Cyrano contra 'Fagotin'
Edmond Rostand creó su héroe literario inspirándose en un soldado y escritor del XVII que estoqueó a un mono al que le habían puesto una gran nariz para burlarse de él
Javier Muñoz
Viernes, 2 de mayo 2014, 19:04
Quién no recuerda a los actores José Ferrer y Gerard Depardieu luciendo la gran nariz de Cyrano de Bergerac. Sin embargo, no son los que más gloria le deben al espadachín inmortalizado en la pieza teatral que lleva su nombre. El día que se estrenó, el 28 de diciembre de 1897, el actor Constantin Coquelin saludó al público cuarenta y dos veces durante dos horas de aplausos en el teatro parisino de la Porte-Saint-Martin. Y el 7 de enero siguiente, el presidente de la República, Elie Faure, acudió a la representación para imponer la Legión de Honor al autor de la obra, el marsellés Edmond Rostand,
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Rostand se había inspirado en un hombre que existió realmente; Savinien de Cyrano de Bergerac, un soldado nacido en 1619 en París, en el seno de una familia acomodada; un escritor y librepensador, pero también un juerguista y buscapleitos. A Rostand se le había metido en la cabeza convertirlo en el poeta orgulloso, vehemente y romántico que conocemos. Pero sólo concluyó el proyecto cuando Constantin Coquelin se lo propuso durante una velada en la que ambos coincidieron en la residencia de la diva Sarah Bernhardt.
El escritor José Manuel Fajardo cuenta en su libro 'Vidas exageradas' (Ediciones B) que Coquelin necesitaba tanto un papel grandioso que se fue a vivir con Rostand para supervisar la redacción del libreto. De aquellos desvelos surgió una figura literaria que cautivó a la sociedad francesa y se comió literalmente al individuo que le había servido de base. Y al autor, de quien su esposa llegó a decir: "Momentos había en que no sabía de quién era viuda, si de Edmond Rostand o de Cyrano.
Rostand se tomó muchas licencias con su personaje, pero conservó la nariz prominente del verdadero Cyrano. Era un hombre feo, cuya imagen empeoró más a causa de una herida que sufrió en 1640 en el sitio de Arras, durante la Guerra de los Treinta Años. Aquel trance le llevó a abandonar la milicia, pero no la espada y las malas pulgas. Debía de ser cierto que Cyrano no soportaba que le mencionaran su semblante, y que a causa de ello se batió en duelo varias veces. Uno de sus enfados le costó la vida a un mono al que estoqueó porque lo habían disfrazado con un enorme apéndice nasal. Se llamaba 'Fagotin' y era la mascota del titiritero Brioche, muy popular en París.
Fajardo cree que el Cyrano real encaja en el cliché del soldado «aventurero, altanero y estrafalario» del siglo XVII. Llegó a enfrentarse en solitario contra una legión de enemigos, aunque no lo arrastraron sus sentimientos, sino los apuros de un amigo que había cortejado a una mujer casada, cabreando al marido. Fue también un intelectual ateo que aprendió del filósofo y matemático Pierre Gassendi, y un gran escritor que se puso al servicio de un duque y del cardenal Mazarino. Vivió amargado por su aspecto físico, pero ello "no le impidió llevar a cabo una vida libertina, de la que hizo gala y defensa en sus escritos, en la que tuvo cabida también la homosexualidad", precisa Fajardo.
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Los duelos no mataron al Cyrano de carne y hueso, pero quizá lo hizo una de las obras teatrales que escribió, 'La muerte de Agripina'. Había una frase hiriente que desató un escándalo tras la representación y le puso en el disparadero. Un año después, el 28 de julio de 1655, le cayó encima una viga y quedó malherido. Expiró en el convento donde residía su prima Madeleine Robineau, que era la bella viuda de un noble muerto en Arras. Ella es la Roxana que creó Rostand.
A la muerte de Cyrano, se publicaron dos textos suyos que han sobrevivido hasta hoy, dos sátiras sociales y políticas sobre la sociedad de su época: 'Historia cómica de los estados e imperios de la luna' e 'Historia cómica de los estados e imperios del sol'. Algunos dicen que inspiraron 'Los viajes de Gulliver', de Jonathan Swift
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Escribió Savinien de Cyrano de Bergerac sobre la luna: "... porque con los ojos anegados en ese gran astro, ya lo consideraba alguien como una buhardilla del cielo; ya otros aseguraban que era la plancha con la que Diana saca brillo a la pechera de Apolo, y otros creían que bien podría ser el Sol, que habiéndose despojado de sus rayos por la tarde, miraba por un agujero lo que pasaba en el mundo cuando él no estaba alumbrándolo".
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