Mensajero de emociones
EL CORREO distingue a Miguel Ángel Zaldívar, su alteza Melchor, por sus más de cincuenta años en la cabalgata de Reyes
Si te has portado bien te hará llegar ese regalo por el que suspirabas y así se lo pediste con buena letra en la carta. ... Y si has sido un pelín trasto, tampoco has de preocuparte porque él, tan comprensivo, como mago convertirá el carbón en una cajita forrada de llamativo papel con una sorpresa dentro. El rey Melchor, como sus compañeros de séquito Gaspar y Baltasar, más pajes, carteros y bomberos, jamás defrauda. Desde hace siglos, cada madrugada del 5 al 6 de enero, sin hacer ruido para respetar el inquieto sueño infantil y el reparador descanso de los no tan críos, cumple, como todos, con su cometido.
Hace 52 años que Miguel Ángel, de la 'casa real Zaldívar', participa en tan deslumbrante séquito por las calles, hospitales, residencias y domicilios de Vitoria. Su padre Ángel, que fue Gaspar hace siete décadas, endosó al hijo una antorcha para que se fuera acostumbrando a la dignidad. Luego, ya adolescente, ejerció de criado de una de las altezas y a los 19 se estrenó de Melchor en la cabalgata auxiliar. Pero el destino, por ascendencia, fidelidad y méritos, le tenía reservado un trono. El de Baltasar, sí, Baltasar, el de su debut en el desfile oficial. Por aquel entonces, el buen hacer de Gallardo, maquillador profesional nacido en Ali, tiznaba su cara hasta casi rozar el (ridículo) -perdón por la licencia-. Y desde hace 29 años, Miguel Ángel Zaldívar ya encarna al barbudo, simpaticón y complaciente Melchor en esa comitiva que reúne a su alrededor más público que ningún otro acontecimiento del año en la ciudad. Como mensajero de emociones, por su altruista labor tras medio siglo en la cabalgata, EL CORREO le reconoce como Alavés del Mes. Eso sí, se lo agradece después de comprobar que ha repartido, en efecto, con la necesaria ayuda de los suyos la totalidad de los regalos solicitados. Y nada de carbón.
«Yo no espero a mi cumpleaños ni al inicio de las vacaciones. Yo solo espero al 5 de enero»
Profesor de autoescuela
Nacido el 6 de julio de 1955 en la desaparecida clínica Santa Ana, en El Batán, al Miguel Ángel Zaldívar sin corona ni capa le distingue igualmente una marcada vocación de servicio a los demás, quizás por intersección familiar o ¿divina? Fue voluntario de la DYA, colectivo de asistencia al automovilista que creó su padre en la autoescuela Zaldívar, hoy bajo su gestión y de la que es profesor de conducción. Nuestra majestad también atendió el dispensario de etílicos agudos que durante largo tiempo fue el único hogar de alcohólicos sin techo, frente a la vieja plaza de toros. Y hasta integró el Grupo La Amistad, payasetes, cantantes, bromistas y acordeonistas que rondaban los centros de jubilados, residencias y hospitales para sacar una sonrisa a su honesta y agradecida audiencia. «Repartir felicidad es lo más importante en esta vida», asegura el protagonista del último mes a juicio de este periódico.
No destacó en los 'Marias' ni en 'el masculino', el Ramiro de Maeztu, pero se aplicó para obtener el Graduado Social, el título de Profesor de Formación Vial y el de Director de Autoescuela, a lo que se ocupa con fervor desde hace cuarenta años. Se cuentan por cientos los vitorianos que han conocido su amabilidad, su conversación, su cercanía y aprendido de sus consejos al volante. Y miles son los niños que le han escrito, besado, admirado y emocionado. Al cabo de tantas Navidades sigue de Melchor con pasión abrumadora y ni se asoma a la retirada. «Es un día muy especial. Yo no espero a mi cumpleaños ni celebro mi primer día de vacaciones... Yo solo espero al 5 de enero». Y a su anochecer.
Y ese día, ¿qué? «Es de emoción». Más allá de lo que viene a significar, de lo que dice San Mateo, de la religión católica que profesa, Miguel Ángel sostiene que su papel consiste en «representar algo familiar, entrañable... Ese abuelo que recuerda lo que de pequeño le traían los reyes, el niño que te mira embelesado...». Se ablanda. O aquel que en una visita al desaparecido poblado gitano Gao Lacho Drom soltó: «Mamá, mamá, ¡este rey es payo!». Su alteza ahora se troncha. En su regazo, durante la recepción, más de un txiki se ha orinado entusiasmado de estar con su preferido. Por cierto, su hija, de pequeña, ya le caló. Es lo peor, ser Melchor y trabajar ese día. «Es un día que te hace ver y sentir la debilidad humana. No se debe perder la inocencia», aconseja desde Oriente.
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