Quién nos iba a decir a principios de año, cuando el Athletic iba pasando eliminatorias de la Copa en medio de una emoción angustiosa, como ... esos chicos que caminan sobre las brasas en las fiestas de su pueblo, que estar en la final iba a acabar convirtiéndose en un problema. Durante aquellos días con el corazón en vilo, todavía inocentes, llegamos a creer que un destino ya escrito en alguna parte nos bautizaba como campeones 36 años después. Y hete aquí que han pasado casi dos semanas desde la fecha prevista para el gran derbi de La Cartuja y no es que la final no haya podido jugarse, sino que se ha convertido en un dilema endiablado para la Federación y para los dirigentes del Athletic y la Real.
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Todo parte del acuerdo que las tres partes implicadas, con la bendición del CSD, alcanzaron el pasado 21 de abril en el Pacto de Viana, que a este paso va a hacerse más famoso que el Tratado de Tordesillas o el Abrazo de Vergara. Se decidió entonces que la final de Copa se juraría con público, como era el deseo general, aunque ello supusiera retrasarla hasta la próxima temporada, incluso al año 2021. Y también se decidió, en este caso lo hizo la RFEF, que de no poder terminarse el campeonato liguero la Real jugaría la Champions por ser cuarta en la clasificación, mientras que el Athletic disputaría la Europa League como finalista copero. Esto último fue un brindis al sol y así lo ha dejado claro ahora la UEFA de la manera más sencilla y efectiva posible: recordando el reglamento, donde se especifica que a la Europa League va el campeón de Copa no el finalista, de manera que, de no celebrarse la final antes de la primera semana de agosto, el pasaporte continental lo recibiría el séptimo clasificado en la Liga.
Es así como se llega al dilema diabólico al que ahora se enfrentan Luis Rubiales, Aitor Elizegi y Jokin Aperribay. No hace falta decir que la responsabilidad de deshacer el entuerto corresponde al presidente de la RFEF. Él es quien debe tomar la decisión. Sin embargo, no parece que esté muy por la labor. Rubiales prefiere lavarse las manos y que sean los clubes los que decidan y asuman las consecuencias. Digamos que ha despejado la pelota hasta dejarla en el tejado que comparten el Athletic y la Real.
Los dos clubes han mostrado hasta ahora algo parecido a una unidad de acción, pero la realidad empieza a ser otra. Aitor Elizegi se ha mantenido firme. Sólo se plantea una final con público. El presidente rojiblanco y sus directivos, a quienes no es difícil imaginar estos días leyendo a Max Weber y reflexionando sobre la ética de la responsabilidad y la de la convicción, han decidido asumir el grave impacto económico que su decisión podría tener en un momento tan delicado como el actual. Y es que, décimo en la tabla, el equipo de Garitano tiene pocas posibilidades de entrar en Europa vía Liga, de manera que el club se quedaría sin los ingresos procedentes de la competición continental.
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En la Real las cosas son diferentes. Por lo visto en los últimos días, parece claro que el deseo de Jokin Aperribay es que se juegue este verano y sin público. Considera que le beneficia deportivamente porque la próxima temporada podría perder algún jugador importante y también porque el grado de efervescencia volcánica de una final con las gradas llenas podría favorecer a un equipo más visceral y experto como el Athletic. Y luego está el aspecto económico: la Real prefiere prefiere disponer de dos balas para estar en Europa y no sólo de una. Ahora bien, el dirigente txuriurdin tiene un gran problema: no puede ser sincero con sus aficionados. No puede confesarles su deseo y obrar en consecuencia sin asumir la cruz insoportable de pasar a la historia como el culpable de una final vasca sin público. Porque está claro que bastaría con que la Real dijera que quiere jugar en los plazos válidos para la UEFA, para que la final tuviera que disputarse.
Yo, la verdad, me estoy preparando para cualquier escenario. Aunque creo que se acabará jugando con las gradas llenas, me veo capaz de hacer una digestión más pesada que la de una boa después de comerse una cabra y soportar una final a puerta cerrada. Ahora bien, no la consideraría una final sino un trámite administrativo. Ir a sacar el pasaporte, nunca mejor dicho.
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