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Robert Harvey, uno de los principales apicultores de EE UU.

En el mundo faltan abejas

Los insecticidas, la alimentación y las plagas han acabado con el 23% de las colmenas de EE UU. En España, el problema es algo menor, pero los científicos están asustados. De ellas depende casi todo lo que comemos

Francisco Apaolaza

Domingo, 12 de octubre 2014, 01:40

Forman una nube que ruge y cuando estás dentro de ella parece que en el mundo no hay nada más, como si su presencia fuera hipnótica y todopoderosa. Pero paradójicamente faltan abejas en el planeta. Un auténtico problema porque, indirectamente y aunque casi nadie sea consciente, nos dan de comer.

El apicultor Robert Harvey acaba de trasladar sus colmenas de abeja italiana -"Apis mellifera ligustica", originaria de los Alpes- hasta las cercanías de un campo de arándanos en las afueras de Columbia Falls, en el Estado de Maine. El año pasado estuvo en los campos de naranjas de California y lleva las 2.000 colmenas que tiene en Florida allá donde le llaman para polinizar los alimentos: cobra 175 dólares (unos 138 euros) por cada colmena al mes. «Trabajan por instinto. Allá donde se despiertan van directas al tajo», explica Harvey, uno de los 7.200 apicultores que se han unido para elaborar un censo de la especie en Estados Unidos. Los resultados son desoladores: en el último año, el 23% de las colonias han desaparecido. Hasta el lobby de la industria de la almendra del país ha dado la voz de alarma: sin la polinización, los almendros no dar frutos.

Lo curioso es que los investigadores consideran que no es una noticia tan mala porque podría ser mucho peor. Según Greenpeace, en los últimos catorce años se han extinguido la mitad de las abejas del mundo y la cifra fluctúa sin control. En 1987 se conocieron los primeros casos de muerte en masa. Antes, perder una de cada diez ya era una tragedia. Ahora, un éxito. Los científicos dedican sus vidas a conocer las razones del comportamiento de estos animales que abandonan sus "casas" en invierno y perecen. Nadie sabe a ciencia cierta la causa de este comportamiento, pero ya hay pistas. Una relacionada con el cambio climático: la esperanza de vida de una abeja es de cuarenta días. Les da tiempo a volar una media de 800 kilómetros y para que puedan hacerlo la temperatura idónea debe rondar los catorce grados centígrados. Por eso en invierno no deberían salir, aunque lo hacen porque en otoño no han podido acumular suficientes reservas.

"Sin abejas, no hay vida"

Otra pista, los insecticidas y fungicidas. La palabra maldita en Estados Unidos es "neonics". Así se denomina a los neonicotinoides, una rama de los que se desarrollaron en los años 90 y que en principio eran mucho menos venenosos. Estos insecticidas impregnan la planta, que inmediatamente se convierte en tóxica para el insecto. Varios estudios, entre los que figura uno de la Universidad de Harvard de marzo, aseguran que este tipo de insecticidas están en la base de las actitudes suicidas de las abejas. Actualmente, el "neonics" está siendo cuestionado en una comisión del Congreso, constituida hace más de un año para abordar el problema y que no se ha pronunciado todavía.

Las colonias salvajes están prácticamente olvidadas en los países desarrollados y los apicultores lidian con el asunto con distinta suerte. En España no hay una cifra definitiva sobre la pérdida de ejemplares, pero se cree que en el último año han desaparecido entre el 10% y el 15% de las colmenas. El problema no es tan grave como en EE UU, pero el asunto tiene muchas aristas. Pedro Orantes, uno de los principales expertos nacionales y presidente de la Asociación de Apicultores de Granada, precisa que el censo total no baja porque los productores reponen las colmenas que mueren -les cuesta 80 euros cada una-. El enemigo de las abejas tiene aquí tres caras, además de otros factores coyunturales como las sequías, que merman su alimentación. Una: a nuestros 20.000 apicultores también les afectan los insecticidas, que tienen «sinergias tóxicas aún no conocidas». Dos: el manejo más profesional de las colmenas produce estrés a los animales, que tienen que volar más lejos para alimentarse. Tres: desde mediados de los 60 azota una plaga que se inició en Filipinas. El ácaro se llama "varroa" y se alimenta de la sangre (la hemolinfa) de las abejas; pierden peso y terminan por morir.

Y si está pensando en la miel, sepa que es el menor de los problemas. La extinción de las abejas sería un cataclismo ecológico. Su mayor servicio al planeta es la polinización de todo tipo de plantas con flor, en torno a un 80% de lo que comemos, como nueces, cítricos, melones, alubias, guisantes, tomates o manzanas. «Si la abeja desapareciera de la superficie del globo, al hombre solo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas, no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres», como alertó en su día Albert Einstein.

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