adriana compaginaba las «casas con la limpieza del metro por la noche». «En Colombia no vivíamos mal, yo era esteticien, pero era insoportable la violencia. Hace dos décadas estaba horrible, así que decidimos venir para sortear la violencia, para que nuestros niños crecieran seguros y ahora resulta que Felipe muere aquí apuñalado», lamenta.
«No me puedo derrumbar. A veces el destino estira pero tengo que cuidar a mi madre, lo va a pasar muy mal porque miraba por los ojos de mi sobrino, le veía vulnerable, marcado y le consentía mucho», asegura.
No es su única motivación. «Estamos agotados, muy tristes, impotentes de la injusticia que estamos viviendo y el dolor de haber perdido a uno de los nuestros, pero tenemos que luchar», se muestra fuerte. «Los latinos tenemos la suerte de que somos muy creyentes, tengo mucha fe y eso me ayudará», afirma. Luchará para que se haga «justicia». «Es terrible, todos sabemos que vamos a morir, pero que sea así, de esta forma, a manos de unos niñatos irresponsables es muy triste», apunta.
Considera que la ley del menor está «destruyendo a los jóvenes porque saben que no va a pasarles nada, tienen que pagar lo que han hecho como si fueran mayores, no les puede salir gratis. Hoy es Felipe y mañana será otro», denuncia.
«Mi sobrino ya no puede hablar pero nosotros... Ojalá mucha gente no se calle. El que es menor debe de ser adulto para responder. A ver si es tan inocente y hay que tener tantas contemplaciones con ellos. Ya no es el que la hace la paga, si se hace hay que responder, deben pasar por la cárcel y aprender de lo que hicieron y rectificar, para eso tenían que ser las leyes», insiste. Castro teme que «haya más personas implicadas y que haya adultos que utilicen a menores porque les sale más barato».
A la espera de que les entreguen el cuerpo para poder velarlo, quiere agradecer lo «bien» que se está portando la gente de Getxo. Lanza un mensaje a los políticos: «el Ayuntamiento tiene que preocuparse de lo que está sucediendo, no les interesa que esté así Getxo, antes no era así, siempre ha sido un municipio tranquilo y seguro, en mi país es normal estas cosas, pero aquí no. Deben trabajar para que vuelva a ser un municipio seguro».
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