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El palacio foral. Igor Aizpuru

TABARNIA-GASTEIZ

Se non è vero... ·

Domingo, 27 de mayo 2018, 00:42

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Lo que parecía un globo sonda, la intención de cambiar las reglas electorales en Álava para castigar a Vitoria, antes de las elecciones forales del próximo año, se ha convertido en un ariete del nacionalismo para tratar de ganar en los despachos lo que las urnas les niegan.

El PNV está realizando un ejercicio de promiscuidad política que para sí quisiera cualquiera. Primero eligió a los socialistas como socios de gobierno para compartir estabilidad y matrimonio de conveniencia en el tálamo gubernamental. Y si bien la unión no es fruto de la pasión, da para algún roce desapasionado y circunstancial.

Más tarde los jeltzales se fueron al motel con el PP y pactaron los presupuestos españoles. Y no satisfechos con una primera visita al 'meublé', repiten por segundo año consecutivo, pese al 155, minutos antes de que la Gürtel enfangue el panorama político, ejerciendo de salvavidas de Rajoy y prestando auxilio a un púgil a punto de besar la lona de la corrupción.

Pero no contentos con el triángulo amoroso, se organizan un viaje a Las Vegas a echarse una cana al aire con Bildu. Las arras, el nuevo preámbulo estatutario o estrafalario, como se prefiera, y el cambio de Ley electoral en Álava. Y ya se sabe, lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.

Esta promiscuidad política causa perplejidad al observar el tablero político vasco. Una vez derrotada ETA, al único papel a que parecen aspirar hoy el resto de fuerzas políticas del arco parlamentario es al de hacer de consortes del PNV, en diferente grado de vinculación afectiva. Hasta el punto de que pareciera que la única oposición se encontrara en la Fiscalía de la Audiencia Provincial alavesa.

Así, con esta coyuntura favorable, y ante el despiste generalizado, los nacionalistas alaveses se aprestan a distraerle la cartera electoral a los vitorianos que, al parecer, son los únicos que electoralmente no le hacen ojitos al partido guía.

Estamos ante una operación política pura y dura. Tan legítima como cualquier otra. Lo que llama la atención es que algunos pretendan justificarla sobre las espaldas de un pretendido ensimismamiento vitoriano, cuando existen mecanismos de solidaridad y de equilibrio territorial que hasta hoy gozaban de un consenso generalizado.

Entre otras explicaciones telúricas con que justificar el envite, he leído la ocurrencia de que cambiando la norma electoral detendremos el despoblamiento del territorio, porque, al parecer, si eres vitoriano no sirves para defender Araba. Hasta donde a mí se me alcanza, una buena parte de alaveses tienen casa o hijos o ambas cosas en Vitoria. Y los intereses de vitorianos y alaveses son convergentes y compatibles, como lo han sido hasta la fecha sin ninguna duda.

Frente a las excusas de tahúr, hay que recordar que se puede ser vitoriano y defender a muerte el estatus de los pueblos, como se puede ser alavés y defender el derecho de los palestinos a tener su propio Estado, sin necesidad por ello de habilitar una circunscripción electoral alavesa en Jerusalén. Lo que no parece oportuno es que una norma como la que regula los procesos electorales en Álava se cambie sin consenso alguno, tarde y mal, con la única intención de tomar una posición de ventaja antes del pitido inicial del partido en la inminente cita electoral.

La operación de jibarización electoral de Vitoria-Gasteiz no es nada original. No hay más que echar un vistazo a lo ocurrido en Cataluña y, más concretamente, en su capital. Allí se propicia la curiosa paradoja de que gana en escaños quien pierde en votos. En Gasteiz y 'Barna' se repite un mismo fenómeno: como la capital no es lugar muy receptivo para la prédica nacionalista, se ha de acudir al corta y pega, modificando circunscripciones, normas y lo que haga falta, para evitar lo inevitable y poder ganar aun sin ser la fuerza política más votada.

Hay que conocer las Juntas Generales de Álava para saber que los argumentos que se ofrecen para justificar la pretendida reforma resultan de lo más peregrinos. Si se tratara, como dicen, de que los junteros hablaran de aquello que conocen, harían falta procuradores de medio mundo. Porque puestos a redactar mociones y propuestas, lo mismo se insta a Netanyahu, que a Kim Jong Un, que al lucero del alba. Y que sepamos, para eso no hace falta incorporar a judíos, coreanos o astrónomos a la nómina de las Juntas.

Lo que se requiere para trabajar por el equilibrio territorial es un programa de Gobierno y voluntad de acuerdo. Y no un enjuague electoral que sólo pretende engrosar el ya ingente poder político que hoy acumula el partido jeltzale. El PNV quiere hacer un 'simpa' simple y llanamente porque puede y porque ha encontrado el momento propicio. La ocasión la pintan calva.

Vitoria ha hecho gala de paciencia a lo largo de los años. Aunque de vez en cuando caiga la gota que desborda el vaso y se líe parda. Como dice un buen amigo mío, «quietos hasta ver, que igual no es nada».

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