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Un talento se tiene o no se tiene. Es probable que con esfuerzo y cierta introspección podamos descubrirlo, pero es tan cualitativo que no está, digamos, generalizado. Es cierto que todas y todos tenemos un talento, cual sea, que nos diferencia frente al resto en ... algún aspecto de nuestra vida personal o profesional. Entre muchos de estos talentos hay uno que llama la atención: el de la oportunidad.
Déjeme decirle que en esta edición de la Copa ACB este talento de la oportunidad se ha vuelto a mostrar como imprescindible. La Copa es una competición que, desde que se anuncian los equipos participantes hasta que se celebra, pasan unos días que nada tienen que ver con el momento inicial. Es perfecto terreno abonado para que la oportunidad se manifieste. Un talento se distingue porque surge como algo natural, que fluye, cumple su función y se va sin hacer ruido como quien se va de una fiesta en pleno jolgorio después de haber logrado animar el ambiente. Aparece sin aviso, sin provocarlo, sin forzarlo.
Este talento de la oportunidad tiene mucho que ver con ese medidor cruel y exagerado que es la expectativa. En el deporte profesional, y en lo personal, se da mucho. La expectativa tiene mucho de exaltación, de griterío. La oportunidad está ahí, agazapada, esperando su instante preciso para hacer aparición. La expectativa le inquiere: '¡Venga, tú. Haz que pasen cosas!'. Mientras, la oportunidad observa atentamente el terreno para reconocer si es o no su momento.
Murcia y Manresa tuvieron su oportunidad pero les faltó la complicidad del tiempo para surtir el efecto deseado. Ambos compitieron muy bien pero la oportunidad se adelantó un tanto y alteró el estado de sus contrincantes, precisamente enfrentándose a ello.
Al Unicaja le pasó parecido, con la salvedad de que su expectativa era mayor que el resto. Su trayectoria reciente invitaba a la oportunidad a sentirse cómoda, pero ésta no apareció cuando debía. No encontró su momento, se atascó sin reacción para lograr ese equilibrio perfecto entre oportunidad, expectativa y resultado. Sorprendentemente, su ausencia alimentaba el desánimo malagueño mientras crecía en el Tenerife, que sí supo saber cómo, cuándo y de qué manera percutir sobre el rival, de la misma manera con la que fue golpeado con dureza por el inmenso acierto del Barcelona en la semifinal.
El Real Madrid, me temo, acude a clases particulares sobre oportunidad. La trabaja, tiene controles constantes y exigentes, de modo que cuando llega a momentos de máxima competitividad, sabe que con trabajo, el complemento perfecto al talento, puede hacerla aparecer. De manera individual el primer día, colectiva en semifinales contra el Valencia, y de forma reducida en la final frente a Barça. El Madrid explotó hasta la última gota de los ingredientes de los que se compone la oportunidad.
Si tuviéramos que llevarnos una lección para ser aplicada a posteriori, es que talento y trabajo van de la mano. No es casualidad que el esfuerzo aclare el camino que recorre la oportunidad. También es importante reconocer que la oportunidad forma parte del proceso de una temporada, que hay que estar cuando hay que estar y como hay que estar. Esto solo es posible si día a día explotas y exploras al máximo ese talento. Porque el talento existe, sin duda, lo que necesita es que pueda expresarse en esos momentos de la verdad: el Madrid lo hizo, una vez más; al resto le queda camino por recorrer.
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