Los vitorianos le dan candela a la Navidad

«¡Yo no sé frenar!», se reía Leire González, mientras enfilaba, fuera de control, la marcha contra las barreras. «Nos defendemos sobre los patines como podemos. Esto no es más que una excusa para pasárnoslo bien», añadieron sus amigas Ane Barrenetxea y Ainize Ormaetxe. En otro grupo entraba el pequeño Beñat, que a sus nueve años demostró que tenía mucho nivel para 'caminar' sobre esas cuchillas. Y valentía. «Yo voy a ir suelto, no necesito agarrarme», comentaba, mientras se apretaba los patines. «Para los padres esto es una alegría, porque ves cómo disfrutan tus hijos. Les hace falta este tipo de actividades», señalaba Luis Zabalza, su padre.

La salida de los colegios marcó realmente el inicio de la temporada de la pista de hielo, que funcionaba desde la mañana pero sin tanto éxito. Y es que a actividad se aceleró, y de qué manera, en la segunda mitad de la jornada. La estrella fue el tobogán de unos cien metros instalado en este punto. «¡Voy a ir a toda velocidad, a toda mecha!», prometía –y luego no defraudó– Sebastián, una 'bala' ayer sobre el trineo. Y claro, el plan invitaba a querer repetir. «Me voy a tirar ahora tres, cuatro, cinco... veces más». Las atracciones de hielo seguirán allí instaladas, entre el Belén Monumental y la calle Ramón y Cajal, hasta el 9 de enero, en horario de 10.00 a 14.00 y de 16.00 a 22.00 horas.

Y con tanto deslizamiento, la temperatura fue subiendo y terminó de calentar por completo el ambiente con la 'Noche de las velas'. La cita, que también regresaba al calendario, iluminó con 13.000 velas cada rincón de la almendra medieval. «La imagen es mágica. Te hace sentir como si estuvieses en la Edad Media, con antorchas. Es impresionante», confesaba Ángel García, mientras volvía a prender uno de las candelas.

El viento no consiguió apagar este momento. Fueron muchos los que se sumaron a la causa y, mechero en mano, volvieron a avivar la llama. «Toma, Ibai, enciende la vela. Ahora tienes que pedir un deseo», le aconsejaba María Pilar González de Monasterio a su pequeño, de seis años. «He pedido una moto», se reía, después de encender una luz en La Cuesta.