Nuevos tiempos en San Mamés
En el viejo San Mamés, el humo de los puros y el trasiego de las botas formaban parte del paisaje. Eran otros tiempos. Aquellos en los que el Athletic era conocido como el rey de Copas. Ahora, simplemente no se sirven más
Patxi Alonso
Domingo, 1 de mayo 2016, 20:54
Un viejo profesor de la calle me dijo una vez que hay tres placeres en la vida: una copa antes y un cigarro después. En ... Bilbao, en medio está el Athletic. En el viejo San Mamés, el humo de los puros y el trasiego de las botas formaban parte del paisaje, junto a los paraguas, las txapelas o el marcador simultáneo con los carteles de camisas Ike o seguros Finisterre. Definitivamente, eran otros tiempos. Aquellos en los que el Athletic era conocido como el rey de Copas. Ahora, simplemente no se sirven más. La última y nos vamos. La polémica interpretación de la Ley de Adicciones, aprobada el pasado 7 de abril, y que prohíbe la venta de alcohol en las instalaciones en las que se celebren competiciones deportivas ha generado un revuelo considerable entre el personal. Y es que ya dijo Baudelaire que el trabajo nos da días prósperos, pero es el vino el que nos da domingos felices. En el futuro, en los domingos futboleros los únicos malos humos serán los de los afectados por estas medidas.
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Mientras en el césped se respiran aires de bonanza, en las gradas el asunto anda más revuelto. Entre el sempiterno asunto de la lluvia (solo falta conocer la opinión de Pepe Gotera y Otilio), la ubicación de una grada de animación que cada día está más animada, y ese anillo o zona VIP con más asientos libres que el Congreso en las vacaciones de Semana Santa, a la actual junta le crecen unos enanos muy revoltosos. El asunto del tabaco y el alcohol da juego. Ya se sabe que ninguna gran historia comenzó con alguien comiendo una ensalada. Personalmente, llevo años soportando los humos ajenos con estoicismo, pero también con la comprensión de quien vio en su propia casa lo difícil que es resistirse a la compañía del cigarro o el puro, y más en situaciones de tensión (la que acompaña a cualquier forofogoitia cuando vive con intensidad los partidos de su equipo del alma). En el asunto del alcohol, lo fácil es alinearse con quienes defienden la versión más restrictiva de la norma, y nos tocan la fibra a los que no contamos con ningún privilegio en nuestras localidades, aunque coticemos desde hace más de cuarenta años (como es mi caso).
Pero, qué quieren que les diga, aunque yo también me siento más cómodo alineado con las míticas cuadrillas de bota y bocata, detecto un tufo de oportunismo, o de populismo, en determinados ataques. Cuando los más airados son de algunos políticos en precampaña, ni les cuento. No todo en los palcos es lujo y glamour (que también). Qué me dicen de aquellos socios que haciendo un esfuerzo pagaron una pasta gansa por el privilegio de acceder a la zona VIP y a los que ahora les cuentan que el jamón de bellota entra mejor con Coca Cola Suena a timo de la estampita en versión futbolera. Desde luego, no invita a pensar que el problema de la escasa ocupación de los asientos VIP vaya a mejorar con semejante noticia. Menos mal que la norma no afecta aún a las sedes sociales, porque en Ibaigane el encargado de contentar a todas las partes en esta encrucijada podría estar tentado a darse a la bebida (motivos no le faltan). A veces no basta con hacer las cosas razonablemente bien, o incluso más que eso. Y es que hay asuntos (¿se acuerdan de los sorteos para las finales?) en los que puedes actuar con transparencia, cordura y neutralidad suiza, pero siempre habrá alguien que se sentirá damnificado.
Solo espero que la remodelación del anillo que 'cubre' a nuestro nuevo hogar acabe con esas penosas imágenes de desbandadas y pasillos ocupados, indignas de un estadio cinco estrellas. Ya sabemos que es un estadio abierto y que en Bilbao llueve (hasta ahí llegamos, gracias). Pero también lo sabía Calatrava cuando diseñó el Zubi Zuri o la terminal de llegadas de La Paloma. Y es que las chapuzas son chapuzas, aquí y en Sebastopol. Lo triste es que nadie se decida a explicar de quién es la responsabilidad última de lo sucedido, y más cuando uno sospecha que no corresponde a quienes están en el ojo de la tormenta. En fin, como sentenció el mítico George Best cuando dejó el alcohol, aquellos fueron los peores quince minutos de su vida. Ahora serán noventa, cada quince días.
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