Ascenso del Alavés a Primera
El equipo que nunca se rindeResumen de la temporada ·
El Alavés de Luis García tira de carácter para mantenerse en pie en una carrera de obstáculos y asaltar el ascenso por la complicada vía del play off con un fútbol que derrocha pasiónEl ascenso directo fue esta temporada esa última aceituna del plato que nadie quiere comer. Ese sprint del Tour en el que los escapados frenan ... echándose miradas furtivas y casi son engullidos por el pelotón. La montaña rusa de sensaciones que podía descender a un ritmo endiablado el sábado y subir de manera repentina el lunes con nocturnidad y la alevosía de la Segunda División más igualada y loca que se recuerda en muchos años. Los «cinco bichos» que habían tiranizado la categoría hasta marzo –definición de Luis García Plaza– ya no parecían tan fieros cuando llegó la primavera. «La realidad es que no somos tan buenos», precisaría entonces el técnico albiazul.
Su Alavés llegó a la primera final, la de Las Palmas, por la vía de la resiliencia. Tropezaba, pero seguía en pie. Incluso llegó a tambalearse –derrota frente al Levante y empate ante el Granada–, pero nunca se caía. Los rivales también caminaban a trompicones. Una locura. Y el conjunto albiazul dejó de mirar a los demás con el misil de Toni Moya ante el Málaga. Todo a una carta en Canarias, el mano a mano de Villalibre con Álvaro Vallés –mucho mérito del portero–. Salió cruz. Un mazazo que tampoco tiró a la lona al tenaz escuadrón de Luis García. Tumbó con autoridad al Eibar en la primera eliminatoria del play off y ha navegado contra viento y marea para superar al poderoso Levante en la final.
Con el carácter endurecido por aquellos golpes que parecían mortales y se quedaron en simples rasguños. En bandazos anímicos que nunca amedrentaron a los de Luis García. Ni siquiera tras el varapalo anímico que el fútbol le propinó en Las Palmas. Carácter y personalidad. Los rasgos de un bloque rocoso y comprometido, con una feroz alma competitiva y un corazón infinito. Un equipo más sólido que vistoso, más pasional que brillante. Solidario, esforzado, constante. Atributos que no le alcanzaron para subir en el primer intento. Pero sí en el segundo. Si caigo en el Estadio de Gran Canario, me levanto y miro a Ipurua. Con el orgullo intacto. Y si gano al Eibar, que pase el siguiente. Aunque tenga menos descanso que el rival, aunque la Federación me robe a una pieza clave para disputar un partido amistoso. Mirada al frente. El Levante tenía todo a favor en el Ciutat de Valencia, salvo una cosa: enfrente estaba el equipo que nunca se rinde.
Ha sido un viaje de 308 días que despegó potente el 13 de agosto en Leganés. 46 partidos y algunas turbulencias después, el aterrizaje ha sido perfecto. El colofón soñado a una temporada larguísima y dura. No podía ser de otra manera, aunque el inicio pudiera augurar otra cosa. Ocho jornadas sin perder para empezar. La primera de las rachas exageradas de un equipo que se ha movido a impulsos. Los de un equipo capaz de perder un solo partido de los primeros 17 y encadenar después cuatro derrotas consecutivas. De volver a los puestos de ascenso con los goles por bandera y estar después cuatro encuentros sin ver puerta. Y de transmitir sensaciones contradictorias en una recta final tan irregular en juego como productiva en cifras –una sola derrota en diez partidos, en el Ciutat de Valencia–.
El plus de Mendizorroza
«Lo lógico es que baje el ritmo de puntuación y que algún día nos llevemos un tortazo», avisaba Luis García tras aquel gran inicio de un Alavés muy renovado. Estuvo ocho jornadas invicto (cinco victorias y tres empates): líder con 18 puntos de los 24 posibles. «Cuando bajas de Primera te crees mejor que el rival. Es lógico y entiendo el nivel de euforia, pero queda un mundo», insistía el técnico. El tortazo llegó en la novena, en Burgos (3-0). Pero la reacción albiazul fue buena. Otras ocho jornadas sin perder: empate, victoria, empate, victoria... Líder sólido. Hasta la oscuridad de diciembre.
Granada, Tenerife, Levante, Málaga. Cuatro derrotas seguidas. «Ya dije que subir iba a ser complicado», decía Luis García. Su Alavés no volvería a ser líder, pero nunca salió de los puestos de play off. El quinto puesto ha sido el suelo del equipo albiazul, que en la segunda vuelta sólo pisó dos veces las plazas de ascenso directo. En la jornada 28, tras ganar al Ibiza (4-2), y en la 37, tras ganar al Leganés (2-1). Mendizorroza como motor de la resiliencia albiazul en un campeonato tan igualado que ya nadie estaba seguro de sí mismo. Y como locomotora del sueño en el play off.
'Súbete con nosotros al tren que te lleva a Primera', canta la grada en una atmósfera futbolística inigualable. En el fútbol son apenas unos centímetros los que separan la gloria de la decepción. Los dedos del portero que detiene un penalti, el balón que se va lamiendo el poste. El injusto baremo que decide si once meses de trabajo desembocan en éxito o no. Al final ha salido cara y el ascenso supone un espaldarazo deportivo y económico para el club y una inmensa alegría para la afición, pero el gran éxito del Alavés esta temporada está ahí, en la afición. En esa hinchada que cada partido convierte a Mendizorroza en un escenario mágico. Para orgullo de propios y elogio de extraños.
Un equipo de rachas: gran inicio, bache de diciembre y segunda vuelta fuerte en casa y errática fuera
Al margen del logro deportivo, el gran mérito albiazul ha sido mantener viva la llama del alavesismo desde la primera jornada. No era fácil después del descenso, pero, no sólo no se resintió, sino que el sentimiento albiazul dio un paso adelante para, orgulloso, mostrar al equipo el camino de regreso. 'No tenemos miedo al fracaso porque nos hicimos fuertes en el infierno', como rezaba la mítica pancarta. Noventa minutos de pasión en cada encuentro. «Es una delicia jugar aquí cada partido. Un orgullo. Con todo el respeto a las demás, es la mejor afición de Segunda, con diferencia», destaca Luis García. Un reflejo social de lo ha sido su Alavés.
Fichajes de invierno
El escudo por encima de nombres y momentos; el colectivo por encima de cualquier figura individual. Momentos para todos en la plantilla albiazul. La temporada de la consolidación de Sivera, que despejó de puños las dudas iniciales después de años a la sombra de Pacheco. De la sorprendente irrupción de Abqar en una defensa condicionada primero por la tardía inscripción de Laguardia y después por la lesión de Maras, pero apuntalada por la sólida regularidad de Duarte, Sedlar y Tenaglia. La de la explosión goleadora de Rioja, la combustión infinita de Guridi, los galones de Benavídez, el descaro de Abde, el revitalizante golazo de Jason al Zaragoza...
Pese a los lógicos baches de un torneo tan largo, el cuadro babazorro nunca bajó del quinto puesto
La de fichajes invernales de los de verdad. Antonio Blanco en el centro del campo y Asier Villalibre en una delantera que, con Sylla lesionado y Taichi Hara perdido, había descargado todo su peso sobre Miguel. Una temporada en la que el Alavés ha sabido sobrevivir sin la figura diferencial de un supergoleador. Un bloque en el más amplio sentido de la palabra. Un solidario coro, más o menos afinado, más allá de los chispazos de Rioja, la batuta de Salva Sevilla o los goles del 'Búfalo'.
Todos importantes, cada uno a su manera. Y buena gestión de vestuario de Luis García para aprovechar los estados de forma de cada jugador. Habrá tenido sus lunares el entrenador madrileño, pero el ascenso dice que han pesado más los aciertos. Y tienen que ser muchos para subir a Primera División por tercera vez en cinco años en la categoría.
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