El lento esperar del nuevo Peñascal de Bilbao: «Va a ser la segunda vez que me tiren la casa»
Proyecto de regeneración ·
Los vecinos piden realojos urgentes, más comercios y seguridad hasta que el nuevo barrio coja formaEl Peñascal, un barrio de Rekalde encajonado en el monte y pendiente del mayor plan de regeneración urbana de Euskadi -que derribará 223 de sus ... históricas viviendas-, aún retiene retazos de su identidad de siempre, de cuando todo el mundo se conocía, se ayudaba y había buen rollo vecinal. A Pedro Castañares, de la Asociación de Vecinos, le paran por la calle para saludar. Para preguntarle qué tal. Para contarle que han ocupado el piso de la señora Dolores. Se escucha el trinar de los pajarillos, gatos callejeros rechonchos se escabullen de las visitas y, de vez en cuando, un coche con una rumbita a todo volumen rompe la paz. Hubo un tiempo en el que sólo el ganado habitaba este enclave, que ahora es uno de los más vulnerables de Bilbao. Desde mediados del pasado siglo, el barrio se pobló con cerca de diez mil vecinos que dejaron atrás las penurias del campo para trabajar en la pujante industria local. Cientos de chabolas se encaramaron por las faldas del monte. Se levantaban por la noche, tras largas jornadas laborales, cargando por las cuestas con sacos de ladrillo y hormigón.
El Peñascal se hizo una comunidad. «Se vivía con la puerta abierta, se invitaba a comer a la vecina». Hasta se daba a luz con la ayuda de otras chicas del barrio. «Yo nací ahí, porque mi madre creía que iba a estar mejor atendida por sus hermanas que en el hospital», señala Rafa Pinilla, de la agrupación vecinal, que abrió los ojos por primera vez en la trasera del número 138.
Las lluvias que provocaron las inundaciones de 1983 borraron dos tercios del barrio del mapa. Muchas viviendas y bloques resistieron en las laderas. Pero ha pasado mucho tiempo y las fachadas se han avejentado. La humedad cala los huesos y el frío aprieta cuando las nubes impiden el paso de los rayos del sol. Las escaleras que las separan de la carretera y de los servicios básicos se han vuelto impracticables. Los vecinos se han hecho mayores y las casas en las que criaron a sus hijos con sangre, sudor y lágrimas se han convertido en prisiones. Por ejemplo, a María Varela, de 79 años, una úlcera en la pierna le impide moverse. Sólo lo hace para ir al médico y atender a su hijo. «Me traen el pan, la compra del supermercado, todo. Mi hermana lleva más de tres años sin salir, y está cogiendo un volumen...», relata.
Ella llegó al barrio hace medio siglo. Enviudó a los 40 y sacó adelante ella sola a una sobrina que había adoptado y a sus tres hijos. Uno le hace compañía, pero su hija se ha separado y tal vez tenga que acogerla también. Cada mañana se levanta a las seis «porque si no, no se toma el zumo». «Aquí he sido muy feliz. Nos llevábamos muy bien. Ahora cada uno en su casa. Estoy sola todo el día, hasta que llega mi hijo».
María es una de las afectadas por el plan de regeneración urbanística de El Peñascal, el más importante de Euskadi. Después de los derribos y realojos realizados en Iturrigorri y Gardeazabal, el Ayuntamiento y el Gobierno vasco van a sustituir 83 bloques que albergan 223 viviendas por 218 pisos y 242 plazas de garaje.
La cifra ha sido confirmada recientemente. La operación arrancará en la iglesia en dirección a la hormigonera, la parte más degradada del barrio. Aun así, los primeros realojos y derribos no empezarán hasta 2025. El plan tardará una década en completarse. Así que los vecinos quieren que se acelere y que se ejecute otro «mientras tanto» que contemple los realojos de los vecinos más impedidos.
Francisco Cerrato, de 65 años, es otro de los afectados. Vive en el número 138. Llegó a El Peñascal con 17 años desde Esparragosa de Lares, en Badajoz, a vivir 'de patrona', como se denominaba a alquilar una habitación en una vivienda habitada por su propietaria. «No sabía ni leer ni escribir, no había ido nunca a la capital, y me planté aquí con la maleta», relata. Bilbao era entonces un paraíso laboral. «Buscabas trabajo por la mañana, y a las dos de la tarde empezabas», recuerda. Residió en una casa que fue derribada tras las inundaciones. «Esta va a ser la segunda vez que me la tiren», explica.
El barrio rebosaba vida en su juventud. «No tenía nada que ver con lo de ahora». Había más de diez bares, como el Orense, que cerraron hace tiempo. Y muchas tiendas. No hacía falta bajar al centro de Rekalde para comprar. Ahora no hay negocios afectados por el plan urbanístico porque apenas existen: una taberna acaba de bajar la persiana y solo quedan tres bares, una farmacia, un estanco, una tienda de alimentación, una panadería y una carnicería.
Madgalena Moyón, de 77 años, otra de las vecinas que serán desalojadas por el plan urbanístico, vive cerca. Hay que superar un buen tramo de escaleras para subir a su casa. Pero ella se reconoce muy feliz allí, donde vive desde hace 48 años. Siempre lo hizo con su marido, barrendero, fallecido hace cinco meses. Allí tuvo a sus tres hijos. «Preferiría que no me la tirasen. Malo sería que con todos los hijos que tengo no me echasen una mano si no pudiese ir por aquí o allá».
Aparcamientos
Mientras se ejecuta el plan, la Asociación de Vecinos reclama la revitalización comercial del barrio, la llegada del servicio público de bicicletas -«ahora no podemos coger una, pero sí que nos las traen y las dejan tiradas»-, explican. Y también la OTA y la creación de más aparcamientos -en Rekalde hay estacionamiento regulado y, por lo tanto, es imposible aparcar en el barrio- y fomentar la seguridad, porque los viejos pisos y casas en los que vivía la gente mayor que se ha mudado a residencias o con los hijos son frecuentemente ocupadas por vecinos conflictivos. «Les echan, pero se marchan a otros sitios. La Policía Municipal tapia, pero en seguida se van a otro lugar», dicen varios residentes afectados.
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Tres vecinos de siempre afectados por el plan de regeneración urbanístico
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