Una modesta proposición navideña
Se non è vero... ·
El otro día cayó en mis manos, mientras huroneaba en una librería de viejo vitoriana, un librito titulado 'Una modesta proposición', firmado por Jonathan Swift ... en 1729 y que hacía tiempo me recomendara leer una buena amiga sin demasiado éxito.
Como en todos los tropiezos, aunque especialmente en los literarios, he llegado a la convicción de que tú no encuentras un libro, sino de que éste te encuentra a ti. Vete a saber por qué extraño motivo, pero sé que es así porque un libro es un ser rebosante de vida. Y es su pulsión interior la que te sacude invitándote a acariciarlo cuando paseas tu vista por el estante, como si se tratara de la piel de una amante evanescente.
Ocurre lo mismo que cuando vas al monte en busca de hongos. De repente giras el cuello y miras hacia la derecha, como si hubieras escuchado chistar a alguien, y allí, en medio del suelo, observas un boletus de medio kilo. Tan pinturero. Tan oferente. Como si te hubiera estado esperando desde hace tiempo y te recibiera con un «¡ya era hora!».
Y te preguntas cómo es posible que no lo haya visto nadie antes. Y reparas en que es el hongo el que se ha hecho visible porque le ha dado la real gana. Quizá porque le has gustado. O porque le has dado confianza. O simplemente porque ha escuchado tu respiración y te elige al imaginar que eres un hombre de honor y que lo tratarás de forma honorable. Si te detienes a pensarlo, es idéntica la sensación que te aqueja cuando te tropiezas por pura casualidad con ese libro que nunca esperaste, y del que apenas habías oído habla, como me sucedió, sin pretenderlo, aquella mañana gris en que paseaba por la calle Siervas de Jesús y me paré frente al escaparate de Sekhmet.
La hambruna
'Una modesta proposición' es más un panfleto que una novela o que siquiera un ensayo. Su subtítulo es largo e indicativo: «Una modesta propuesta para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público».
En sus páginas, el autor plantea una propuesta para resolver el grave problema a que se enfrentaban en aquella época los campesinos irlandeses. La hambruna era de tal calibre que debían elegir entre pagar sus rentas y alquileres o dar de comer a sus hijos. Los terratenientes y propietarios tenían claros sus derechos y no estaban dispuestos a renunciar a sus ingresos.
Para solucionar esta cuestión lacerante, Swift planteaba con todo el rigor, y con todo el arsenal de ironía del que disponía, que los campesinos vendieran sus hijos a los propietarios para que estos se los comieran, saldando así sus deudas y evitando el desahucio.
«Me ha asegurado un joven americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño saludable y bien criado constituye, al año de edad, el alimento más delicioso, nutritivo y sano, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y yo no dudo que servirá igualmente en un fricasé o en un guisado», postulaba Swift con ánimo constructivo y de forma absolutamente pormenorizada.
La imagen en el espejo
El libro causó una reacción airada entre un público que o no supo ver la ironía o vio su propia imagen reflejada en el espejo de aquella propuesta. Aquellos que se echaban las manos a la cabeza ante aquella invitación al canibalismo eran los mismos que no estaban dispuestos a renegociar sus alquileres, permitiendo que aquellos niños murieran en la más absoluta inanición.
Lo que hace unos pocos años resultaba una caricatura irónica de principios del siglo XVIII para sacudir las conciencias lleva camino de convertirse en una más de las propuestas que poner sobre la mesa en estos tiempos de tribulación en que preferimos embestir a pensar, poniendo nuestra confianza en proyectos egoístas y mesiánicos que prometen hacernos grandes de nuevo.
Por eso, ya hay quien, quitándose la careta, desde la bancada conservadora del propio Parlamento Británico propuso con toda seriedad que se esterilizara a los inmigrantes que quieran cobrar ayudas, para evitar que puedan aumentar su prole y, por ende, el gasto social que ello llevaría aparejado.
No es solamente que la propuesta resulte escandalosa, que también. Lo es más el hecho de que haya pasado prácticamente inadvertida a la opinión pública, tras la petición de disculpas del diputado impulsor de la medida.
Igual que la despiadada crítica de Swift a la sociedad de su tiempo en 'Los viajes de Gulliver' acabó convirtiéndose en literatura infantil, puede que algún día veamos materializarse la imaginativa propuesta de vender los hijos de pobres e inmigrantes como animales de cría, incorporada a algún programa electoral. Así, en Navidad, podrían sustituirse los pavos, capones y cochinillos de nuestras mesas por bebés criados para el consumo. Al final, como diría Jonathan Swift, solucionamos un problema y gana todo el mundo.
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