Siete virtudes tiene
Fernando González de Heredia 'Tote' propone esta tradicional receta reconstituyente
Poco hay más hogareño, reconstituyente y reconfortante que una sopa calentita. Y si es de ajo y alavesa, como propone el popular gastrónomo vitoriano ... Fernando González de Heredia, 'Tote', a los lectores de EL CORREO, la satisfacción ha de ser plena sentado a la mesa. El 'gourmet', autor de una quincena de libros sobre el buen comer en Álava y Euskadi, nos echa una mano con el menú para la cena de Nochebuena, que puede servir también de comida al día siguiente. Y así sugiere de primero, tras dejar la elección de los entrantes a gusto de cada cual, un rico caldo de la tierra esencia de Navidad.
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Hace un poco de historia con la sopa antes de anudarse el delantal y gestionar el fuego. La de ajo alavesa «rompe con todos los cánones», asegura 'Tote'. El empleo de hebras de azafrán entre sus condimentos la situaría en la época de la dominación musulmana. A diferencia de otras, esta no lleva pimentón, que se asomó tarde a la gastronomía vasca repudiado por nuestros antepasados, y a cambio incorpora tomate hecho. Recomendable incluso para después de una juerga, la sopa de ajo, aseveran los sabios y doctores, «prolonga la vida», es balsámica por sus propiedades tonificantes y atenúa la gastritis.
Vayamos pues con la receta de tan económico manjar. Muy, pero que muy sencilla. Se pone a fuego medio una cazuela de barro con aceite y los cuatro ajos pelados o no y enteros. Cuando doren, se añade el pan cortado en láminas y las hebras de azafrán y se rehoga el conjunto hasta que empape el aceite las migas y la corteza.
INGREDIENTES
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Para cuatro comensales Litro y medio de agua, cuatro dientes de ajo pelados o no, cuatro cucharadas de tomate hecho, cuatro hebras de azafrán, 150 gramos de pan sentado (del día anterior), cuatro cucharadas de aceite, cuatro huevos y una pizca de sal.
Seguidamente se incorporan las cuatro cucharadas de tomate, se remueve todo y por último se vierte el agua. Media hora a fuego lento es suficiente para que hierva el líquido y tengamos a punto la sopa, aunque le quedan dos toques solemnes. Con un tenedor se aplasta el pan contra el fondo de la cazuela y de remate se estampa sobre ella un huevo por comensal, con cuidado de que no se rompa y la yema, con una pizca de sal, cuaje lo justo a fin de garantizar el placer de ser untada con más pan. Se retira la sopa del fuego, se cubre con una tapadera o trapo y se deja reposar diez minutos... Y lista para servir.
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«Siete virtudes tiene la sopa,/ quita el hambre,/ da sed poca,/ hace dormir y digerir/ nunca enfada,/ siempre agrada/ y cría la cara colorada», lee González de Heredia una poesía que rescató de sus investigaciones culinarias. ¿Alguien duda de que así sea?
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