Los abrazos prohibidos de los héroes de la pandemia
Doble sacrificio ·
Por miedo a contagiar a los suyos, muchos profesionales han abandonado su hogar para dormir en hoteles o pisosCuatro paredes extrañas, un inusual silencio, una soledad buscada, pero necesaria. Estar en primerísima línea de la lucha contra el Covid-19 tiene sus consecuencias ... físicas y emocionales. Los profesionales sanitarios y sociosanitarios corren un elevado riesgo de contagiarse, pero también de llevar el 'bicho' a sus hogares después de una larga jornada de trabajo tratando de salvar vidas o atendiendo a pacientes afectados.
Sus esfuerzos, descomunales, han mutado en esta pandemia. Muchos han temido infectar a sus seres queridos, y por ello, han tomado la decisión, nunca fácil, de aislarse en hoteles o pisos. Añoranza, sí, mucha, pero responsabilidad también. Varios profesionales relatan para este diario ese doble sacrificio personal que les ha llevado a autoimponerse medidas preventivas con el único propósito de proteger a los suyos.
Pese a que se han visto en la encrucijada de tener que rechazar el beso o el abrazo de un hijo o de alejarse de un padre o una madre mayor, están convencidos de que han hecho lo correcto para poner a salvo a los pilares de su vida. Porque el deber, en este caso, puede al querer.
Sonia Cuevas | Auxiliar de enfermería en IMQ Zorrozaurre
«Ahora lo pienso y ha sido un mal sueño»
No dudó en aislarse ante el aumento de casos. ¿La solución? Un cambio de casa con su madre
Han sido 21 días lejos de los suyos. Sonia Cuevas, auxiliar de enfermería en la clínica IMQ Zorrozaurre, ya ha vuelto a casa. «El ritmo en mi planta había bajado y tenía ocho días libres seguidos. Eso me dio seguridad. Cuando he vuelto ya no había pacientes Covid», explica esta profesional de 45 años.
Su marido y su hijo de 12 le esperaban con los brazos abiertos, aunque eso de no acercarse todavía lo llevan a rajatabla. Dio negativo, pero es prudente. De hecho, advierte de que «es importante hacer las cosas bien porque no es ninguna broma». En el momento más crítico de la pandemia, esta baracaldesa lo tuvo claro. Las camas de la clínica empezaron a llenarse con afectados por el patógeno y temió poder llevar la enfermedad a casa.
Su marido es dependiente y habló con el que es su gran apoyo, su madre, para cuidarle. ¿La solución? Un cambio de casa. «Lo más fácil era salir yo». Alejarse de su familia ha sido «un mal sueño». Le costó contárselo al crío, «el que peor lo ha pasado. Todos los días me decía que me cuidara».
Ha evitado contarle lo vivido porque ha presenciado escenas trágicas que le quedarán grabadas de por vida. Lo más duro de esta papeleta que le ha tocado librar ha sido «ver marchar a personas mayores sin que hayan tenido un ser querido cerca que les haya cogido la mano». Ha pasado «por bajones» y ahí el apoyo entre compañeros ha sido un bálsamo de aire fresco. «Hemos estado todos a una».
Dixon Madrid | Enfermero en el Hospital de Galdakao
«En el hotel comemos en mesas separadas por dos metros»
Recluido en el Hotel Seminario Bilbao, en Derio, asegura que este sacrificio es parte de su vocación
«Es nuestra vocación y nos lo hemos tomado como un esfuerzo más», afirma Dixon Madrid, enfermero en el Hospital de Galdakao. Lleva más de un mes sin ver a su madre y su hermano, sin poder recibir ese abrazo tan deseado. Con ellos convive en Llodio desde hace 11 años cuando llegaron desde Colombia.
Su madre es hipertensa. «Al ser grupo de riesgo no dudé en buscar un alojamiento. Si no, era jugársela bastante», apunta este joven de 28 años desde el Hotel Seminario Bilbao, en Derio, uno de los alojamientos puestos a disposición por el Departamento Vasco de Salud para sanitarios. Agustín y Edurne, los responsables de las instalaciones en las que pernoctan otros 15 profesionales, cuidan todo detalle y se preocupan por que sus improvisados huéspedes disfruten de una estancia lo más cómoda posible. «El trato está siendo excelente». En el hotel mantiene breves conversaciones con otros 'colegas', pero el contacto es muy limitado. «No coincidimos muchos en el comedor porque tenemos turnos diferentes, pero las mesas están separadas a dos metros de distancia».
Dixon ha mantenido el contacto con su familia de manera diaria. Aún no tiene fecha de vuelta. Confiesa que prefiere saberlo de un día para otro para no tener falsas esperanzas. «Estoy convencido de que aún queda tiempo pero lo que sí tengo claro es que iré a casa sin decir nada para que sea una sorpresa», asegura.
Merche Castrillo | Auxiliar de Enfermería en Birjinetxe y La Casa del Mar
«He sentido mucha soledad, solo pienso en abrazar a mi nieta»
Su hija le abrió los ojos y de un día para otro se fue con los bártulos a un piso de su hermana
Antes del confinamiento, a casa de Merche Castrillo y su marido llegaron unos inquilinos muy especiales: su hija, su yerno y la pequeña Alize, de un añito. Era una compañía temporal, pero bienvenida por poder tener cerca a la reina de la familia. Los planes se desbarataron. «Un mes más tarde nos pilló todo», cuenta esta auxiliar de Enfermería de 62 años, que ha trabajado en Birjinetxe, en Txurdinaga, y La Casa del Mar, en Santurtzi, centros sociosanitarios reconvertidos en hospitales Covid.
Estalló la alarma y su hija le abrió los ojos. «Me dijo: 'Ama, la única que sale eres tú'». Se cogió todos sus bártulos de un día para otro y se marchó al piso vacío de su hermana en Cruces. Lleva más de un mes. «He sentido mucha soledad, los primeros días fueron muy tristes. Ahora ya me he ido acostumbrando», señala. Las horas libres que le brinda las ha aprovechado: ha limpiado la casa, ha empezado un curso de Mindfulness que le regaló su hija... «No lo acababa de empezar porque me parecía un rollo pero ahora le he cogido el gustillo y me entretiene».
Se mantiene entregada a su trabajo, donde las han pasado canutas. «Al principio, mucho miedo y nerviosismo, pero ahora por suerte hay muchas altas», explica. Aunque se ha aficionado a las videollamadas para ver a diario a su familia, ella solo piensa «en reecontrarme con mi nieta. Lo más duro ha sido no verla. No soy de llorar, pero me saldrá por la alegría».
Izaskun Olivares | Responsable asistencial y de Enfermería en la residencia Olimpia
«Antes de hacer las maletas ya dormía sola en una habitación»
El día que se marchó «estaba muerta de miedo, pero lo tenía que hacer», afirma esta profesional
«Se veía la que iba a venir». Izaskun Olivares fue previsora. Vecina de Gernika de 41 años, trabaja en la residencia de mayores Olimpia, en Indautxu. Los casos de Covid-19 en este centro empezaron a dispararse en marzo y tomó las primeras medidas. «Antes de hacer las maletas ya dormía sola en una habitación», explica. Un par de semanas después, y por medio de «una decisión consensuada» con su familia, optó por recluirse junto a varios compañeros de trabajo en un apartamento en la residencia. Ahora se aloja en un hotel en Sondika facilitado por Diputación.
Separarse de su marido, su padre y sus dos hijos, Ane y Jon, de 11 y 6 años, no fue tarea fácil. «Quería estar con ellos pero no la quería liar. Les puse buena cara y les decía que era lo que teníamos que hacer, pero por dentro, muerta de miedo», confiesa. La situación está algo más tranquila después de semanas muy convulsas. En este centro han sufrido la pérdida de algunos residentes. «Ha sido lo peor». Quienes regresan del hospital, en cambio, «son un chute de energía».
A su juicio, mantener una «actitud positiva» es clave. No tiene aún fecha de vuelta a casa y su ausencia empieza a pesar entre sus retoños. «El 'peque' me pregunta todos los días que cuándo voy a volver». Las videollamadas y alguna escapadita al hogar han ayudado a sobrellevar mejor esta situación. «He ido totalmente forrada, pero es muy duro decirle a tus hijos que no te den un beso».
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