La grabación de un reportaje sobre la muerte de una mujer en un incendio es el detonante de esta propuesta que adopta el pulso de ... un thriller. El montaje arranca con fuerza, pero esa sugerente energía inicial termina diluyéndose, dispersándose y espesándose.
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Andrea Jiménez maneja con acierto la puesta en escena, incorporando vídeo en directo para intensificar la inquietud y crear un estimulante diálogo entre lo teatral y lo cinematográfico. Este recurso amplifica las perspectivas sobre un mismo evento y juega con la atención del público, que debe decidir dónde fijar la mirada.
A medida que avanza la pieza, cada personaje recompone el incendio desde su experiencia, ofreciendo versiones que cambian, se superponen o incluso chocan entre sí, hasta formar un mosaico fragmentado del suceso. La idea funciona al generar intriga y un flujo de movimiento que mantiene el dinamismo. Así mismo, el humor aparece como una interesante válvula de escape ante la tensión, por ejemplo, en la recreación del momento previo al fuego, donde periodista y técnico asumen los roles de Inés y Alba en un atrayente ejercicio metateatral.
La escenografía convierte las paredes de un espacio doméstico en superficies de proyección, creando lienzos que expanden y transforman la acción. El elenco, por su parte, defiende la obra con convicción, aunque a veces el texto se pierde por falta de claridad y un volumen excesivo en el espacio sonoro.
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A pesar de tener muchos elementos potentes y decisiones formales acertadas lo que termina pesando es la acumulación de capas y una dramaturgia irregular que pretende abordar muchos temas, como la precariedad, una reflexión sobre la manipulación mediática o la desestructuración familiar. Sin embargo, se estanca sin desarrollar nada con la profundidad e intensidad que prometía inicialmente.
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