Hazlo fácil
Don Xabier siempre aportaba un matiz que estaba presente pero era invisible para el resto, ese punto de vista que solo lo tiene quien pone pasión en lo que hace
Entré de manera sigilosa, con toda mi adolescente atención puesta en no hacer ni gota de ruido. La pequeña puerta a la izquierda, pasando el ... cuarto del bedel, que daba acceso al entonces templo del baloncesto alavés del Pabellón de Landázuri, apenas estaba abierta para el primer entrenamiento de aquel ilusionante Caja de Álava 1984-85, que lo iba a dirigir Xabier Añua. Poco antes me dijeron: «tienes que ir a verle entrenar». Que se transformó más que una recomendación en una inocente obligación: «tengo que ir a verle entrenar».
Me senté justo en los primeros peldaños de madera de aquel, hoy inexistente, pequeño graderío del fondo de Landázuri, pegado a la pared, donde mejor se veía cada detalle de esta histórica pista. Llevaba un cuaderno pequeño y un lápiz. Me limité a estar atento a cada momento. Mis miradas dejaron de enfocarse en jugadores como Essie Hollis, Terry White, Pablo Laso, Josean Querejeta, Alberto Ortega, Aitor Zárate o Iñaki Garaialde (mi profesor y entrenador entonces), para fijarme con la inocencia de un aprendiz de catorce años en la manera de comportarse de aquel entrenador de quien tanto me hablaron en casa y en mi diminuto entorno del basket alavés.
Solo miraba a Xabier, que a su vez observaba a sus jugadores, sin levantar la voz, con una sonrisa en su cara cada vez que señalaba una acción o corregía a sus pupilos. Dejé de tomar notas de los ejercicios, no hacía falta, simplemente había que estar atento, escuchar sus correcciones y ver su trato exquisito, esa virtud que tan pocas personas tienen y más cuando tienes a tu cargo precisamente a personas, no a meros jugadores.
He pasado por un momento así recientemente y ahora que nos ahogan la pena, la tristeza y los recuerdos aparecen al mismo tiempo la alegría, el honor y el orgullo de haber podido convivir minutos con Xabier Añua, menos de los deseados probablemente por ese reparo a «molestar» a una persona que siempre te regalaba respuestas que te llevabas después a tu casa rumiándolas como diciendo «si es tan fácil por qué lo hacemos tan difíci».
Somos en el presente lo que fuimos construyendo con los pilares del pasado y uno de ellos era sostenido con delicada firmeza por Xabier Añua a quienes queríamos labrar un camino en el mundo de enseñar baloncesto. Él encabeza un frondoso árbol genealógico de entrenadores locales, y nacionales, haciendo un espacio al basket alavés con la humildad del territorio a la par que la exigencia y el máximo detalle que este deporte nos ha enseñado, nos enseña y ojalá lo siga haciendo en el futuro. Xabier, Don Xabier mejor, siempre aportaba un matiz que estaba presente pero era invisible para el resto, ese punto de vista que solo lo tiene quien pone pasión en lo que hace, en lo profesional, en el hobbie o en lo personal, donde en su caso el baloncesto cumplía esos tres universos.
Cuando se celebró la Final Four de la Euroliga en Vitoria-Gasteiz en 2019, le propusimos que fuera protagonista del testigo que entregaba el legado unido al basket de nuestra ciudad. Nos retó con la pregunta «¿y por qué yo?» a la que solo encontramos una respuesta: «Hoy no estaríamos aquí sin ti, Xabier»; sonrió una vez más. Esa sonrisa que contagiaba a quienes estábamos a su alrededor, esa anécdota que encerraba una lección para el futuro, una nueva historia que residía en el cofre de los recuerdos de verdad para demostrar una vez más el amor por este deporte que tanto nos dió, que tanto nos da y que él, desde su ejemplo nos regalaba. «Hazlo fácil», decía; y el resto siempre buscábamos otra pregunta porque tenía que haber otro secreto. Y él insistía: «hazlo fácil». Lo intentaremos, Don Xabier, lo intentaremos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.