Segovia 'for ever'
se non é vero... ·
La era de los empadronamientos irregulares acabó por llevarse a Segovia a quien no halló un hueco en el corazón de sus convecinosMe pregunto qué tendrá ese gigantesco acueducto romano que lleva siglos y siglos llevando las aguas del manantial de la Fuenfría, a quince kilómetros de ... distancia nada más ni nada menos, hasta el mismo corazón de la ciudad, con una pendiente del uno por ciento y sin necesidad de una miserable bomba que impulse el flujo de su corriente.
El imponente Acueducto que entra en Segovia como un cuchillo por su mitad, investido de la 'auctoritas' del Imperio Romano, cautiva a todos quienes lo observan por primera vez. El efecto resulta hipnótico y uno no puede escapar al influjo de su presencia sin sentirse impelido a echar un Ave Caesar.
Trato de imaginar cuál será el secreto de ese cochinillo, tan chiquito y de piel tan nívea, que allí parten a golpes con el canto de un plato, como si hubiera alguna cuenta pendiente con él y tuvieran que rematarlo una vez asado para evitar su resurrección, como la gallina de Santo Domingo de la Calzada, e impedir así que huya corriendo de la bandeja, escupiendo la manzana de la boca y emprendiendo un trotecillo cochinero hacia la salvación del alma.
Y me devano los sesos imaginando las historias de traiciones y amoríos que se ocultan tras los jardines de ese Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, tan hermosos y evocadores, y entre cuyos setos ocultaron sus requiebros y amoríos gentes de tan alta alcurnia como nobles y miembros de cortes europeas de rancio abolengo.
¿A qué viene este panegírico sobre Segovia?, se preguntarán los lectores. Este columnista está descaradamente a sueldo de la oficina de turismo segoviana, asegurarán aquellos de menta más aviesa. Pues ni una cosa ni la otra, mis queridos diarioleyentes. El caso es que Segovia, de un modo tan inopinado como rotundo, se ha metido en nuestras vidas de hoz y coz, en vísperas de las Fiestas patronales de Nuestra Señora la Virgen Blanca, manantial de toda dulzura.
Hoy ya no miramos 'pa' Cuenca. Por contra, todos miramos hacia Segovia con fervor y admiración. El Deportivo Alavés se ha ido a tierras segovianas a recomponerse para la próxima temporada después de haber desmantelado medio equipo. Y mira que podía haber elegido cualquiera de las cincuenta provincias de la geografía española. Pero no. Tenía que ser Segovia precisamente. Esta vieja ciudad castellana situada en la confluencia de los ríos Eresma y Clamores, al pie de la sierra de Guadarrama.
Y mira tú lo que es la vida, que al Alavés le ha pasado lo mismo que a nuestro anterior alcalde, que también cogió el portante y se fue a Segovia, aunque no sé si para ver los entrenamientos del Glorioso en primera persona, que eso sí que sería tener afición y deseos de mantener los vínculos con tu terruño y con su deporte de élite.
En cambio, más parece que las reales intenciones de nuestro munícipe por antonomasia no fueron tanto deportivas como históricas, acudiendo a los piés del mismísimo Acueducto para reclamar su puesto en el SPQR -Senatus Populusque Romanum- ante la memoria de los emperadores Trajano y Adriano, impulsores de tan magnífico proyecto.
Como es sabido, la patrona de Segovia es la Virgen de la Fuencisla, que ocupará ahora un lugar preeminente en el corazón de nuestro antaño primer edil, desplazando a un segundo lugar a nuestra venerada patrona vitoriana. Que los auroros estarán de morros por este quita y pon sentimental con que se manejan algunos de nuestros ínclitos representantes. Que donde esté La Blanca que se quite la Fuencisla. A dónde va a parar.
En cualquier caso, el pleno municipal debiera tomar cartas en el asunto y, antes de ponerse a redactar presupuestos y otros temas de segundo orden, abordar el proyecto de realizar un hermanamiento sincero con la ciudad de Segovia en señal de buena fe y para enseñar al mundo que en nuestros corazones no anidan rencor ni inquina alguna, sino generosidad y altura de miras para con una ciudad tan acogedora.
Si en su día Vitoria estableció lazos fraternales con ciudades tan variopintas como Kutaisi -Georgia-, Anaheim -condado de Los Ángeles, California-, o Cogo -Guinea Ecuatorial-, qué menos que ensayar en estos momentos de añoranza, de morriña y de saudade un hermanamiento de nuestra patata con el cochinillo; del cabrito con los caracoles; del Acueducto con la Catedral de Santa María; del Eresma con el Zadorra; de nuestro exalcalde con su sucesor.
Ironías del destino, el primero estuvo llamado a inaugurar una era en Vitoria, sobre el estigma del padrón municipal. El segundo, parecía abocado a lo efímero de un mandato edificado sobre un golpe palaciego más propio de los pasillos del Senado Romano. Y mira tú por dónde -la vida te da sorpresas- que lo efímero terminó perdurando, mientras que la era de los empadronamientos irregulares acabó por llevarse a Segovia a quien no halló un hueco en el corazón de sus convecinos y sí un resquicio en la legislación.
Una leyenda segoviana asegura que una niña que subía todos los días con el cántaro a la montaña, harta de acarrear agua, pactó con el diablo la construcción del acueducto. Si lo construía antes de que cantara el gallo, la niña daría su alma al demonio. Justo cuando apenas quedaba una piedra para acabar la obra cantó el gallo, por los rezos de la niña arrepentida de su pecado.
Confiemos en que cante el gallo en el Senado hispano, y no sea necesario vender el alma para conseguir que el diablo nos dé lo que las urnas nos quitaron. Conviene recordar aquel proverbio que dice que 'el día que naciste todos reían, y tú llorabas; vive de tal manera que cuando mueras, todos lloren, y tu rías'. Porque si lo piensas bien, resulta poco recomendable que todos sigan riendo a tu alrededor, todo el tiempo.
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