«El vino de calidad nació en Álava»
El historiador Ludger Mees vendimia en el pasado para recuperar la «fascinante historia» del Medoc Alavés
En muchos de esos manteles almidonados, de hilo, de los de guardar, de esos que sólo se extienden para vestir la mesa en cenas especiales ... como la de esta noche, mañana quedará un círculo rojizo, casi morado, fruto de una gotita díscola y un cuñado patoso. Pero hace siglo y medio que ese mismo vino dejó una huella indeleble en la historia, que ni el más potente de los perboratos podría sacar. El investigador alemán Ludger Mees vendimia en el pasado para recuperar la historia del Medoc Alavés, que cambió para siempre hasta revolucionar la industria vitivinícola de Rioja Alavesa. A juicio del experto, es la prueba de que, en España, el «vino de calidad nació en Álava». Y eso sin descorchar la botella del chovinismo.
En 'El Medoc Alavés, la revolución del vino de Rioja' (impulsado por Compañía de Vinos Telmo Rodríguez y editado por La Fábrica), el catedrático de la UPV cuenta con sumo rigor y a lo largo de 170 páginas la «fascinante historia» de cómo unas cepas acostumbradas a llorar un vino más bien ramplón acabaron echando raíces en las mesas más distinguidas de la capital del Reino de mediados del siglo XIX. Hasta llegar a mojar los muy reales labios de la reina Isabel II, a la que aquel trago le acabó embriagando para siempre.
El historiador invita a darle un trago al pasado. En concreto a 1858, cuando la hoy próspera Rioja Alavesa vivía inmersa en una «profunda crisis económica y social», en buena parte motivada por -qué ironía ésta- su producto estrella: el vino. «Había una superproducción que afectaba al precio y, por lo tanto, a la economía de las familias. Aquel vino tenía muchos defectos y no se podía transportar», explica el investigador.
Fue entonces cuando la Diputación decidió tomar cartas en el asunto y poner en marcha un ambicioso plan que jamás se habría podido materializar de no haber sido por la intervención de varios prohombres, de varios representantes de las ahora tan denostadas élites. Entra en juego Camilo Hurtado de Amézaga, el VI Marqués de Riscal, que en esos momentos estaba viviendo en Burdeos y contaba con una envidiable agenda, con todos los grandes popes del vino en aquel momento. «A través de él, se ficha a uno de los mejores 'mayordomos' -el equivalente a los enólogos modernos- de la época», explica Mees. Se trata de Jean Pineau, que trabajaba en un château del Médoc, considerada la meca mundial del vino de calidad.
Dicen que todo el mundo tiene un precio y al bueno de Pineau se le convenció para cambiar el refinado ambiente del estuario de la Gironde por la muy rural Rioja Alavesa con uno muy apetitoso: le triplicaron el sueldo que cobraba en Francia. Llegó a la zona sin saber ni gota de castellano. De hecho, hubo que ponerle un traductor para que se entendiera con los vinateros del terruño. «A cambio, él se trajo todos los secretos que conocía del vino, se establece en Laguardia, abre un taller de tonelería y enseña a la gente cómo construir esas barricas», apunta el historiador.
Marketing real
Como todo buen gurú, se dedicó a impartir 'masterclasses' a los productores, en las que 'aquel gabacho tan listo' explicaba cómo tratar la viña para conseguir un nuevo vino. La primera cosecha bajo sus indicaciones se consiguió cuatro años más tarde, en 1862. Y en 1864 y 1865 este vino, el Medoc Alavés, ya había conquistado a los muy exigentes paladares de los expertos de las Exposiciones de Bayona y Burdeos. Poco después empezó a llenar las copas de las casas más refinadas de España.
«Hizo falta una enorme campaña de marketing, dirigida a la corte de Madrid», destaca el historiador. En esa labor de 'influencer' del vino alavés juega un papel crucial el diputado y senador Pedro Egaña, con unas privilegiadísimas conexiones y relaciones con las élites de la época. «De hecho, era consejero de la madre de la reina Isabel II y tenía acceso a la corte». No es un asunto menor éste.
Las claves
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1858 Dos procuradores del distrito de Laguardia presentan una moción en las Juntas Generales para mejorar el Rioja Alavesa con las técnicas que ya se aplican en Francia.
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El gurú Pineau se trajo de Francia todos los secretos del vino
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Éxito Al Medoc Alavés pronto le salieron imitadores
La Diputación decide abrir una oficina comercial en Madrid y regala botellas a médicos, diplomáticos, aristócratas... incluso llegó a la mesa de la propia reina», descubre Mees, que, en su libro, reproduce una carta de un comensal invitado a aquellos reales almuerzos. «(...)S.M fue la primera en probarlo (...) unánimes fueron en que era un vino exquisito, bien elaborado y de excelente gusto y color, hallando todos mucha más fuerza en él que tienen todos los vinos franceses», escribió el duque de Riánsares en la misiva.
Parecían días de vino y rosas que nunca iban a acabar. Sin embargo, intereses particulares y la poca capacidad de inversión del territorio para realizar la industrialización que requería el método de la crianza hicieron que el gran proyecto del vino alavés hiciera aguas. Además, la Diputación entra entonces en una crisis económica grave y se ve en la obligación de prescindir de los servicios de Pineau, hoy enterrado en Elciego. La revolución de 1868 le acaba dando la puntilla a la ambiciosa empresa, que, sin embargo, dejó un poso imposible de borrar.
El primer 'consejo regulador' que se creó en Rioja Alavesa
El Marqués de Riscal, el aristócrata ilustrado. Pedro Egaña, el político fuerista con unas envidiables conexiones en la jet-set decimonónica. Eugenio Garagarza, el tecnócrata afrancesado. Los tres prohombres formaron un triunvirato con buena uva y empujaron para sacar adelante ese pequeño milagro vitivinícola que fue el Medoc Alavés, llamado a darle un baño de prestigio por primera vez al Rioja Alavesa.
Que eran unos auténticos visionarios queda claro al recordar una de sus primeras decisiones. Según explica el historiador Ludger Mees, para asegurar la calidad de aquel Medoc Alavés que acababan de crear, se decide establecer una suerte de consejo regulador 'avant la lettre'. Incluso se inventaron una etiqueta, que el investigador recuperó a puro de buscar y rebuscar en el archivo provincial y que pronto se convirtió en una especie de 'label' de distinción. «El vino nuevo que quería llevar esa etiqueta, con el nombre de Medoc Alavés tenía que pasar un control de calidad».
Una prueba clara de que el vino gozó de gran popularidad fue la aparición de las primeras imitaciones. Cuando su fama hizo que en las tiendas alcanzara precios elevados, en otras zonas empezaron a envasar botellas «de baja calidad, copiando la etiqueta». Para Mees, «esta es la mejor prueba de que fue un éxito».
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