El fútbol con sus caprichos nos ha puesto ante el espejo en apenas cinco días. Y en ese espejo hemos visto reflejada la imagen de ... una afición que se tiene por distinta pero empieza a parecerse peligrosamente a la de cualquier otro equipo, con sus urgencias, sus filias y sus fobias. El seguidor futbolístico es de por sí ciclotímico y sus estados de ánimo oscilan como un sismógrafo en pleno terremoto en función de los resultados de su equipo. Pero al aficionado del Athletic se le supone un plus de rigor y paciencia por la excepcionalidad de su equipo. No es cosa de ponernos tremendos y exclamar como Cicerón, ¡o tempora, o mores!, para lamentar los males de los tiempos modernos, pero algunas reacciones dan qué pensar.
Me estoy refiriendo a los silbidos que tuvo que escuchar Iñigo Córdoba en el último partido de San Mamés y la ascensión al pedestal de los elegidos de Unai Simón por su partidazo en Villarreal. Hablamos de dos chicos de 22 años que entre ambos no suman 100 partidos en Primera.
Se dirá que Córdoba no es el primer futbolista al que censura La Catedral y alguno incluso ha recordado por ahí que ilustres como Rojo o Sarabia tuvieron que escuchar música de viento en la catedral. La diferencia está en el momento en el que lo hicieron. Una cosa es que el personal se enfade con un futbolista contrastado y otra que lo haga con un casi recién llegado.
Córdoba está en su tercer curso en la élite, pero se diría que este año está sufriendo con retraso ese misterioso mal de la segunda temporada que indefectiblemente hace bajar la curva de rendimiento de todos los futbolistas que brillaron en su debut. En su caso, hay que añadir el estilo de juego del equipo y lo que le pide Garitano. Porque hablamos de un extremo que dedica buena parte de su esfuerzo a tareas defensivas. Sus errores con el balón se compensan con todo lo que aporta cuando no lo tiene; el problema es que lo primero se aprecia a primera vista y lo segundo se oculta en lo que los viejos cronistas llamaban trabajo oscuro, ese que no se ve pero tanto agradece el equipo.
Probablemente, el veredicto popular ya ha incluido a Córdoba en el grupo de los futbolistas discutidos y tendrá que arrastrar esa etiqueta durante toda su carrera como rojiblanco. En San Mamés siempre ha habido jugadores que han caído en gracia desde el primer día, y futbolistas para los que cada minuto que han estado en el césped ha sido un examen final.
También Unai Simón empezaba a ser objeto de discusión después de su actuación ante el Atlético y su fallo contra el Valladolid aunque, en su caso, el puesto que ocupa aplazaba el veredicto. Su soberbio desempeño en Villarreal ha invertido la tendencia y seguro que el domingo escuchará una ovación cuando vaya a ocupar su portería. Estaría bien que también la escuchara cuando falle, que fallará, porque no olvidemos que sigue siendo un portero de 22 años.
El público tiene todo el derecho del mundo a expresarse, faltaría más; de hecho este es uno de los escasos derechos que todavía les quedan a los que pagan la función. Pero no estaría de más un momento de reflexión para recordar que el Athletic sigue siendo muy distinto a todos esos equipos tan deslumbrantes que vemos casi a diario en la tele, que cada año cambian a media plantilla para que el personal no se canse de ver siempre las mismas caras y siga manteniendo el negocio. Esto, el Athletic, es otra cosa; o al menos eso decimos.
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