Sin novedades después del parón
Sobran los dedos de una mano para contar buenos partidos de los rojiblancos en el campo del Elche
El fútbol da y quita y a lo largo de una competición como la Liga las justicias y las injusticias, relativas o reales, se suceden ... sin solución de continuidad hasta quedar compensadas, o al menos eso dicen. El Athletic ha perdido este año algunos puntos que tenía en el bolsillo por un accidente o alguna mala jugada del destino. Aquel gol inverosímil del Alavés o la expulsión de Vivian en Valencia que marcó el devenir del partido, se recuerdan sin forzar mucho la memoria.
Ante el Elche, sin embargo, los rojiblancos sumaron un punto que sólo merecieron porque cumplieron con profesionalidad con su horario laboral. Desde que ficharon a la llegada al Martínez Valero hasta que el árbitro dio por terminada la jornada corrieron, chocaron, sudaron y cumplieron con su reconocido espíritu destajista. Jugar al fútbol, lo que se dice jugar entendiendo el asunto como mover la pelota con sentido, dársela al compañero mejor situado o enlazar tres pases consecutivos, pues la verdad es que jugaron más bien poquito, así que el empate sin goles era no la mejor, sino la única opción a la que podían aspirar.
Puestos a tratar de comprender lo que pasó en el campo ilicitano, podemos apelar a algunas circunstancias atenuantes que harían más digerible no el marcador, que fue positivo, sino el desarrollo del partido. El calor y la hora son las que saltan a primera vista, aunque no son las más determinantes, ni mucho menos.
La tradición, el conjunto de costumbres que se transmiten de generación en generación y acaban convirtiéndose prácticamente en una obligación. Ahí sí que podemos considerar uno de los factores decisivos para que el partido desembocara en el espectáculo que nos ofrecieron los rojiblancos.
Desde que el Elche se estrenó en Primera en 1959, el Athletic ha cumplido con la tradición de dar un rendimiento bastante escaso primero en Altabix y desde 1982 en el Martínez Valero.
Independiente del resultado final, del momento de juego de los dos equipos o de la trascendencia de los puntos, sobran los dedos de una mano para contar buenos partidos de los rojiblancos en campo ilicitano. Con recordar que solo ha ganado en cinco de sus veintisiete visitas está todo dicho.
Esta vez al menos el Athletic tuvo la fortuna de encontrarse con un árbitro debutante que no se amilanó ante las reiteradas protestas de los jugadores locales y el público, eso también forma parte de la tradición, y hasta tuvo la personalidad suficiente para desdecir a su colega del VAR que le metió en un buen lío en la jugada entre Vivian y André Silva en la que se pidió la expulsión del central. Los árbitros también dan y quitan.
Las costumbres, incluso las malas, se pueden corregir. Este domingo no fue el caso. En medio de este sinvivir que sufre Valverde con el calendario, el técnico decidió dejar en el banquillo a los Williams para formar un ataque con Navarro y Berenguer por los costados con Sancet por detrás de Guruzeta. No era una alternativa descabellada, ni mucho menos, si los protagonistas hubieran estado a un nivel aceptable.
Pero la alternativa no funcionó, salvo por el lado de Berenguer y solo a ratos. No hay novedades después del parón. Robert Navarro y Guruzeta, que se quedaron en la caseta en el descanso, fueron dos futbolistas trasparentes. Sancet aguantó un ratito más en el campo, pero como si no hubiera estado. A Nico se le vio algún brote verde, poca cosa, y su hermano volvió a estar negado en la resolución. Rego, que es joven y no debe de conocer todavía las costumbres de la casa, fue el que proporcionó algunas pinceladas de color en medio de la grisura general en los veinticinco minutos que estuvo en el campo.
El Elche de Eder Sarabia se ha ganado justa fama de equipo que mueve la pelota con gusto y paciencia, tocando siempre desde el portero, lo que este domingo, por cierto, le proporcionó un buen susto. Pero al margen de ese accidente, el Athletic fue incapaz de entorpecer la dinámica de un rival que llegaba con comodidad hasta la línea de tras cuartos, bien tocando por dentro para superar a la pareja Galarreta-Jauregizar, siempre en inferioridad numérica, como por las bandas, aprovechando las caídas de los delanteros.
Al Athletic le sostuvieron los centrales y el portero. El equipo ya agradece la serenidad y el poso de Laporte y agradecería más una versión más pausada de Vivian, a veces demasiado vehemente. A Unai Simón le bastaron dos paradas, de mucho mérito ambas, para sellar la portería, y es que el Elche, al fin a la postre fue un equipo de fuegos artificiales, muy bonito pero poco contundente en el área.
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