Saqueos a conventos en Rioja Alavesa
La orden del gobierno de José Bonaparte de desalojar los lugares religiosos propició numerosas escenas de pillaje
La Guerra de La Independencia fue sin lugar a dudas uno de los pasajes más sangrientos de la historia de España. Napoleón Bonaparte, un genio ... militar, pero uno de los mayores tiranos de todos los tiempos, urdió un plan maquiavélico, allí por febrero de 1808, para arrebatar el trono a Carlos IV, un Borbón apocado, con muy pocas luces, y con el que se jactaba de ser amigo suyo. Con la excusa de que había ordenado a sus tropas invadir Portugal ordenó a sus generales y comandantes apoderarse de la mayoría de las plazas fuertes establecidas en la Península.
Hizo abdicar a Carlos IV y puso en su lugar a su hermano José Bonaparte, apodado 'Pepe Botella' por su posible adicción a la bebida, aunque hay historiadores que aseguran que este sobrenombre no tiene carta de naturaleza real ya que fue acuñado por el populacho para desprestigiar al francés. Este golpe de estado encubierto provocó la rebelión del pueblo. Y en las revueltas del 2 de mayo en Madrid se mató a 150 soldados franceses. A las pocas horas llegó la represalia con el fusilamiento de 44 guerrilleros muy cerca del convento de doña María de Aragón. Este fue uno de los detonantes de la Guerra de la Independencia.
José Bonaparte realizó muchos nombramientos a lo largo de la 'piel de toro'. Todos ellos adeptos a su política represiva contra el pueblo. Para su gobierno era cuestión de vida o muerte apoderarse de todos los recursos posibles con el fin de mantener a los ejércitos franceses acantonados en España, que defendían al gobierno con una gran crueldad, tanto ante los civiles, como frente a los guerrilleros españoles y el ejército regular británico del Duque de Wellington.
A principios de septiembre de 1809, el diputado general de Álava, Valentín María Chávarrri, un hombre de paja, recibió un correo desde la Corte de Madrid del rey intruso –según consta en el Archivo Histórico Provincial de Álava– que le instaba a redactar un decreto para «ordenar a frailes y monjes que abandonaran antes de 15 días los monasterios y conventos de órdenes religiosas y regresaran a su lugar de nacimiento. El Estado se haría cargo de todas las propiedades monásticas para venderlas». Fue una revancha de los mandatarios franceses contra el clero regular que se había opuesto a la invasión napoleónica, alentando a la población a la resistencia e incluso cooperando en muchos casos con las partidas rebeldes.
En Labastida, en el convento de San Andrés de Muga, de la orden Franciscana, como el de los Padres Capuchinos de Laguardia, se les comunicó: «Quedan a disposición de la Real Hacienda ambos conventos y sus haberes y es muy urgente que VSS recojan con exactitud toda la plata, oro y alhajas que haya en ellos, procediendo con la mayor vigilancia a fin de no dar lugar a quien distraiga la menor parte...».
El de Labastida y el de los Capuchinos de Laguardia fueron expoliados y después destruidos
conventos
Sin embargo, en este extenso viñedo del Señor existen muchos pícaros y pillos sueltos, y días antes de ejecutarse el edicto real, los conventos de Rioja Alavesa fueron saqueados por los propios frailes, que huyeron vestidos de paisanos, y la consiguiente chusma de vecinos de las villas respectivas. Se apropiaron de todas las pertenencias, de los rituales de la Iglesia y hasta de las limosnas de los cepillos. No dejaron ni las cántaras de vino que se utilizaban para celebrar los santos oficios. En este caso, todos fueron responsables menos los franceses. Fue un saqueo en toda regla promovido por legos y también por algunos frailes que pretendían salvaguardar los bienes. Otros se los quedaron.
El convento de Labastida albergaba entre sus entresijos muchos siglos de historia. En 1580 aparecen los primeros legados testamentarios a favor de esa orden. Fray Plácido de Pinedo fue quien comenzó la conducción de aguas desde la 'fuente de Los Parrales' (llamada más tarde 'de Los Frailes') hasta el convento, donde a lo largo del año se llevaba a cabo una gran actividad religiosa. En el día de San Marcos se hacía una procesión-rogativa, el Jueves Santo y el domingo infraoctavo de Corpus lo festejaban con absoluta devoción. Fechas de culto fueron el día de San Francisco y el de San Andrés. Hubo una acreditada escuela de Teología y Artes. Abandonado en 1835, fue demolido en parte por las tropas del general Zurbano durante la guerra carlista. Hoy no hay vestigio por ninguna parte de su existencia, ni una sola piedra que de fe del mismo.
Destrucción completa
El 8 de marzo de 1667 se fundó en Laguardia el convento de los Padres Capuchinos, en el lugar (La Barbacana) donde estuvo anteriormente ubicada la judería, con catorce profesores, dos laicos, cuatro nonados y un criado. Durante años fue el epicentro religioso de la villa. En su espadaña, una campana ejercía de despertador de los vecinos cuando era la hora de exhortar a maitines. Por Semana Santa, se celebraban continuos vía crucis por los extrarradios de las murallas. El altar principal estaba dedicado a la Divina Pastora y detrás de ella un sitial donde se hallaba la talla de San Antonio.
En el otoño de 1809 recibieron la orden napoleónica de abandonar el convento y entregar todas sus pertenencias a los invasores. El mandato fue interpretado por frailes y vecinos como un ultraje y una humillación. Y antes de que vendrían los recaudadores, entraron en desbandada en él y se llevaron hasta los devocionarios. No dejaron en pie ni el sagrario. Esta congregación mantuvo una gran amistad con el fabulista Félix María Serafín Sánchez de Samaniego, que fue amortajado con el hábito de esta orden. Más tarde, las huestes carlistas derruyeron todo lo que encontraron a su paso, incluido el convento y parte de las murallas de Laguardia.
La mano del hombre ha sido implacable a lo largo de la historia. Con su afán destructivo ha demolido ermitas, conventos y abadías, de un valor artístico incalculable sin ton ni son. Toda las jurisdicciones de Rioja Alavesa estaban salpicadas de huellas culturales de las que hoy quedan sólo vestigios.
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