De las 11.970 transferencias en el mundo sólo ha fallado la de Laporte, ¡vaya por Dios!
El aficionado se pregunta cómo es posible que una negociación que parecía encarrilada haya acabado en un fracaso histórico
El fiasco del fichaje interruptus de Aymeric Laporte nos remite directamente a nuestros mayores cuando nos reconvenían por nuestra pereza: no dejes para mañana lo ... que puedas hacer hoy. Entonces desconocíamos que eso era procrastinar como sabemos ahora. Alguien o algunos, no lo sabemos todavía, no ha hecho caso del consejo en el asunto que nos ocupa, lo ha dejado todo para última hora y para cuando iba a entregar los papeles se ha dado cuenta de que le faltaba la póliza y el estanco ya había cerrado.
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El Al-Nassr se quería desprender de Laporte, como dejó claro su entrenador apartándole de la concentración de verano y anunciando que no contaba con él. Laporte quería salir de un equipo en el que al parecer ya había hecho todo lo que tenía que hacer, y el Athletic estaba deseando reclutarle. Faltaba por resolver el fleco del año de contrato que le restaba con sus 25 millones que quedaban bailando, nada que no se pudiera arreglar en una negociación desarrollada con buena voluntad.
Pero el desenlace no ha sido el que todo el mundo esperaba, algo ciertamente inaudito. La FIFA ha certificado este mercado de verano un total de 11.970 transferencias en todo el mundo. La única que ha fallado es la de Laporte, ¡vaya por Dios! El último párrafo del comunicado que publicó el Athletic el pasado miércoles pide paciencia: «El Athletic Club, en su compromiso por la transparencia y una información veraz a sus socios y socias, dará todas las explicaciones una vez agotadas las vías de resolución de la situación actual», reza el texto oficial, una mezcla de relato cronológico, declaración de intenciones –«el Athletic Club sigue trabajando para llevar a buen fin la voluntad de las tres partes (Al-Nassr, jugador y Athletic Club) y está estudiando todas las posibilidades dentro del marco legal existente»–, y llamamiento a la calma –«de no producirse finalmente la incorporación del jugador D. Aymeric Laporte al Athletic Club, los acuerdos quedan sin efectos de ningún tipo entre las partes»–. O sea, que la caja de Ibaigane permanece cerrada y no hay pago alguno a los árabes.
A falta de información, al aficionado rojiblanco le queda la especulación. En el mundo del fútbol, ese territorio en el que siempre se vive deprisa, demorar la información a un futuro indeterminado cuyo límite más alejado sería la Asamblea de Compromisarios es un ejercicio ocioso pero, en este caso, obligado, porque de una lectura entre líneas de su comunicado se deduce que el Athletic no desespera de reconducir la situación en un futuro y eso implica no señalar a nadie con el dedo ahora, no se vaya a molestar.
Lo fácil a bote pronto es culpar a los árabes. Si la transferencia no pudo realizarse «por razones ajenas y por factores externos fuera de su control», como dice el Athletic, las miradas se tienen que dirigir a los otros dos actores de la tragicomedia, porque aquí, de momento, ni siquiera tenemos un fax al que culpar como hizo el Real Madrid cuando se quedó sin De Gea. ¡Cómo nos reímos entonces y qué cara se nos ha quedado ahora!
Lo que tiene difícil explicación es que, siempre según el comunicado, el acuerdo definitivo no se alcanzara hasta el mismo día 1 de septiembre. ¿No hubo tiempo todo el verano y, sobre todo, no hubo alarma en el Athletic cuando al asunto de Yeray se le sumó la lesión de Egiluz? Atribuir al club rojiblanco el papel de mero observador del pleito que mantenía Laporte con su equipo tiene algo de ingenuidad interesada. El Athletic era algo más que un tercero; era parte interesada y, por lo tanto, susceptible de intermediar de alguna manera. Puede haber dos razones que expliquen la demora hasta el último día: una hipotética, aunque poco entendible, voluntad saboteadora del Al-Nassr, que en último término culminó con el retraso fatal en el papeleo, o que Laporte o el Athletic, o ambos, erraran el cálculo estirando la cuerda en la negociación.
Los romanos solían buscar al sospechoso haciéndose una pregunta: 'cui prodest?', o sea, a quién beneficia lo que ha ocurrido. En el caso que nos ocupa, más que preguntarnos a quién beneficiaba tanta demora para alcanzar un acuerdo, deberíamos cuestionarnos quién es el más perjudicado por el fracaso: Laporte, que jugó su último partido el 30 de abril, no podrá volver a jugar como mínimo hasta enero y ve alejarse el tren de la selección y del próximo Mundial; el Al-Nassr, que se ha quedado con un jugador que no quiere al que tiene que pagar 25 millones de euros, que son un pico incluso para los árabes; o el Athletic, que se ve condenado a disputar toda la liguilla de la Champions y cuatro meses de Liga con solo dos centrales específicos.
El atónito aficionado rojiblanco, que ahora mismo está más para jurar en arameo que para latinajos, se sigue preguntando qué demonios ha pasado para que una negociación que parecía encarrilada hace dos meses haya desembocado en un fracaso histórico.
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