Sarabia y el Olentzero
Hay ilusiones que nos devuelven la infancia. Al lugar del que nunca nos vamos
Jon Uriarte
Sábado, 23 de diciembre 2023, 01:11
Hay lágrimas gemelas que nacen con 40 años de diferencia. Como las de Sarabia aquella tarde del 83, en la que nos proclamábamos campeones de ... Liga en Las Palmas, y las que asomaron en sus ojos tras jugar unos minutos en el partido de Leyendas que cerraba el 125 aniversario de nuestro Athletic. De la efeméride y sus actos ya hablaremos otro día, porque no han sido para echar cohetes. Pero hoy vamos a fijarnos en otro asunto más agradable. Llevo guardando, desde hace días, la foto que su hijo Eder subió a Twitter. La habrán visto. No se le ve la cara. Pero esas piernas son inconfundibles. Las de la pantera rosa. Aunque sus colores en San Mamés siempre fueron el rojo y el blanco.
»Igual duermo con ellas puestas», le decía a Eder su aita, acompañando a una fotografía de sus piernas enfundadas en las medias del Athletic y sus pies dentro de unas botas de fútbol. Y por eso entendemos la posterior emoción. Hay ilusiones que nos devuelven la infancia. Al lugar del que nunca nos vamos. Mañana por la noche llegará Olentzero. Pero Sarabia ya tuvo su regalo. Al fin y al cabo, la magia no se limita a una fecha. Si creemos en ella puede ser eterna y aparecer en cualquier instante. Incluso a los 66 años.
Tanto el 24 como el 5 son noches donde la ilusión guía en timón. O eso creemos algunos. Como las veces en las que pedimos el balón de reglamento hasta que por fin llegaba. Lo de los uniformes del Athletic no se estilaba tanto antaño. De hecho en los triunfales 80 hubo quien se compró bandera y camiseta por primera vez, tanto para ir a las finales como para asistir a los recibimientos. En los partidos semanales, como mucho, se lucía bufanda tejida por la amama. Por eso, cuando viajábamos a tierras cálidas y veíamos a ingleses y alemanes con la zamarra de su equipo nos resultaba pelín hortera. Era prenda para el que jugaba, no para quien aplaudía y animaba.
Pero los tiempos cambiaron. Ya no solo el niño tenía su uniforme de regalo. Que dicho sea de paso era tirando a poco fino y de tela gruesa. Sino que el adolescente y hasta su aita y su ama se ajustaban una camiseta para lograr la comunión absoluta con el equipo en las citas importantes. Y así hasta hoy que resulta raro una Navidad en la que no caiga, en esta o en otras tierras, algo con los colores del club de los amores.
Ilusión infantil
Por eso, llegados aquí, debo confesar algo. Tengo más de una camiseta. Incluída la vintage homenaje a Iribar. Las utilizo en días contados o fechas especiales. El resto de las veces me basta con la bufanda al cuello y la gorra del Athletic tapando canas. Me sobra para sentir eso que, aunque pasan las décadas, sigue intacto. La ilusión que tenía de niño y que hoy les confieso. Que de repente, en la recta final de un partido, digan por megafonía que me tengo que presentar en los vestuarios de San Mamés. Y una vez allí, que el entrenador de turno me pida que me ponga el uniforme, calce las botas y salte al campo. Como todas las fantasías acepta licencias. Como la de que me permitan jugar sin tener ficha profesional y con una calidad futbolística a la altura de Mister Bean. Da igual. Lo soñaba siendo niño y lo sueño todavía, a mis 57 largos años. Por eso entiendo a Sarabia.
Ver esas canillas, que por cierto deben ser duras porque nunca tuvo lesión grave o larga, genera empatía. Da igual que no sea usted del Athletic o que incluso aborrezca el fútbol. Hay un universo común que es el de las ilusiones sin fecha de caducidad. Recuerdo a una señora que a sus 70 agostos seguía pidiendo a los Reyes Magos una bicicleta. Nunca llegó. De hecho jamás tuvo regalos, salvo una muñeca que sus majestades tuvieron a bien dejar en la humilde casa paterna. Pero en las navidades de 2005 la bicicleta por fin llegó. Jamás he visto a una persona tan felíz. No quería montarla. Solo tenerla en casa, tocarla. Y quizá, algún día, subir un instante al sillín, ayudada por sus hijos. Lo importante no era recorrer miles de kilómetros, sino la ilusión cumplida.
Lo recordé el otro día, cuando Sarabia se vistió del Athletic y saltó al verde de la Catedral. Esa noche un hombre de 66 años que sabe lo que es levantar copas con ese escudo y colores volvía a ser un niño. Ese que todos tenemos dentro. El que nos recuerda que el destino, aunque parezca cada vez más previsible, puede depararnos sorpresas. Como recibir, cuando ya no lo esperas, el mejor y más soñado de los regalos.
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