99 monjas custodian los nueve conventos que quedarán tras irse los benedictinos
Pese a sumar dos nuevas vocaciones en 2021, la mitad de los monasterios sobrevive con menos de seis miembros
Hubo un tiempo en el que el clero regular de Álava lo formaban nada menos que 400 religiosos repartidos en 18 órdenes de vida ... contemplativa. Sesenta años después, el silencio y la oración ya solo marcan la rutina de 93 monjas y tres frailes que viven con devoción en los diez centros de la Diócesis. Pero los tres últimos dejarán de formar parte de esta comunidad en breve. El pasado mes de enero los benedictinos de Estíbaliz hicieron pública su intención de abandonar el cerro de la patrona en septiembre. La única orden masculina de la provincia se despedirá a punto de cumplir su centenario.
Con todo, los números revelan que en este 2022 hay dos religiosas más ordenadas que el pasado año. Un crecimiento testimonial, pero crecimiento al fin y al cabo, en unos tiempos marcados por la escasez de vocaciones. Al cómputo de la Diócesis de Vitoria, además, se han sumado este año la seis hermanas de las clarisas de Orduña, civilmente en Bizkaia, pero eclesiásticamente vinculadas a Álava, que se unen a las novicias que tomaron sus votos en los conventos de clarisas y de salesas de la capital alavesa.
La cara opuesta la pone la mitad de las comunidades que sobrevive con menos de seis miembros. En Álava hay hoy nueve conventos y un monasterio pertenecientes a siete órdenes. Hace cuatro años que cerró la octava. Las Hermanitas de los Pobres se despidieron de su residencia de Gazalbide por la falta de relevo. Ellas se retiraron cuando contaban con ocho hermanas, pero hay otros centros con situaciones más alarmantes. Es el caso de Alegría, en el que apenas quedan cuatro. O el de Salinas de Añana, con solo dos. Pertenece a las Comendadoras de San Juan de Acre, que perdió a una de sus integrantes el año pasado. Pero de momento, según fuentes episcopales, no pasa por la cabeza de las dos hermanas que quedan bajar la persiana.
De Vitoria a Toro
Otros preparan el futuro ante esta situación límite. En su mayoría, los centros se han visto obligados a optar por asociarse a otros de modo que, cuando dejen de ser sostenibles, los que queden emprendan su mudanza a otras comunidades de su misma orden. Esta es la realidad a la que se enfrentan ya las dominicas de Vitoria, asociadas con sus compañeras de Toro (Zamora), las clarisas de Alegría, con las de Salvatierra, y los benedictinos de Estíbaliz, que harán las maletas rumbo a Lazkao (Gipuzkoa). «Es ley de vida. Mientras estemos las cuatro bien seguiremos, pero para cuando falle una ya está todo preparado», asume resignada Sor Piedad. Hace tiempo que ya no tienen ninguna actividad económica y las hermanas clarisas subsisten con su pensión. «Tenemos suerte de tener una señora de piso. Estamos muy mayores y ya no podemos salir mucho a la calle. Ella nos hace los recados. De todos modos, no tenemos muchos gastos».
Las dominicas de Vitoria no han llegado a ese punto todavía, pero no lo ven tan lejano. «Estamos muy disponibles y tenemos las puertas abiertas», reitera Sor Carmela, madre superiora del convento. «Pueden estar el tiempo que necesiten, pero solo si hay un verdadero interés en discernir si esta vida es para ellas. Para eso hay que tener un recorrido anterior de autoconocimiento y de relación con Dios. Si no esto es un cuartel».
Para ella, la baja natalidad y «la insensibilidad hacia la vida religiosa» merma las vocaciones. «Nos ven muy serias, inaccesibles y desconectadas de la realidad. Y no me siento para nada así». La última novicia entró en 2013. «Soy la más joven y tres de las cinco que estamos aquí ya son muy mayores». También se empieza a notar en «el reparto de oficios». Con todo, se esfuerza día a día en reivindicar su papel social. «Nuestro convento merece la pena que perdure. Lo prestamos para conciertos, rezar, cursos, como locutorio. Somos necesarias para la ciudad».
«Si tuviera una hija que quisiera ser monja, le animaría a probar»
A menudo los que querían confirmar si Dios les llamaba a una vida de oración debían prestar largas estancias de años. Unos duros noviciados que disuadían a los candidatos. Ahora varias órdenes se han abierto a que los interesados prueben sus rutinas por periodos más reducidos. A María, tras terminar la carrera de Enfermería, le picó la curiosidad. Empezó ayudando a las dominicas de Vitoria los fines de semana para después lanzarse a una estancia de seis meses. «Quería saber si esta vida me llenaba». Pero al final descubrió que no era la suya. «Estaba a gusto, pero descubrí que no me hacía todo lo feliz que quería. Además, tenía oposición en casa y mi salud no atravesaba su mejor momento», recuerda. Aun así, asegura que si tuviera una hija que quiere ser monja «le diría que, si siente que Dios le llama a eso, que lo pruebe como hice yo».
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