"En mi familia el cine ha sido el día a día, como comprar el pan"
El pequeño de los Trueba captura el espíritu de una generación en 'Los exiliados románticos', una cinta rodada entre amigos y en doce días
Oskar Belategui
Lunes, 14 de septiembre 2015, 02:28
Jonás Groucho Trueba (Madrid, 1981) debe su nombre y su vocación a su padre Fernando. También comparte con él una educación afrancesada y unos referentes ... fílmicos -Truffaut, Rohmer, Woody Allen- que bien podrían ser los de su progenitor. Tras 'Todas las canciones hablan de mí' y 'Los ilusos', Jonás Trueba acaba de estrenar en los cines 'Los exiliados románticos', un filme rodado sin esperar a las subvenciones, entre amigos, en apenas doce días y con una cámara de fotos que graba vídeo.
Premio Especial del Jurado en el Festival de Málaga y Biznaga de Plata a la música de Tulsa, 'Los exiliados románticos' es una deliciosa 'road movie' que, como el que no quiere la cosa, atrapa el espíritu de una generación. Setenta minutos le bastan al director para narrar el viaje de tres colegas en una Volkswagen California por las carreteras de Francia, con paradas en Toulouse, París y Annecy, ciudades con una larga tradición de acoger exiliados españoles. Cada uno de los protagonistas tiene una buena razón para unirse a la aventura ese verano: una chica que conoció en el pasado.
Cuando cuenta que el guion se improvisó sobre la marcha parece que le está diciendo al espectador que encendió la cámara y salió esto.
Para nada. No me gustaría transmitir esa idea. Cuando digo que 'Los exiliados románticos' está hecha sobre la marcha no es una frase. La película se rodó por momentos de una manera casi enloquecida, kamikaze. Hasta me asusté al inicio, preguntándome si sería capaz de sacar adelante una película en estas circunstancias. Había mucho diálogo entre nosotros, y esa ya es una forma de creación tan válida como estar ceñidos de manera férrea a un texto escrito. Al final, las películas siempre tienen procesos. Esta tuvo un proceso muy corto, es la película menos intelectual que haré nunca. Pero la he sentido que venía de dentro.
Ha rodado en doce días, con una cámara de fotos, durmiendo en casa de amigos... Sin embargo, no reivindica el cine 'low cost'.
No, de hecho intento hacer las películas lo mejor que puedo. Filmar bien para que a la hora de montar no me falten planos. Si esta película la ruedo en cincuenta días, al final sobreruedas cosas, aunque solo sea por aburrimiento. Obligarte a sintetizar es bueno, te arriesgas a hacerlo así porque es fructífero. El 'low cost' pasa por ser una marca mediática que se asocia a algo que no me gusta, a un cine arbitrario. Incluso el azar está manipulado por ti, porque tomas muchas decisiones creativas.
¿El amor es el motor de todas las historias?
No lo sé. Para mí, en gran parte, sí. A lo mejor me sorprendo un día haciendo una película en la que no haya amor... En 'Los exiliados románticos' el amor está bastante disperso, lo buscan pero no acaba de aparecer. Aspiro a encontrar algo más allá del amor, esa idea idílica de amistad entre hombres y mujeres.
Nostalgia por el amor perdido
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Jonás Trueba no puede evitar la pedantería del chico listo de la clase. 'Los exiliados románticos' toma su título de un ensayo de E. H. Carr sobre los rusos que a mediados del siglo XIX se esparcieron por Europa conspirando contra la autocracia zarista. Su fervor revolucionario iba unido a un incorregible romanticismo. Una cita culta más en una película repleta de ellas. Trueba sabe que está "mal visto" mostrarse tan ilustrado, pero no puede evitarlo. "Las citas de libros o de películas forman parte de mi vida cotidiana".
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No se asusten. 'Los exiliados románticos' rebosa naturalidad y frescura. Desprende esa agradable melancolía de los últimos días del verano, la infantil camaradería de una noche de borrachera. Estos tres amigos mantienen diálogos triviales, se cuentan chistes malos y filosofan sobre lo divino y lo humano. No tienen planes, como, en apariencia, una cinta que consigue algo tan difícil como que la vida fluya entre sus imágenes.
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Trueba defiende que quería hacer una "película alegre sobre la amistad", pero la nostalgia por el amor perdido se cuela con la intensidad de un drama de Truffaut. Cada uno de los protagonistas ama de manera diferente a una chica. De entre ellos, nos quedamos con la declaración de amor de Vito Sanz en los parisinos Jardines de Luxemburgo. Abrir el corazón mientras se chapurrea francés jamás resultó tan tierno, divertido y doloroso.
Ha rodado en ciudades francesas que se están llenando de jóvenes españoles buscándose la vida y con una larga tradición de exilio: Toulouse, París, Annecy...
No hay una voluntad de hablar del exilio, que me parece un tema muy serio. Pero se cuela, está ahí. La realidad es que vuelve a haber un exilio español que se superpone sobre otro exilio anterior. Me gusta que aparezca como un apunte.
Los protagonistas saltan de un idioma a otro, tal como hacen las nuevas generaciones, viajadas y políglotas.
Sí, esa cosa tan española de hablar mal un idioma... Me gustaba la idea de que creas intimidades distintas en tus relaciones según la lengua que utilizas.
Hay una escena preciosa con una declaración de amor chapurreada en francés en los parisinos Jardines de Luxemburgo.
Sí, un fracaso feliz. La película es una metáfora de ese momento. 'Los exiliados románticos' tiene ese componente de gesto, de ir a darte un homenaje. Nos hemos dado el privilegio de hacer una película así.
Suena muy pretencioso, pero, ¿captura el espíritu de una generación?
Me da pudor decirlo. Atrapa un costado, porque mi generación tiene otros costados que no aparece. Esta historia les podía haber pasado a mis padres o a mis abuelos. La esencia del viaje y de la búsqueda es atemporal.
El pegamento de las cosas
¿Cuál es su posición en la industria del cine español? ¿Tiene vocación de 'outsider'?
No. Me veo donde quiero estar, que no sé muy bien dónde es. Hago las películas que quiero hacer no siendo dogmático, porque el cine español a veces es muy o esto o lo otro; o estás de un lado o del contrario, o hay que hacer películas grandes y comerciales o radicales y de autor. Y yo creo que el cine tiene que ser lo más amplio y generoso posible. Formo parte de la Unión de cineastas, somos 250 miembros: directores, productores, actores, periodistas... Todos con la preocupación de que el cine español no se pelee entre sí y que se encuentre un poco más. Me gustaría ser el pegamento de esas facciones.
Usted no se lamenta por la falta de ayudas. ¿Hay demasiado victimismo en el cine español?
Sí. Hay una crisis que se cierne sobre el país y sobre este oficio, mucha gente que lo está pasando mal en la profesión. Me jode que haya tan poco interés y apoyo. Pero a veces hemos caído en un victimismo de poco contenido. Yo doy clases, y espero hacer películas que mis alumnos las vean y digan: yo también puedo hacer películas así.
Ha crecido entre rodajes. ¿Ha aprendido a desmitificar el cine?
Sí. Una de las grandes ventajas que he tenido al pertenecer a una familia de cineastas es que he aprendido a desacralizar el cine. Es el día a día, como comprar el pan, un privilegio que no todo el mundo tiene. Mucha gente se acerca al cine como algo idealizado, sin ver que es un oficio hecho por gente normal, maja y generosa como mi familia. Yo no he perdido años desmontando la idea del cine.
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