Un equipo despistado que cayó en el barullo
Sivera sólo entró en calor al final, cuando el Athletic atacó a la desesperada en busca del empate
Que el partido ante el Alavés tenía mala pinta lo sabían hasta en el Perú. Y no por la entidad del rival, precisamente, sino por ... la sucesión de acontecimientos en el Athletic y su entorno en los últimos días. En Bilbao se venía hablando de todo menos de fútbol propiamente dicho durante toda la semana. Primero fue que la 'operación Laporte' se había ido al traste en el último minuto, después la lesión de Nico Williams con la selección, un asunto del que se podría seguir hablando largo y tendido, por cierto, y, finalmente, de la resolución feliz del fichaje del central.
El Alavés y el partido estaban en un plano tan secundario que todavía el viernes Valverde tuvo que hablar mucho más de los asuntos colaterales que de la planificación de un partido tan importante como cualquiera de los que va a disputar el equipo a lo largo de la temporada. Achacar la derrota solo a que no se habló del choque los días previos puede sonar exagerado, aunque sea ésta otra de esas leyes no escritas pero de cumplimiento prácticamente inexorable que abundan en el fútbol.
Cómo sería la cosa que ni siquiera la inminente visita del Arsenal en la reentré del Athletic en la Champions ha estado mereciendo una atención especial. Nadie habló de lo que se suele hablar en estos casos; de posibles rotaciones, de cómo afrontar el doble compromiso, de la amplitud de la plantilla… En fin, de todas esas cosas que contribuyen a ir creando ambiente, a focalizar el objetivo, a ponerse en situación para presentarse en San Mamés con el cuchillo entre los dientes, en definitiva.
Así que con todo esto por delante, el Athletic saltó al campo bastante despistado, tanto que en los primeros minutos, lejos de intimidar al Alavés, le permitió desenvolverse lejos de su portería, presionando para tratar de provocar algún error fatal de los rojiblancos en el manejo del balón, objetivo que logró, por cierto, antes del primer minuto, cuando Berenguer y Areso fallaron dos pases consecutivos que no tuvieron mayores consecuencias, pero daban alguna pista de por dónde podían ir los tiros en adelante.
Y en adelante, el partido se desarrolló casi siempre como quiso un Alavés que este año ha incorporado a algunos futbolistas solventes y con oficio, que con el paso de los minutos fue cediendo metros sin que por ello temiera por la integridad de su portería. De hecho Sivera no tuvo que hacer una sola parada. No entró en calor hasta el tramo final del partido, cuando el Athletic se lanzó a la desesperada en un intento vano de rescatar al menos un punto.
Esta vez al Athletic no le bastó su proverbial constancia para encauzar el partido. Hacía falta algo más para superar a un rival ordenado, que venía con la lección aprendida y que vio facilitado su trabajo por el aturullamiento de los rojiblancos. Por resumirlo en dos palabras, podríamos decir que el Alavés fue un grupo aguerrido y el Athletic un equipo obtuso, que casi nunca consiguió enlazar tres pases seguidos con algo de sentido.
Con Iñaki Williams jugando con las botas de madera, Sancet encerrado sin espacios y Guruzeta jugando más de espaldas que de cara a la portería, Berenguer era el único que ponía las ideas y algo de fútbol; poca cosa hoy en día para doblegar a un rival que siempre supo hacer lo que más le convenía.
Y en estos casos, no me pregunten por qué, el golpe de mala suerte suele acudir puntual a su cita. Un centro de Denis Suárez tocó en Berenguer y el balón dibujó la parábola precisa para superar a Unai Simón y colarse por el segundo palo. Si hasta entonces el Alavés se había movido como pez en el agua en el barullo, con la ventaja en el marcador convirtió el partido en una sucesión de disputas y pleitos en los que los rojiblancos terminaron por perderse, por si no estaban suficientemente desorientados.
Si el partido tuvo unos prolegómenos que hacían temer lo peor, el epílogo de la derrota fue simplemente indescriptible. Más le vale a Valverde tratar de centrar a los suyos en el rectángulo de juego en los tres días que restan para recibir al Arsenal, que no es precisamente el Alavés.
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