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Eugenia Otaduy, siempre con una sonrisa, posa en el salón de su casa. J.G.L
Eugenia Otaduy, memoria de Durango, cumple 101 años

Eugenia Otaduy, memoria de Durango, cumple 101 años

Esta mujer recuerda el horror de la Guerra Civil y su llegada a la villa tras el azaroso peregrinaje desde su Bilbao natal

Miércoles, 20 de noviembre 2024

Escapar del horror de la guerra desde Bilbao hasta recalar en Durango cuando era una adolescente. Desde entonces, han pasado muchas décadas y Eugenia Otaduy celebró el pasado 15 de noviembre su 101 cumpleaños, en casa y rodeada de toda su familia.

Su infancia la recuerda en la plaza Arriquíbar del 'Botxo'. «Vivíamos estupendamente. No nos gustaba ir a la carnicería porque tenían la cabeza de un animal en el escaparate, íbamos a la farmacia y nos regalaban gominolas, nos quedábamos muy contentas. Jugábamos a la cuerda y a las tabas, nombre que recibía el juego infantil que consistía en lanzar unos huesos (o tabas) a modo de dados. Se tiraba la pelota y había que dar la vuelta a estas figuras, colocando a todas de la misma forma y posición», detalla con nostalgia.

A Eugenia también le viene a la memoria el horror de la guerra en una casa en la que eran nueve hermanos. «Mi madre estaba enferma y fuimos los cinco hermanos pequeños -Josefi, Paulino, Marcelino, Jesús y yo- al barrio de San Miguel en Amorebieta, porque decían nuestros padres que era mejor respirar aire sano. Cuando comenzó la guerra, recuerdo cómo caía la metralla y destrozaba a las vacas. Nosotros nos tiramos a una zanja que había en el barrio para salvarnos», explica.

Después retornaron a su hogar en Bilbao y su padre les recomendó que fueran a Carranza porque Bilbao ya no era lugar seguro y el padre tenía conocidos allí que les podían acoger. En esta localidad, cuenta la centenaria que se agarraban a un árbol del municipio todos los hermanos para protegerse de las bombas de los aviones. «Los aviones lanzaban proyectiles y nos refugiábamos allí, todos agarrados», rememora.

Eugenia posa con su familia y la alcaldesa de Durango, Mireia Elkoroiribe.

Poco después fueron a Santander y de allí a Ribadesella (Asturias) para coger un buque y marcharse como refugiados a Burdeos (Francia). «Embarcamos porque los hermanos mayores estaban con los gudaris y como familiares directos, teníamos sitio en el barco», prosigue, antes de recordar el viaje en tren, donde llevaban varias maletas y las joyas que robaron a su abuela. «Nos lo quitaron todo y no teníamos nada de comer», exclama. También recuerda que en el barco de refugiados que les llevó a Burdeos, disfrutó como si fuera un manjar con una vaina de algarroba que les dio una mujer. Los franceses no se portaron muy bien con nosotros, pero el Gobierno vasco, que sí lo hizo, se preocupó de la gente y ayudó a los refugiados.

«Nosotros todos bien, esperando noticias»

Después de la etapa francesa, recalaron en Cataluña, la España republicana que le llamaban, en concreto en La Puda de Montserrat, un antiguo balneario de Esparreguera (Baix Llobregat). «Los catalanes tampoco se portaron muy bien, les estorbábamos. El padre, que se quedó con los hijos mayores, nos escribió una carta desde Bilbao: 'Nosotros todos bien, esperando noticias'», asegura.

Un médico les recomendó regresar a Bilbao ante el deterioro de salud de la abuela. Necesitaba tratamiento médico con urgencia. No obstante, guarda recuerdos de Cataluña como las mondas de naranja que encontró y comió cuando les estaba dando el sol. «Las disfruté como si fuera un turrón. Eso sí que era hambre», detalla.

Su padre, un prestigioso herrero antes del conflicto bélico, encontró trabajo en Durango. «Vivíamos en una buhardilla en Madalena, al lado de la ermita, pero no me gustaba. Habíamos pasado de vivir bien en Bilbao a un sitio peor», subraya.

Eugenia recibió un ramo de flores de la alcaldesa de la villa. D.U.

«En Bilbao no teníamos nada, a mi padre le salió trabajo en Durango en la ferretera vizcaína. Pero poco a poco, me fui adaptando e hice amigas. Recuerda a Maria Ángeles Bilbao, a Mari Areitio… hasta que formó cuadrilla en Durango. El pueblo desde entonces ha cambiado mucho. Antes, era muy pequeño, con mucho campo, tranquilo. Nos conocíamos todos. Es más, en una carnicería familiar de Barrenkale apuntaban los pedidos por el mote de las personas», recuerda todas las cosas esta vecina con ayuda de su familia que también fue de las primeras en tener carnet de conducir, aunque su familia afirme que «no hacía mucho caso a las señales de circulación».

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