Extutelados que saben aferrarse al futuro
Jóvenes autóctonos y extranjeros se forman con la Fundación Peñascal en busca de un empleo en hostelería, carpintería o fontanería
Rachid Ouabit llegó a España hace una década. Tenía 16 años cuando se metió en los bajos de un camión que embarcó en Marruecos con ... destino al puerto de Algeciras. Siguió agarrado a los hierros inferiores del vehículo hasta que el conductor hizo un alto en la autopista para echar gasolina. Contactó con compatriotas y le dirigieron a Bilbao. «Nada más llegar me llevaron al centro de menores de Amorebieta. Me apuntaron a varios cursos y fue así como conocí a la Fundación Peñascal». Lo cuenta en su sede, junto a dos compañeros que siguen en una cooperativa que tiene seis centros de inserción en Bizkaia en los que hay 2.400 personas. Ouabit se sacó el graduado escolar, un curso de electricidad y dos niveles de cocina, que son los que le han abierto finalmente las puertas del mercado laboral. Trabaja desde hace tiempo en el bar Baserri, en Bombero Etxaniz, donde «me han dado una oportunidad y se lo agradezco mucho». Cuando cumplió los 20, cuatro años después de marcharse, pudo regresar a su país por primera vez. Tranquilizó a sus padres y a sus cinco hermanos con una breve visita a la ciudad donde nació, Baomalne Dades, un enclave arañado al desierto en el sur de Marruecos. «Cuando dejas de estudiar allí, tienes que buscarte rápido la vida. Y la única opción era marcharme».
Las historias de los tutelados autóctonos tienen elementos en común. Salva Ares, de 19 años, llegó a la fundación desde los servicios forales de infancia, donde se protege a los menores que viven en familias donde no pueden cuidarles. Salva llegó allí con nueve años. En el centro de Peñascal lleva cuatro años y ahora trabaja en uno de sus talleres haciendo armarios. Probó cocina y fontanería pero se quedó en carpintería. «Aquí aprendes cosas útiles para la vida», cuenta. «Estoy mucho mejor que hace unos años, cuando tenía que estudiar cosas que no me interesaban y no veía que pudieran servirme para algo». Tiene todavía reciente el salto a la mayoría de edad. «Ese momento te da algo de miedo, porque vienes de estar muy protegido y te toca seguir solo. Pero puede ser una buena etapa, una etapa mejor si estás centrado». Vive en un piso con educadores junto a nueve compañeros extutelados -un recurso intermedio entre los centros de menores y la vida autónoma-. Sus planes a corto plazo pasan por seguir en la fundación.
«Los que llegan de fuera ven el trabajo como su gran oportunidad para regularizarse»
Estos jóvenes han oído hablar del nuevo contrato de derechos y deberes del Gobierno vasco, un marco para tutelados y extuleados que condicionará las ayudas (al sustento vital o a la vivienda) a un buen comportamiento social y a demostrar implicación en los estudios y el trabajo. «A mí me parece bien que, si la lías, eso tenga un castigo», apunta Salva Ares sin dudarlo.
«Enviar dinero a casa»
Ignacio Fariña, uno de los educadores de la Fundación Peñascal, ve «bien ese nuevo marco de derechos y deberes, es similar a lo que intentamos aquí, pero siempre adaptando la exigencia a cada uno». Lleva más de treinta años «currando con estos chicos». ¿Ha cambiado el perfil? ¿Se parecen estos chavales a los de hace tres décadas? «Hay características comunes, como el fracaso escolar y procesos de desarraigo. Pero la respuesta social ha cambiado. Cuando había muchísimos jóvenes en edad de trabajar, estos tenían menos oportunidades. Ahora mismo la respuesta social es más acogedora». «Los chicos no cambian, lo que ha cambiado es el mercado laboral. Ahora, muchos jóvenes autóctonos ya no ven el trabajo como una opción que cambiará mucho su situación» por la precariedad generalizada. Esa reticencia inicial no influye en «los que llegan de fuera, porque ven el trabajo como la gran oportunidad de regularizarse y tener un futuro. Además, algunos tienen el compromiso de enviar dinero a casa». Rachid asiente. La mayor parte de los contratos laborales que les ofrecen -puntualiza Fariñas- «son de pequeña y medianas empresas, gentes que les dan su confianza y les contratan por un año».
Mari Luz Obiang tiene 21 años y hace ocho que llegó a España desde Guinea Ecuatorial. «Yo quería estudiar, quería ser médica, y allí no podía. Vine porque estaba aquí mi hermana. En Peñascal he estudiado un grado medio de comercio y he trabajado en varias tiendas», relata. ¿Cómo se ve dentro de diez años? «Quiero ir a la universidad aquí y estudiar Medicina. Y con ese título volver a mi país para trabajar en un hospital que tengo fichado. Quiero volver y estar con mi familia».
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