A la mesa, 'si us plau'
La cocina catalana brilla en el firmamento gastronómico con chefs de postín, pero la tradición también atesora excelsos embutidos, los calçots, los guisos con butifarra o las cocas de piñones
Javier Reino
Domingo, 26 de octubre 2014, 01:29
Si el 'problema catalán' se resolviese un día con el diálogo, pudiera ser que éste discurriera en torno a una mesa bien servida de viandas. Lejos de mí la intención de frivolizar sobre la que es hoy una de las cuestiones más espinosas de la vida española; primero, porque nada que tenga que ver con el yantar me parece frívolo y, por otra parte, discutir los grandes asuntos durante una colación forma parte de las costumbres del país.
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En ese caso es fácil suponer que una primera vuelta del 'match' Rajoy-Mas se celebraría en La Moncloa. Y allí -como se ha escrito en este mismo espacio- se come sano, aunque poco. Y casi siempre lo mismo: verduras, carne o pescado a la plancha... El 'partido de vuelta', sin embargo, podría ofrecer un mayor atractivo, aunque solo sea por la novedad. La delegación catalana tendría la oportunidad de acompañar sus argumentos con las creaciones de cualquiera de sus grandes chef o con una muestra representativa de su variadísima gastronomía, que -me atrevo a decir- es una gran desconocida. Si Cataluña brilla en las guías y en las revistas especializadas de todo el mundo gracias a nombres que han acumulado prestigio y estrellas (Adrià, Roca, Santamaría, Ruscalleda, Arola...), la cocina popular catalana se ha escondido en los hogares -y en unos cuantos figones al alcance sólo de parroquianos y 'connoisseurs'- y ha quedado arrinconada por una culinaria de batalla destinada al turismo menos exigente.
Y no es eso, por cierto, lo que merece esta variante de la tan alabada cocina mediterránea. Que toma como fundamentos una rica huerta que provee de abundantes frutas y hortalizas, amén de otros productos del campo (los caracoles, sin ir más lejos); el mar, fuente de ricos pescados y mariscos, y la granja, donde se crían aves y animales de carne. Por si fuera poco, produce Cataluña un exquisito aceite de oliva (en Lleida), un magnífico arroz (en el delta del Ebro) y tiene una gran tradición en la elaboración de pastas (canelones, galets...). ¿Falta algo? No, porque los catalanes son especialistas en los postres, a los que dedican tiempo y mimo y que funden dos tradiciones: la árabe y la francesa. Ninguna gran festividad se celebra sin su postre típico. Y completa su arsenal con amplia oferta de vinos y licores a base de uvas algunas de ellas exclusivas de esa tierra.
Un menú
En tan hipotético encuentro como el que proponemos, la delegación catalana tendría, pues, donde elegir para componer un soberbio menú con el que obsequiar a su contraparte. Pecando de osado, me atrevería a sugerir este:
Comenzar con una muestra de embutidos (fuet, secallona, distintos tipos de butifarra, bisbe, bull...). Para acompañarlos, la más popular y extendida creación de la 'cuina', el pan tumaca (pa amb tomàquet), que tiene la simplicidad de los platos universales: una rebanada de buen pan de payés sobre el que se frota un tomate maduro de huerta y se cubre con algo de aceite y unos granos de sal. Insuperable. Tras ese 'aperitivo', una escalivada (berenjenas, cebollas, tomates y pimientos, pelados y asados al horno o a la brasa) con filetes de anchoas de La Escala. A ver quién da más.
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Como entrante podrían optar por un cocido potente, unas habas con butifarra, por ejemplo. Pero hay alternativas: un suquet de peix, guiso de pescado con patatas que, a semejanza del marmitako, era el 'rancho' de los pescadores; o calçots, una exquisitez muy catalana; es una variedad de cebolletas largas y estrechas, típicas del Alt Camp tarraconense, que se consumen asadas a la brasa y mojadas con salsa (de romesco a poder ser).
De primer plato, un conejo con caracoles, plato excelso de la cocina de campo. Pero, por si alguno tiene reparos, siempre se puede 'recurrir' al mar y muntanya, un arroz que mezcla carnes de corral (pollo o conejo) con crustáceos y calamares u otros cefalópodos. Se cuenta que, curiosamente, antaño se solía cargar este plato con más marisco que carne porque así salía más barato. ¡Cómo han cambiado los tiempos!
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¿Y de postre? Una coca de piñones. La coca, extendida por todo el Mediterráneo, es una masa de harina, agua y levadura, emparentada con la empanada y con la pizza y que admite preparaciones tanto saladas como dulces. La cocina catalana ha elevado estas últimas a la categoría de delicia.
No es necesario decir que todo este banquete puede regarse con vinos de la tierra: blancos y tintos, del Ampurdán, de la cuenca de Segre, de la Terra Alta, del Penedès... Un consejo, si se me permite: elegir un buen cava y acompañar con él toda la comida. Luego, un buen brandy, de esos destilados de uva macabeu del Penedés envejecida en roble francés, o un vino rancio del Priorat, denso, dulce.
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Es dudoso que los comensales convocados a este festín terminen en condiciones de tomar alguna decisión trascendental. Pero es seguro que no tendrán ganas de pelearse. Ya es algo.
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