Teresa Ibáñez e Iker Ortiz de Zárate, frente a frente, antes de la función de ayer en Ortzai.

Ocho apellidos vascos y un avestruz

Una modesta compañía de Vitoria lleva más de tres años representando en Europa y América una lúcida obra sobre las víctimas de las dos orillas del terrorismo de ETA. Euskadi prefiere olvidar.

Icíar Ochoa de Olano

Viernes, 5 de septiembre 2014, 02:18

Lo había pospuesto, al menos, media docena de veces. Cada vez que la veía en cartel, la miraba de reojo para, ipso facto, aparcar la tentativa en el desván de las mezquindades. Si soy del todo sincera, la idea de asistir a un encuentro teatralizado entre la madre de un etarra encarcelado por asesinato y el marido de la víctima de su hijo me abocaba a la desidia. Una parecida a la que me arrastra con fuerza imbatible a tragarme cualquier penoso reality de factura estadounidense, un domingo grumoso, antes que visionar una película sobre la Guerra Civil española. 75 años de intervalo quizá me puedan servir de atenuante. Apenas tres ejercen de agravante indecoroso.

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Saber, como sabemos, que esa astenia postconflicto se ha propagado en este tiempo hasta convertirse en el ébola de Euskadi -con la notable diferencia, eso sí, de que el primero sólo mata la conciencia y, el segundo, acaba con el 'pack' completo- no me consuela en absoluto. Al contrario. Me asquea. Silenciadas las pistolas, las bombas y las sirenas después de cuatro largas décadas de tiranía, el cuerpo, la mente, el alma piden olvidar, soterrar, hacer borrón y cuenta nueva, vivir como si no existiera ayer, jugar a ser el patético avestruz. Pero, simplemente, no se puede. Por deber moral. Por decencia. Y por tamaño. En un paisito de poco más de 2 millones de habitantes estamos condenados a encontrarnos en la fila del pan.

De esta semana no pasa, me dije. Y nada menos que tres años y medio después de que la obra se estrenara -cosa que ocurrió, por cierto, varios meses antes de que la banda anunciaran el cese definitivo de la actividad armada- decidí modelar la desidia, darle forma de morbo y sentarme a ver cómo se puede hincar el diente a semejante marrón y salir vivo del trance. Me encontré con dos personajes limpios de toda ideología y un planteamiento inédito de simetrías argumentales entre ambos tan consistente como irrebatible. Resulta imposible no empatizar con el desgarro y la legitimidad que esas dos víctimas de terceros supuran desde la condición de seres humanos en las que hábilmente les coloca el autor.

Humanizar para empatizar; empatizar para comprender; comprender para acercar, susurra la moraleja del montaje. Por si sus diálogos no proporcionaran motivos suficientes para revolverse en la butaca hasta casi horadarla, la madre que lucha por que trasladen a su hijo a una prisión más cercana para así poder verle y el viudo que se desencantó de su marido cuando aún existía se convierten al final en la actriz Teresa Ibáñez y el actor, autor de la obra y director del Laboratorio de Teatro Ortzai, Iker Ortiz de Zárate, para cara a cara con el público estimular la reflexión en alto y el debate acerca de lo que acaban de presenciar.

Lo que no hacen las instituciones ni los partidos políticos, más preocupados por adueñarse de la memoria histórica que por sanar las heridas de toda una comunidad, pasa en un modesto local de la calle Pintorería con aforo para cuarenta espectadores. 'Eta orain?', se titula. Justo la cuestión inaplazable.

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