¿Estuvo Juan Pablo II en el punto de mira de ETA?
La amenaza de un atentado obligó a cambiar el programa de su visita a Euskadi en 1982
Pedro Ontoso
Sábado, 30 de enero 2016, 22:17
El 6 de noviembre de 1982, un sábado plomizo de otoño, sonó el teléfono en la habitación de monseñor Fernando Sebastián, obispo de León y ... secretario general del Episcopado y, por lo tanto, responsable eclesial de la visita de Juan Pablo II a España. Hacía seis días que el avión del Papa había aterrizado en Madrid y podría ser una cuestión de ajuste del protocolo. ¿ A las cuatro de la madrugada? La llamada era de la Nunciatura -la embajada de la Santa Sede- y convocaban al clérigo aragonés a una reunión urgente en la sede diplomática. No era algo normal. En la sala le esperaban el nuncio, Antonio Inocentti, el cardenal Martínez Somalo, sustituto de la Secretaría de Estado, el padre Tucci, organizador de los viajes papales... y el director general de Seguridad del Ministerio del Interior, entonces Francisco Laína Rico (este nombre no lo cita el cardenal), que también era vicepresidente del Mando Único de la Lucha Antiterrorista. Algo no iba bien.
En efecto, los servicios policiales españoles habían recibido una información sobre una conversación telefónica entre San Sebastián y una ciudad francesa en la que se decía: «Todo listo para las ocho». No sabían a que se refería aquel mensaje. «Podía referirse a un atentado contra el Papa, pero también a otras muchas cosas», evoca ahora monseñor Sebastián en su libro Memorias con esperanza (Ediciones Encuentro), en el que relata su experiencia en aquel viaje. Juan Pablo II llegaba esa misma mañana a la localidad guipuzcoana de Azpeitia para celebrar una misa en la explanada de la basílica de Loyola y se habían disparado algunas alarmas. Un perro de la Policía había detectado restos de pólvora en la zona del encuentro con el Pontífice, pero se determinó que procedía de los barrenos que se habían utilizado para instalar a última hora unas farolas en aquél escenario.
El sanedrín de urgencia mascullaba una decisión en uno de los despachos de la Nunciatura de la calle Pío XII. ETA estaba en pleno delirio terrorista. Dos días antes un comando había asesinado en Madrid al general Víctor Lago Román, al mando de la División Acorazada Brunete, un militar profesional, leal al Rey y a la Constitución. Henry Parot y Lasa Mitxelena Txikierdi le ametrallaron desde una moto de gran cilindrada cuando viajaba en su vehículo oficial por la Ciudad Universitaria. Él resultó muerto y su chófer, herido grave. En plena escalada terrorista, los servicios policiales temían que ETA aprovechara la visita del Papa a Euskadi para lograr un efecto propagandístico con un ataque en el corazón de la espiritualidad de Euskadi, cuna de San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús.
En Cataluña querían que el Papa besara el suelo de El Prat como en Barajas
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Fernando Sebastián, como responsable del viaje, tuvo que lidiar con situaciones de tensión, antes y durante la visita de Juan Pablo II, que algunos -tanto obispos como autoridades civiles- pretendían manipular para sus propios intereses. Una comisión de Madrid puenteó al obispo y se plantó en Roma para que se bendijera su programa. Sebastián escribió al cardenal Martínez Somalo, una figura muy poderosa en la Curia, que le apoyó en todo momento.
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Sebastián recuerda que en Cataluña «los políticos querían utilizar el viaje del Papa para afirmar algunas de sus pretensiones políticas. Pidieron que al llegar al aeropuerto de El Prat el pontífice besara el suelo como había hecho en Barajas. Tuvimos que organizar el viaje de otra manera sin que el Papa aterrizase en El Prat», revela en su libro de memorias. Besó suelo español, pero el catalán fue protagonista en las horas que estuvo en Barcelona. Utilizó esa lengua en la homilía en Montserrat y en la misa que ofició en el Camp Nou.
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Durante la preparación de la visita, monseñor Sebastián tuvo que desplazarse varias veces a Roma para tratar algunas cosas con el arzobispo Paul Marcinkus, que se ocupaba entonces de organizar los viajes papales. En Manila, el corpulento prelado redujo a un demente que apuñaló a Pablo VI en la espalda. El arzobispo americano, al que se conocía como el banquero de Dios por su responsabilidad al frente de la Banca Vaticana, estaba en el ojo del huracán, porque se le relacionaba con asuntos económicos muy turbios. En algunas portadas se le implicaba con logias masónicas y clanes mafiosos. Marcinkus le pidió que organizara el programa del viaje detallando la agenda minuto a minuto. Antes de la fecha de la visita, el arzobispo de Chicago fue relevado por Roberto Tucci, un brillante jesuita, en aquella época director general de Radio Vaticano.
Así las cosas, los responsables de Seguridad recomendaron suspender el viaje, según el relato de monseñor Sebastián. Una vez ponderados los riesgos, tanto el Vaticano como la Conferencia Episcopal Española decidieron mantener la visita sin comunicárselo al Papa, que dormía en una estancia cercana. Por si acaso, se decidió cambiar los puntos de aterrizaje del helicóptero del pontífice -estuvo pilotado por un general de la Fuerza Aérea Española- y alterar los itinerarios de la visita. «No pudimos evitar que las autoridades que esperaban la llegada del Papa en los puntos convenidos, al ver que el helicóptero aterrizaba a doscientos metros del lugar señalado, tuvieran que acudir a su encuentro precipitadamente, con el inevitable desorden y desconcierto», escribe Sebastián.
No ocurrió nada. El Papa siguió con la agenda prevista. En Loyola, Juan Pablo II celebró una eucaristía ante unas 200.000 personas bajo los sones de la marcha de San Ignacio, que fue coreada en euskera. Entre las autoridades, el lehendakari Carlos Garaikoetxea. El pontífice saludo a los peregrinos desde las escalinatas de la basílica, rodeado de escoltas atentos al público. En la calle, 280 agentes de la primera promoción de la Ertzaintza, que se habían desplegado apenas un mes antes. De Azpeitia viajó a Javier, ya en tierras navarras, para reunirse con los misioneros.
El primer viaje de Juan Pablo II a España -el primero también de un Papa al País Vasco- estuvo jalonado de numerosas vicisitudes. En un principio, la visita iba a realizarse en 1981, con motivo del centenario de la muerte de Santa Teresa, pero el atentado sufrido por el pontífice obligó a retrasarla un año. Quedó programada para octubre, coincidiendo con la fiesta de la santa de Ávila. Sin embargo, el presidente Leopoldo Calvo Sotelo convocó las elecciones generales en esa fechas. La Ejecutiva de los obispos consideró que no era oportuno que el Papa llegara a España en plena campaña y con los socialistas en la cabeza de la carrera. Una comisión viajó a Roma para proponer la visita desde el 31 de octubre al 9 de noviembre, a lo que accedió la Santa Sede. A Calvo Sotelo no le gustó el cambio de fechas. «Un país como España no puede someter su calendario a las conveniencias de nadie, ni siquiera del Papa», espetó a los obispos, a los que tampoco gustó aquella reacción.
Una representación de los prelados se reunió, también, con Felipe González y Alfonso Guerra, dado que «se preveía que iban a ganar las elecciones», recuerda el cardenal. El encuentro se desarrolló en un ambiente de cordialidad. Fernando Sebastián lo resume con una frase de González: «Mientras gobierne el PSOE, el Papa será siempre bienvenido a España», les dijo. Cuando llegó Juan Pblo II, en efecto, los socialistas habían ganado las elecciones y Calvo Sotelo se mantenía como presidente en funciones.
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