Decepción sí, sorpresa ninguna
El Athletic lleva dos años haciendo fichajes y firmando renovaciones para cubrir la ausencia de Nico Williams
Nico Williams ya ha comunicado al club, a través de su representante, que quiere irse al Barcelona. Que haya dado este paso significa que ya ... no hay marcha atrás. No va a seguir en el Athletic habiendo dicho que quiere irse, algo que no hizo el verano pasado. Nico se cuidó muy mucho entonces de expresar sus deseos. Bien asesorado, guardó silencio y esperó acontecimientos. No quería precipitarse y acertó. Le hacía mucha ilusión irse con su amigo Lamine Yamal, con el que había formado una pareja letal durante la Eurocopa, pero era consciente de la precaria situación económica del Barça y del riesgo de no ser inscrito.
De la misma manera que a Hamlet le dijeron que algo olía a podrido en Dinamarca, a Nico le informaron de que algo olía a podrido en Can Barça. Y era verdad. De hecho, sólo la intervención del Gobierno acabó haciendo posible la inscripción definitiva de Dani Olmo y Pau Víctor en contra del criterio de la Liga.
Digamos que en 2024 el internacional del Athletic no cayó en la trampa. Decidió esperar sin hacer ruido, sabiendo que su silencio era bendecido y preservado por el Athletic e incluso por una buena parte de su afición, que no quería oír hablar del tema porque, en el fondo, sabía que el verdadero deseo de su estrella era irse. Como sabía, por supuesto, que las palabras del internacional rojiblanco después del triunfo en la final de Copa –«me quedan muchos años más aquí»– no eran más que un brindis al sol producto de la euforia y la adrenalina del momento histórico.
Los hinchas del Athletic llevan incorporado un radar de alta precisión para detectar a los jugadores que quieren quedarse en el club y distinguirlos de los que sueñan con fichar por otros más poderosos. Nico siempre fue de estos últimos, como Javi Martínez, Fernando Llorente, Kepa, Herrera, Laporte... Desde que se instaló en el primer equipo en la temporada 2021-22, todo el mundo en Lezama sabía que Nico acabaría volando algún día. Por su manera de ser, por el personaje de estrella internacional que iba construyendo con su talento en el campo y su tirón mediático, era evidente que, tarde o temprano, iba a sentir que el Athletic se le quedaba pequeño.
De hecho, la renovación de su contrato en diciembre de 2023, seis meses antes de que concluyera su vinculación con el club, fue un aviso a navegantes, por mucho que en Ibaigane algunos brindaran con champán y lanzaran cohetes. Fue una buena noticia, sin duda: el Athletic evitaba que el futbolista pudiera marcharse gratis. Ahora bien, era obligado mirar más allá. Y es que aquel nuevo contrato hasta 2027 tenía un trasfondo amenazador. Escondía una especie de mina que ni siquiera estaba enterrada porque saltaba a la vista. Nico Williams sólo aceptó que se le subiera la cláusula de rescisión de 50 a 58 millones. Es decir, no quiso firmar sin cláusula, como han hecho otros compañeros, ya que eso dejaba su destino en manos del club, ni tampoco elevarla hasta una frontera disuasoria para cualquier equipo y todavía más para el Barça. Sencillamente, estaba dejando la puerta abierta para marcharse; eso sí, con la conciencia tranquila de dejar una cantidad importante en el club.
El Athletic siempre ha sabido cuál era el deseo del jugador. De ahí su manera de actuar en el último año y medio. En términos lingüísticos se podría decir que los movimientos del club han tenido, como tienen las oraciones, una estructura profunda y otra superficial. En la superficie todo han sido halagos, mimos y reconocimientos para Nico. Incluso defensas desorbitadas, como cuando el verano pasado Jon Uriarte quiso protegerle del «bombardeo» al que le sometían los malvados periodistas mientras el navarro guardaba un contumaz silencio táctico.
Lo cierto es que el Athletic se ha desvivido por los Williams, hasta el punto de nombrar a su madre embajadora del club. Más cariño no ha podido darles. Todavía el pasado domingo, cuando un gamberro mosqueado borró la cara de Nico de un mural, salió raudo a defender al futbolista en un comunicado. El mural fue atacado de nuevo ayer.
Había, sin embargo, una estructura profunda. Y es que el Athletic nunca ha dejado de prepararse para la marcha del pequeño de los hermanos. El fichaje de Djaló en febrero de 2024 no fue más que una medida preventiva. Sin el temor a la marcha de Nico, Uriarte no hubiera invertido 15 millones en el fichaje del futbolista del Braga. Lo mismo podemos decir del hecho de que la renovación de Berenguer se convirtiera el verano pasado –y con razón– en una prioridad estratégica. Pero es que las maniobras preventivas y profilácticas no han acabado ahí. Aunque Robert Navarro es un centrocampista versátil, donde mejor juega, a pierna cambiada, es por la izquierda. Y Borja Sainz, siendo un jugador muy diferente a Navarro, mucho más profundo, también acostumbra a entrar por esa banda. Vamos, que si se consumase el fichaje del leiotarra Valverde dispondría de cuatro –o cinco si añadimos a otro fichaje de 2024, Adama Boiro, que ya ha jugado de extremo izquierda– para ocupar la posición que dejaría vacante Nico.
Parece que el culebrón está en su cuenta atrás, metido ahora en un cruce desabrido de declaraciones entre clubes, las típicas riñas dialécticas de callejón propias de estas polémicas cuando se acercan a su epílogo. Mientras tanto, toca esperar a que el Barcelona solucione sus desajustes con el fair play financiero y pueda inscribir al futbolista, que no quiere ni en pintura tener que pasar el mal trago de presentarse en Lezama el próximo 16 de julio.
Balance de daños
La afición rojiblanca, por su parte, ya está evaluando los daños. En realidad, el nivel de su decepción. Y es que hace un mes, al acabar la temporada, había una confianza general en que Nico continuaría al menos un año más para jugar la Champions con su hermano ya como primer capitán. Que esa expectativa tan sugerente no le haya hecho suficiente ilusión como para quedarse, siendo como es tan joven –el 12 de julio cumplirá 23 años– y por tanto con muchísimo tiempo por delante para atender los cantos de sirena de clubes poderosos, ha sentado muy mal en Bilbao, casi como un desprecio. ¿Tanta prisa tenías por irte Nico?, se pregunta la gente.
Pero seamos sinceros: lo que ha dado a esta historia un plus de indignación es que el internacional rojiblanco haya elegido al Barcelona. Si hubiera fichado por el Bayern, el Arsenal o el Liverpool, por ejemplo, el athleticzale se habría molestado, pero lo hubiera entendido, aunque fuera a regañadientes. Incluso si se hubiera ido al Real Madrid el mosqueo hubiera sido más llevadero. La elección del Barça de Laporta y Deco, sin embargo, ha sentado como un gancho directo al hígado. A unos les ha parecido un insulto, a otros una provocación y al resto una falta de sensibilidad por parte del jugador.
Las cosas como son: al Athletic se le han ido –y se le continuarán yendo– muchos grandes futbolistas rumbo a clubes más potentes. Es ley de vida. Ahora, no recuerdo a ninguno que se haya ido a un club que provoque tanta inquina entre su afición y con el que las relaciones institucionales sean tan malas como lo es ahora este Barcelona de las palancas, los capotazos del CSD y el 'caso Negreira'. A Nico, sin embargo, eso le ha dado igual. Estaba en su derecho y ha hecho lo que quería. Se supone que conociendo y valorando las consecuencias.
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