Las frías sensaciones del Baskonia
En el conjunto azulgrana 2024-25 lo común era la inconsistencia. Costaba reconocer la personalidad y el estilo del equipo
Ya no es como era, antes se asumían más riesgos para determinar objetivos y retos, incluso se les ponían cifras, se cuantificaban. No era meramente ... una promesa sino un compromiso, el listón a superar. Se replanteó después que quizá fuera demasiado arriesgado así que era mejor optar por marcarlo de manera cualitativa. Ya no era tanto determinar quiénes y cuántos, sino los cómo. Esto ya de por sí más que ambiguo o general, facilitaba la respuesta al final. Pasaba a depender más de los puntos de vista que de las certezas.
Todo comenzó por septiembre con muchas y renovadas ilusiones, tantas que llegó un momento en el que se llegó a pensar «no puede salir mal». Semana a semana, ese compromiso, aunque fuera cualitativo y alimentado de esperanzas como factor de crecimiento, tocaba tierra removida en la competición. Cada año, lo sabemos bien, la exigencia es mayor, más física, con mayor mentalidad y con una sensación de que la identidad de los equipos se tiene que reforzar en las victorias para ganar continuidad y al mismo tiempo que te permita mejorar tras las derrotas. El eje es más fijar no cómo ganar, sino sobre todo cómo perder, precisamente por eso: tener personalidad, realimentar ilusiones y crecer en cada encuentro.
La evidencia del resultado nos ha demostrado que la irregularidad ha sido una constante, que Baskonia no lograba encadenar encuentros ni resultados positivos seguidos, e incluso que en cada partido, donde se celebran a su vez pequeños encuentros, esa inconsistencia era lo común. Mejorar el rendimiento así, lo dificultaba más, costaba reconocer esa personalidad que se creía tener y donde se pensaba disponer de una serie de pilares del juego sólidos sobre los que fijar esa competitividad, a veces cambiaban y sus protagonistas se diluían en cada encuentro. Si es cierto que los resultados son la consecuencia de una manera de afrontar los retos, había ahí un desajuste.
«¿Ha salido mal?», nos preguntaremos. Quizá mal no sea ni el adjetivo ni el sustantivo preciso que defina la temporada. Pero si retomamos esa idea inicial de los objetivos anuales, cuantitativos -acudir a la Copa del Rey, entrar en Play-In o Top 8 de Euroliga y alcanzar las Semifinales ACB-, no se han conseguido. Si entendemos lo cualitativo, esa manera por la que alcanzamos dichos objetivos, reconoceremos que tampoco ha salido bien. Jugadores con rendimiento desigual con impacto exiguo, irregularidad de manera común, pilares del juego sin expresarse del todo, como la defensa y las transiciones, días de derrotas demasiado inesperadas, triunfos por otro lado muy destacables y optimistas, y de nuevo ese desequilibrio que impedía predecir qué pasaría el próximo partido.
El Baskonia de Pablo Laso -quizá este fue uno de los desequilibrios, personalizarlo en demasía- tuvo bastantes momentos de juego positivo que alimentaba esa conexión, pero el péndulo viajaba tan rápido al lado opuesto que surgía de nuevo la incredulidad: ¿cómo es posible? En esa interacción que se produce entre entrenador y jugadores, sin hablar de culpas, parece que no se ha dado con esa conexión que redunde en la mejora y beneficio colectivo y sus resultados. Se ha transitado por lo pragmático, pero no se ha llegado a esa sensación de la mejora continua de lo individual desde lo colectivo, y poco a la solidez de un estilo reconocible y con soluciones colectivas que permitieran competir mejor que el contrario cada semana. Y así se ha llegado a un final en resultados y sensaciones que ha dejado más frío en general en tiempos donde se desea y se requiere bastante más calor.
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