Visto lo visto, ni tan mal
Si el mejor de los escenarios que se contemplaba era una sanción entre nueve y doce meses, es lógico que el Athletic haya encajado bien el dictamen de la UEFA
Los que saben de estas cosas y se manejan en las entretelas de la UEFA como Indiana Jones en esas terroríficas cuevas selváticas llenas de ... tesoros, barajaban como mejor escenario una sanción de entre nueve y doce meses para Yeray; de manera que los diez que le han caído hay que darlos por buenos. En realidad, por muy buenos, ya que, a sus 30 años, el central de Barakaldo corría el riesgo de ver arruinada su carrera deportiva. Un castigo de dos años como el de Gurpegui, por poner un ejemplo cercano, le hubiera obligado, casi con toda seguridad, a anunciar su retirada. Y es que, a diferencia de lo que sucedía en los tiempos del gladiador de Andosilla, al jugador sancionado por dopaje la UEFA le impide ahora hasta entrenar.
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No sólo eso. Por prohibirle, se le prohibe hasta ver entrenar a sus compañeros y estar en contacto con ellos. Aitor Paredes, como recordarán, llegó a decir en una entrevista con este periódico que no podían ni hablar con él, como si temieran que Yeray tuviera el teléfono intervenido y hacerle una llamadita pudiera tener consecuencias nefastas. Fue algo que nos sorprendió a muchos y que, días después, Valverde se encargó de matizar y de quitarle su exagerada carga dramática. La cosa no era para tanto. Ahora bien, que un futbolista suspendido y a la espera de una sanción por dopaje es hoy en día poco menos que un proscrito, un fuera de la ley, una especie de apestado por una enfermedad contagiosa, está fuera de toda duda.
Así las cosas, que el central rojiblanco pueda volver a ejercitarse con sus compañeros el 2 de febrero, como se supo también ayer, y que el 2 de abril ya pueda jugar con el Athletic es para lanzar unos cuantos cohetes desde el jardín de Ibaigane. Valverde podría volver a disponer de él para las ocho últimas jornadas de Liga y para una posible final de Copa. O de la Champions, por supuesto, como me advirtió, con la diligencia felina de los optimistas de guardia, un compañero de trabajo. Es lógico, en fin, que el Athletic quedara ayer satisfecho y que, con casi toda probabilidad, no vaya a plantear recurso alguno. «Ni tan mal», era la frase que más se oía en las oficinas del club.
Dicho todo esto, a mí el caso Yeray me deja algunos interrogantes a modo de pequeñas piedras en el zapato. El primero tiene que ver con la UEFA. En el comunicado que emitió ayer informando de la sanción, el máximo organismo del fútbol europeo aseguraba que estaba probado científicamente que el positivo del baracaldés por canrenoma, un diurético que puede tener efectos enmascarantes de sustancias prohibidas, se había producido de forma fortuita e involuntaria por la ingesta de un medicamento para la caída del cabello. Y digo yo: si esto está científicamente probado –otra cosa muy distinta sería que hubiera dudas sobre ello porque esa comprobación científica no hubiera sido posible–, ¿es justo sancionar prácticamente con una temporada entera a un jugador por una simple negligencia, por «una infracción no intencionada»?
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Otro interrogante correoso es el que provoca el propio defensa rojiblanco con su actitud irresponsable en un momento en el que la detección de productos dopantes o enmascaradores es tan afinada. Jannick Sinner, como saben los aficionados al tenis, dio un positivo por clostebol porque, al parecer, su fisioterapeuta se estaba tratando una herida en la piel con ese corticoide y, al darle al tenista masajes sin guantes o sin lavarse previamente las manos, le había pasado unos restos ínfimos de esa sustancia. Es un ejemplo que provoca otra pregunta. ¿Cómo se puede ser tan imprudente como para ingerir un medicamento, ya sea para detener la caída del cabello o para que se te suba la bilirrubina, sin consultar a los servicios médicos del club?
Hablando de los servicios médicos también hay que referirse a ellos. Nadie les puede pedir, por supuesto, que ejerzan un control absoluto sobre la vida privada de los jugadores. Ahora bien, si hay un futbolista en la plantilla del Athletic cuya medicación debería estar controlada hasta el más mínimo detalle ese es Yeray, al que en diciembre de 2016 se le detectó un cáncer del que felizmente se recuperó tras una operación quirúrgica y un duro tratamiento. Teniendo en cuenta que la pérdida de cabello es una de las secuelas más comunes de la quimioterapia y que, por tanto, es muy probable que los problemas de alopecia que sufre el jugador provengan de aquel tratamiento, uno supone que los médicos del Athletic estarían informados de que Yeray se estaba tratando. Es decir, tomando algo para prevenirla o retrasarla. Entiendo, por tanto, que los galenos rojiblancos se echaron las manos a la cabeza cuando, tras el positivo en el partido contra el Manchester, el futbolista les confesó que había tomado por su cuenta y riesgo, él mismo con su propio mecanismo, un medicamento que ellos desconocían.
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