Lo que se dice una victoria sufrida
Cuántas veces se habrá escrito desde que se inventó el fútbol eso de la victoria sufrida! Es una de las gracias de este deporte que ... levanta tantas pasiones. Aunque muchas veces pueda parecer lo contrario, la cantidad de cosas que pueden pasar a lo largo de noventa minutos convierten cada partido en toda una vida. El del Insular, por ejemplo, fue uno de esos que te restan años o, cuando menos, te suman canas.
Cuando el árbitro pitó el final del partido, más que celebración por la victoria hubo una sensación de alivio en el bando rojiblanco porque por fin terminaba la agonía de los últimos minutos. El triunfo fue una escalada por la cara norte, un reto a la fortuna, un desafío al destino, como si los de Valverde hubieran elegido hacer difícil lo que al principio pareció sencillo, como si se empeñaran en regalar una vida extra al rival cada vez que le tumbaban en la lona.
La imprevisibilidad siempre es un atractivo añadido. Saberte el final resta interés a cualquier espectáculo, por eso tememos tanto al spoiler cuando estamos viendo una serie. El desenlace del partido del Insular fue un enigma hasta el último segundo. Hubiéramos agradecido el mismo final con algo menos de intriga, pero daremos por bueno el ejercicio de cardio que hicimos en el sofá desde que Jauregizar vio la tarjeta roja hasta el final, casi cuarenta minutos de sobresalto continuo, porque el Athletic se empeñó en un circense de más difícil todavía.
Decíamos que a lo largo de noventa minutos de fútbol podemos entender cabalmente el concepto de eternidad. Cualquier cosa puede pasar y nadie está a salvo de un accidente. Puede llegar en forma de un autogol, de una jugada desgraciada o de un rebote inoportuno. Ayer se presentó en forma de expulsión. Llevaba el Athletic casi una hora dominando la situación, jugando comodísimo acolchado en dos goles de ventaja en el marcador que habían aturdido del todo a un Las Palmas bastante blandengue y deslavazado, cuando llegó la jugada de la expulsión, que tuvo como corolario el primer gol de los canarios, doble golpe de efecto que desató un capítulo final de vértigo.
El Athletic de la primera media hora nos había recordado mucho al equipo mandón del año pasado. La presencia de Galarreta, ¡qué bueno que volviste!, la omnipresencia de Sancet y la movilidad de Iñaki Williams estaban haciendo trizas el endeble sistema defensivo de los amarillos. Cualquier espectador neutral y, sobre todo, desconocedor de lo que puede ser capaz el Athletic en determinadas circunstancias, hubiera cambiado de canal convencido de que el desenlace del partido estaba más que cantado en el descanso.
En un instante se produjo el giro de guion. En menos de lo que se tarda en contarlo el Athletic se vio con uno menos en el campo y su ventaja reducida a un gol. Tocaba sufrir y lo hizo durante veinte largos minutos hasta que, en una jugada aislada, llegó el tercer gol que, en condiciones normales, hubiera cerrado definitivamente el partido. Incluso con uno menos, ese gol de Paredes debió ser el mazazo definitivo para los locales. Pero hablamos del Athletic, quizá el equipo menos dotado para la especulación a favor de marcador y cronómetro.
Las Palmas nunca ha sido ni es un equipo aguerrido y combativo precisamente, pero se creció casi obligado por la generosa oferta del Athletic, incapaz de retener el balón y que acabó encajonado en su propia área, como le ha ocurrido, por cierto, casi siempre que se ha quedado en inferioridad.
Afortunadamente, la montaña rusa en la que se convirtió el tramo final del choque acabó bien, sin más accidentes por mucho que los rojiblancos tentaran a la suerte encerrados en torno a la portería de un Agirrezabala que tuvo paradas de mérito, pero que no se lució precisamente en los dos goles.
Fue lo que se dice una de esas victorias sufridas que al final dejan más una sensación de alivio que de alegría porque se rozó la tragedia. Y es que no ganar el partido de ayer hubiera sido una verdadera tragedia para un Athletic que durante muchos minutos nos hizo recuperar la sonrisa y que vuelve del parón con mejor cara que con la que se fue, incluso a pesar de su rictus de sufrimiento del tramo final.
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