Acodado en la barra del Toloño escuchaba a dos parroquianos preguntarse para qué coño necesita alguien robar un carnet y abrir una cuenta falsa en ... Vitoria. Máxime si se trata de una persona pública a la que conoce todo dios desde que entra por la puerta de la sucursal bancaria.
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- Y menos ahora que los intereses son negativos, decía el otro. Cuando precisamente todos estamos haciendo lo contrario, que es sacar los ahorros de la Kutxa, meter el dinero en una cajita de esas de lata y colocarlo debajo del ladrillo, ese que siempre se movía, en la esquina del comedor, detrás de la silla que nos dejó como nueva el tapicero.
- O si no, esconder la pasta en el altillo de un armario empotrado de la casa de los suegros, proponía su interlocutor, como hizo ese del PP de Madrid que les dejó una maleta con un millón de euros a los padres de su mujer y luego le dijeron a la Policía que se la había olvidado el técnico de Movistar que fue a arreglar la tele.
Especulaban los dos clientes con todas las posibilidades habidas y por haber. Que si un divorcio, que si el temor a perder su patrimonio por cuitas familiares, que si tal o que si cual. Pero ninguno llegaba a entender el proceder de quien así se había conducido.
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- No me jodas. Pero de qué guindo se ha caído esta muchacha. Si parece que nació ayer. Y es que va a resultar que hay gente que solo vale para la política, que dicen que valía mucho, pero la vida les acaba quedando un poquito a desmano. Que para esconder dinero, cualquier cosa menos ir al banco. ¿O es que no tenemos Netflix y sabemos que antes se pilla al mentiroso que al cojo? Mira, precisamente me han recomendado ahora una serie de un contable. 'Ozark', creo que se llama.
Obviamente, me dije, estaban hablando del notorio caso de la concejala que ha debido dimitir por un asunto de suplantación de personalidad que resulta absolutamente incomprensible. Que una cosa es disfrazarse en carnavales de Napoleón y otra adoptar una identidad falsa para abrir una cuenta corriente en un banco de tu pueblo con el DNI sustraído a un tercero.
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No parece muy recomendable convertir el pleno en sala de despiece por mucho que lo pida la fontanería orgánica
El sucedido resulta tan truculento que no hay por donde cogerlo. Sin duda se trata de una de esas situaciones en las que algo te hace clic en la cabeza y actúas como si estuvieras sonado. Y acabas por hacer la estupidez más inimaginable porque no encuentras ese segundo necesario para darte una bofetada a ti mismo y decirte: '¿Pero qué coño estás haciendo?' Y cada paso que das te va acercando más y más a la comisaría de policía, lo mismo que el zorro se acerca a la peletería a cada minuto de su paseo.
No voy a juzgar a nadie, solo faltaría, sin conocer los pormenores de un asunto que daría para un Ri-fi-fí. Pero me reconcilia saber que todo apunta a que no se trata de una acción que tenga que ver nuevamente con la corrupción política tan en boga, sino de un error garrafal de índole personal que la autora deberá saldar ante un juez, para infortunio suyo.
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Quiero creer que si se tratara de una cuestión de financiación irregular, y sabiendo que todos los partidos acreditan experiencia suficiente como para elegir modos más eficientes de elusión fiscal, el modus operandi hubiera sido mucho más sofisticado y no tan cañí como ha sido éste.
En lo que a mí respecta, desde hace ya mucho tiempo dejé de alegrarme de la desgracia ajena y de juzgar con severidad los errores forasteros en el ámbito personal. Hace años aprendí de mi madre que la vida tiene extraños modos de ajustar cuentas con la crueldad. De tal suerte que si te regocijas con el sufrimiento de algún conocido a quien profesas una inquina especial, y le deseas lo peor, luego la vida siempre se empeña en cobrarte los intereses de algún modo.
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Por eso no me alegré de los males de esta concejala dimisionaria que huyendo del fuego cayó en las brasas, pese a no comulgar con su ideario político. Muy al contrario, imaginé la angustia que debió de soportar para dar los torpes pasos que la aproximaron al abismo por el que se precipitó, sin hallar otro camino que transitar que aquel por el que optó.
Y me dije que en innumerables ocasiones ocurre que, metido en berenjenales como estos de la política, acabas desconectando de la vida real como indicaban con acierto los parroquianos en el bar. Y un día tienes que levantar el teléfono para pedir ayuda o demandar un consejo o reclamar un hombro sobre el que llorar, y no se te ocurre a quién llamar o con quién contar. Y entiendes la hostia del Agenda XXI y de Ordenanzas y Directrices de Ordenación, pero acabas confinado en una burbuja invisible que tú eres el único incapaz de percibir. A menudo resulta bochornoso observar el comportamiento de algunos políticos ante la caída en desgracia de uno de sus colegas. Si resulta que además son del mismo partido, para qué les voy contar. Ya lo aclaró en su día el italiano Giulio Andreotti, haciendo la siguiente distinción entre los seres humanos, de mejor a peor: «En la vida hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido».
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Si pienso en ello, no conozco una profesión menos corporativa y más canalla que esta de desempeñarse en política. Y a pesar del refrán que dice que entre bomberos no hay que pisarse la manguera, entre políticos podemos ver cómo se pisan no ya la manguera sino el pescuezo a la menor ocasión. Que digo yo que entre la templanza y el sadismo debiera haber un término medio por el que conducirse.
Ahora es el turno de esta concejala que, en sus propias palabras de puño y Twitter, ha reconocido haber cometido un error personal por el que ha debido dimitir inmediatamente. Para tristeza de los que la respetaban y para alegría de los que la envidiaban o rivalizaban con ella.
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Enseguida han surgido voces de indignación, y alguna sobreactuación, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Por eso, cuando escuché al Alkate jauna utilizando 'el misterioso caso de la cuenta falsa' para saldar cuentas con el partido político al que pertenece la ínclita protagonista, me pareció un tanto fuera de lugar. El hecho de que el primer edil no encontrara un monaguillo que ejerciera de fustigador de la oposición, y tuviera que hacer él mismo el trabajo sucio, dice muy poco de su pericia para hacer equipos. No parece muy recomendable tratar de convertir el Salón de Plenos en una sala de despiece por mucho que se lo pida a uno la fontanería orgánica. Porque en política se puede hacer de todo menos el ridículo. Y no conviene abusar del cinismo, a riesgo de que la vida se tome cumplida cuenta y te espere paciente a la vuelta de la esquina como suele hacerlo.
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