Pedro Sánchez, sin espejo en el que mirarse
El "cambio radical" en la política económica de la UE reclamado por el nuevo líder del PSOE choca con la confusión de la socialdemocracia europea, que no acaba de encontrar una alternativa propia para salir de la crisis
Manuel Arroyo
Domingo, 7 de septiembre 2014, 01:29
Tras siete años de brutal crisis, drásticos recortes y un palpable adelgazamiento del Estado de Bienestar, la izquierda europea sigue desnortada e incapaz de articular un discurso político atractivo con alternativas para salir de esa situación. Un discurso que resulte creíble y que, además, sea capaz de aplicar -a ser posible, con éxito- allá donde gobierna. Su receta básica, resumida en el eslogan "menos austeridad, más crecimiento", está cargada de lógica en una coyuntura como la actual, en la que la pérdida de fuelle de una tibia recuperación que apenas empezaba a atisbarse ha disparado las alertas de las autoridades económicas. Tanto, que el Banco Central Europeo (BCE) se ha visto obligado esta semana a desempolvar la artillería pesada, con una nueva rebaja de tipos y el anuncio de masivas compras de deuda, en un intento desesperado por fomentar la actividad, la inversión y el consumo, algo impensable sólo con tijeretazos en el gasto público. Sin embargo, los líderes socialdemócratas que han ganado recientemente cuotas de poder no sólo han sido incapaces de desarrollar el 'catecismo' que habían esgrimido, sino que en la mayoría de los casos han terminado por plegarse a las ortodoxas doctrinas que ellos mismos despreciaban por "neoliberales", con la reducción de déficits insostenibles como gran prioridad.
Sostener que esa realidad representa la vuelta al 'pensamiento único' resulta exagerado. No obstante, parece evidente que, a la hora de la verdad, los principales cambios en el color de los gobiernos europeos registrados en los últimos meses han reducido en la práctica las diferencias teóricas entre la derecha y la izquierda sobre cómo afrontar la crisis. Una y otra se acaban pareciendo o, al menos, acercan de forma significativa sus posiciones cuando ejercen el poder, ya sea por pragmatismo, necesidad o por la presión de Bruselas o de los mercados.
Con la economía como principal inquietud de los españoles y los grandes partidos abrasados por sus errores de gestión y su pérdida de credibilidad ante los ciudadanos, no lo tiene fácil el recién estrenado secretario general del PSOE. Aprisionado entre el catastrófico pasado más reciente de su partido -en especial, la envenenada herencia de Zapatero- y la fulgurante ascensión de Podemos, que le pisa los talones en algunas encuestas, Pedro Sánchez ha conectado con los mensajes tradicionales de la socialdemocracia europea al dibujar su alternativa para salir de la crisis. Menos obsesión por el déficit y más medidas que impulsen el crecimiento y el empleo, ha venido a recetar sin grandes concreciones. Hasta los defensores más estrictos de la austeridad, con Angela Merkel a la cabeza, han comenzado a asumir -al menos, dialécticamente, no en la práctica- que sólo con tijeretazos Europa será incapaz de escapar del túnel; que es imprescindible adoptar medidas que alienten la actividad y el consumo.
El jefe de la oposición parte con una ventaja: su escasa proyección pública durante el zapaterismo y en el posterior derrumbe del partido le han evitado el achicharramiento sufrido por otros dirigentes socialistas. Su mensaje suena más creíble y más fresco que el que emitía hasta hace apenas unas semanas el aparato de Ferraz. No tener pasado resulta, en este caso, un elemento a favor al pronunciarse sobre esta materia, la lucha contra la corrupción o la imprescindible regeneración democrática.
Pero también se enfrenta a un serio handicap: su apenas perfilada salida 'social' a la crisis se ha quedado sin espejo en el que mirarse. Los mandatarios de la izquierda europea que parecían llamados a librar una batalla contra la ortodoxia de Merkel, los correligionarios de Sánchez que tienen la posibilidad de poner en marcha en Europa una alternativa económica similar a la que propone el PSOE y demostrar su viabilidad, han plegado velas y aplican desde los despachos del poder fórmulas muy distintas a las que habían prometido. Muy distintas, por tanto, a las que anuncia el PSOE. Y muy parecidas a las que ellos mismos denostaban desde los sillones de la oposición. En ese escenario, y con el antecedente de Zapatero y los recortes con los que cavó su tumba política, se resiente la credibilidad de las promesas del líder socialista. ¿Si estuviera en La Moncloa de verdad que ejecutaría una política muy distinta a la de Rajoy, que tanto critica? Es posible, pero el ejemplo de sus colegas socialdemócratas europeos no le ayuda.
No al "padre del austericidio"
Pedro Sánchez se ha volcado desde el primer momento en marcar un perfil nítidamente izquierdista en su discurso económico. Su estreno fue sonado. Apenas unos días después de ser elegido por las bases en unas primarias, ordenó a sus eurodiputados que votaran en contra de Jean Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea por considerarle "el padre del austericidio"; es decir, de la doctrina de los recortes que se ha extendido por la UE. Poco le importó que ese nombramiento fuera producto de un pacto entre los populares y los socialdemócratas europeos, que situaba al alemán Martín Schulz (SPD) al frente del Parlamento de Estrasburgo. Su decisión fue contestada por una parte de los europarlamentarios del PSOE, que incluso amagaron con una rebelión. Rubalcaba intentó convencerle de que no diera ese paso. Sin éxito. ¿Consecuencias? Una: los principales líderes de la izquierda europea esgrimieron todo tipo de excusas para dejarle solo en el congreso que le proclamó secretario general el 27 de julio. Dos: Elena Valenciano, la flamante cabeza de lista en las europeas del 25 de mayo, acaba de ser defenestrada como portavoz en la Eurocámara. La exvicesecretaria general del partido no compartía el 'no' a Juncker.
El jefe de la oposición ha defendido "un cambio radical en la política económica". "Proponemos construir una Europa competitiva por la preparación de sus trabajadores y la innovación de sus empresas, no por el recorte de salarios y derechos. Una Europa que sea un referente de sostenibilidad social y ambiental, que ponga las instituciones, empezando por el Banco Central, al servicio de los ciudadanos y que dé prioridad a la creación de empleo", escribía en 'El País' el 23 de agosto. "Europa no se construirá a costa de los europeos. Eso es lo que creo que habría que decirle a la canciller Merkel", remachaba unas horas antes de que Mariano Rajoy recibiera a la todopoderosa mandataria alemana en Santiago de Compostela. "No podemos escribir el futuro con fórmulas que han fracasado".
A nadie pueden extrañar esas tesis. De hecho, forman parte del catón clásico de la socialdemocracia europea desde que estalló la crisis. Lo sorprendente es que, de un tiempo a esta parte, un mensaje tan ajustado al guión, tan previsible, empieza a ser excepcional en la UE porque una parte significativa de quienes lo defendían hasta ahora han empezado a bajarse del barco.
La "trampa" de Merkel
Las políticas de recortes y volcadas en la reducción de los déficit son un "absurdio financiero" que "lastran el crecimiento", proclamó el exministro francés de Economía Arnaud Montebourg el 23 de agosto, en coincidencia con el mensaje lanzado por Sánchez aquel mismo día. "Alemania ha caído en la trampa de la política de austeridad que ha impuesto a toda Europa", escribía en 'Le Monde'. "Francia no tiene vocación de aliarse con los axiomas ideológicos de la derecha alemana". "No podemos permitirnos ceder más", por lo que París debería "alzar el tono" ante Berlín, añadió. Ese pronunciamiento, tan similar al del líder del PSOE, le costó el cargo.
François Hollande, el socialista que estaba llamado a echar un pulso a Merkel para forzar una rectificación de sus drásticos ajustes, acaba de protagonizar un palpable volantazo a la derecha. Su primer ministro, Manuel Valls, prepara un tijeretazo de 50.000 millones de euros en el gasto público con severos ajustes, en un intento desesperado de insuflar oxígeno a la economía gala, cuya actividad roza el encefalograma plano. Montebourg ha sido relevado por Emmanuel Macron, un exbanquero mucho más próximo a los vientos liberales que soplan ahora en El Elíseo. El nombramiento amenaza con una seria fractura en el socialismo francés. Más del 80% de los ciudadanos rechaza la política económica de Hollande, que ya es el presidente peor valorado de la V República.
París, por tanto, no va a ser el espejo en el que pueda mirarse Pedro Sánchez. ¿Y la izquierda alemana? Tampoco. El secretario general del PSOE resumió en un decálogo sus propuestas económicas apuntadas en agosto e invitó a Rajoy a que se lo hiciera llegar a Merkel con la exigencia de que corrija el rumbo. Perfecto si no fuera por un pequeño detalle: la canciller gobierna en coalición con el SPD y su ministro de Economía es el socialdemócrata Sigmar Gabriel, que (es evidente) asume de facto la tan denostada estrategia de Berlín.
La última esperanza de la izquierda europea es Mateo Renzi, el telegénico primer ministro italiano, un político de verbo fácil y discurso atractivo que se vio reforzado por su espectacular triunfo en las elecciones europeas. En los tres meses y medio transcurridos desde entonces se ha hundido su popularidad y el país se ha sumido en una nueva recesión, mientras Bruselas le urge a aplicar profundas reformas (léase recortes y más recortes) que le pasarán una inevitable factura y limarán su virginal imagen progresista.
¿Cuál es, entonces, la verdadera alternativa socialdemócrata a la salida de la crisis? ¿Quién la aplica en Europa? El tiempo dirá si es Pedro Sánchez.