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Mercedes, junto a la escultura de la que ha sido modelo. Sergio García | Atlas

Desvelamos el misterio de la estatua de El Arenal: Mercedes existe y vive sola

«Hay días sin una palabra de la mañana a la noche», asegura esta bilbaína de 88 años, protagonista de una campaña sobre la soledad de los mayores de la Obra Social de la BBK

Miércoles, 27 de noviembre 2019

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Lleva tres días sentada en un banco de El Arenal, en medio del asombro generalizado, de miradas de extrañeza por parte de transeúntes a quien su pose hierática ha dado mala espina. Y no es para menos. Mercedes es de silicona –vertida sobre un molde de yeso dental– y lleva hasta diez capas de pintura. Al menos la de mentiras, porque la real vive a escasos portales de su gemela. Eso sí, cuando se las ve juntas, son como dos gotas de agua: cada lunar en su sitio, lo mismo que las arrugas o el nacimiento del cuero cabelludo. Su autor es el mexicano Rubén Orozco, escultor hiperrealista, que se ha servido de fotografías y entrevistas personales para que esta ilusión cobre vida. Para atrapar su alma.

Mercedes es desde esta semana el rostro de la soledad no deseada, esa soledad invisible que crece a nuestro alrededor pero en la que nunca o casi nunca reparamos. Mercedes es bilbaína, pero eso no debe distraernos, su caso es extrapolable a todo el mundo: millones de personas sufren los efectos de una epidemia que se alimenta de los usos y costumbres de una sociedad cada vez más independiente, donde el desarraigo y el exceso de trabajo abonan el desapego hacia los mayores. La soledad es mucho más que quedarse solo, la sufren incluso quienes, rodeados de la familia, no cuentan con amistades de su edad, de gente con intereses comunes. Mata a más gente que el alcohol, el tabaco o la obesidad. Pero es «invisible», describen en la Obra Social de la BBK, artífice de la iniciativa, que ha recurrido a este trampantojo para poner el foco sobre una realidad que a menudo pasa desapercibida.

Quizá lo que más sorprende de este estado de ánimo, que en mayor o menor medida a ninguno nos es ajeno, es el desconocimiento que planea sobre él. «En torno a la soledad de los mayores nos imaginamos historias oscuras, protagonizadas por personas pobres en todos los sentidos; hurañas, desagradables, que no socializan y que carecen de un recorrido vital interesante», describe la psicóloga de Cáritas María Pilar Castro. Pero la realidad es infinitamente más compleja, quizá porque entre el blanco y el negro hay siempre sesenta grises intermedios. La elección de Mercedes tiene por objeto «romper este molde, desestigmatizar, por que la vejez nos llega a todos y todos sufrimos pérdidas constantes».

Recuerdos que entristecen

Y es que esta bilbaína no encaja en este estereotipo, un cliché sobado que parece hecho a la medida de gente que se abandona. Mercedes, 88 años, es una mujer vital que habla cuatro idiomas y cuya trayectoria daría para varias novelas. La mayor de ocho hermanos, su infancia transcurrió en el seno de una familia acomodada, «siempre rodeada de padres, abuelos, tíos, primos... Todos estaban alrededor. No como ahora, que cuando los hijos se casan y el marido fallece, te quedas sola. A eso ha quedado reducida la familia», desliza.

El escultor hiperrealista Rubén Orozco posa con la estatua de Mercedes en El Arenal Sergio Garcia

Y no es que Mercedes eche en falta un marido o descendencia propia –«nunca me casé y los hijos, visto lo visto, a veces pienso que es hasta mejor no haber tenido»–; pero sí que en ocasiones es presa de la nostalgia, de la melancolía, «porque los recuerdos te ayudan a salir adelante, pero también hay muchos que te provocan una profunda tristeza». Ella sabe mucho de unos y de otros. Vivió un año en Francia, cuidando de las «tres niñas preciosas» de una familia, que la trataba como una hija más y con quien iba al cine, a la ópera, a restaurantes, a bodas elegantísimas... Cuando regresó no podía por menos que preguntarse «¿qué hago yo aquí?». Marchó entonces a Londres, donde pasó siete años trabajando primero como 'au pair' y luego en el Fulham, «un hospital estupendo de cáncer, corazón y pulmón». Dando muestras de una versatilidad envidiable –sólo había cursado hasta 6º de Bachillerato, «antes que las niñas estudiaran no era una prioridad, el objetivo era casarlas»– pasó también por el Picadilly Palace y el Savoy, dos hoteles donde se introdujo para adquirir los rudimentos de un oficio que luego le vendrían de perlas en Mallorca, donde acabó de gobernanta y del que pasaría a la multinacional inglesa Dunlop Ibérica, de donde ya no se movería en 22 años, «hasta la brutal reconversión industrial que tuvimos». Mercedes nunca se adocenó. Estudió mecanografía, taquigrafía... Cuando se quedó en el paro se sacó el graduado escolar en una academia nocturna «y allí me pilló el golpe de Estado del 23-F». Genio y figura.

«A veces no basta la familia»

Ahora, todo esos recuerdos le asaltan en su piso del Casco Viejo, donde la soledad se ha adueñado hasta del último rincón de la casa, con la única excepción de una empleada municipal que la ayuda dos días por semana con la plancha, la cama, la limpieza... Y de Ana, la voluntaria de Cáritas, cuya sola mención le ilumina el rostro. Está siempre pendiente de lo que necesite, lo mismo cuando toca hacer el pedido que al salir a la calle con el carrito, «porque ya me canso». A Mercedes le visitan de vez en cuando sus sobrinos, «pero la soledad va más allá –relata Ana–. A veces no basta la familia, hace falta gente que participe de tus preocupaciones y con la que conectes. Es como esos transistores antiguos, que mueves el dial pero a los que cuesta sintonizar».

La residencia no es una opción. «Prefiero morirme sola en casa», exclama espantada mientras recuerda su paso efímero por una de ellas, «las internas en silla de ruedas abandonadas en los pasillos». Su plan de vida lo vertebran ahora la radio por las mañanas y la televisión a las tardes (su serie preferida es una policiaca, 'Servir y proteger') y aunque ha sido siempre una lectora empedernida, una reciente operación de cataratas le impide cultivar su afición. No lo lleva bien. «Hay días que no intercambio una sola palabra con nadie, de la mañana a la noche. Es lo más terrible que te puedes imaginar», explica mientras recorre arriba y abajo una casa pequeña, de pasillo diminuto, salpicada de retratos de familia donde el paso del tiempo ha corrido una pátina amarillenta.

Aitor Ocio posa con Mercedes junto a la estatua de El Arenal. Sergio García

No le gusta mucho la cocina, aunque sus fogones saben de su querencia por los arroces con verduras, la lengua con berenjenas... ¡y las trufas!. «Están para chuparse los dedos, por navidades hago hasta cuatro kilos –revela orgullosa–, me los quitan de las manos. Mercedes se considera una persona «religiosa, pero sin misticismos –aclara–. Tengo a Dios conmigo todo el día, pero lo vivo a mi manera». Eso sí, cada noche, cuando se acuesta en la cama y las sombras lo envuelven todo, reza con toda su alma: «Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día; no me dejes sola que si no me perdería...»

SERGIO GARCÍA

60.000 personas mayores de 65 años viven solas en Bizkaia y 106.000 en el País Vasco, según datos del Instituto Nacional de Estadística.

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