La ventana de Overton es un marco que describe el rango de ideas políticas que en cada momento se consideran aceptables o 'decibles' en el ... debate público. Fuera de esa ventana quedan propuestas vistas como impensables o extremistas; dentro, las que van desde lo 'sensato' hasta lo 'moderadamente polémico', pero socialmente tolerable. En cada momento de la historia, los actores políticos intentan modelar ese espacio para que entren dentro de lo aceptable cuestiones que, en otro momento, serían aberraciones absolutas.
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Así, por ejemplo, durante décadas, en muchos países europeos, servicios básicos como sanidad, educación o energía se consideraron un dogma público y protegido. Con la ola liberalizadora de los años 80-90, se abrió el debate a la privatización, y hoy coexisten modelos de gestión pública, mixta y privada. La ventana de Overton se amplió tanto que hasta hoy es posible que algún ático madrileño se planteen acabar con los servicios públicos y que decirlo no extrañase a nadie.
En definitiva, la ventana de Overton es lo que determina qué es posible decir en el discurso político sin ponerse rojo ni dar explicaciones. Es la línea que marca en cada época la ética del debate público. Y en Vitoria acaba de moverse hacia posiciones preocupantemente extremas.
La decisión del PNV de informar sobre la procedencia de los delincuentes en las notas de prensa de la Ertzaintza y el intento de hacer lo mismo en Vitoria son un cruce de línea que hubiera sido impensable hace diez años. Ni siquiera hace cinco. Pero la irrupción del ideario de extrema derecha de la mano de Vox y el PP, o de Alianza Catalana –que es lo que asusta a los nuevos inquilinos de Sabin Etxea– ha introducido en el debate cuestiones que la moral de una sociedad democrática sana debería impedir.
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El propio portavoz del Gobierno, Bingen Zupiria, no sabe si les va a llevar al arrepentimiento. Tanto que ha llegado a decir, textualmente, que «creo que igual el año que viene podría llegar a pensar que he metido la pata». Entonces, ¿qué irresponsabilidad es hacerlo? ¿Qué catadura moral y valentía política tiene quien hace algo sin saber si es lo correcto? ¿Cuál va a ser el siguiente paso, señalar a los delincuentes por provincias? ¿Aplicarlo al transporte público, las ayudas sociales, el uso de la Sanidad pública, la Educación? ¿Poner estrellas en las solapas? Una vez abierta la ventana, cualquier sapo se puede colar por ella.
En Vitoria, la parte peneuvista del Gobierno municipal ha querido emular a sus mayores –no hay que perder nunca de vista quién manda en el PNV y qué lejos está de la Virgen Blanca– y ha insinuado que podrían hacer lo mismo en la capital alavesa dado que la Policía Local está entre las competencias que les asignó el pacto de Gobierno. Por suerte, la alcaldesa Maider Etxebarria ha frenado tal desatino… ¿Qué dirían los miles y miles de inmigrantes que han contribuido a la grandeza de nuestra capital si a ellos les hubieran aplicado lo mismo en los 60 y 70? ¿Qué pensaría la Vitoria de los centros cívicos de esa barbaridad?
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Sea como fuere, el debate ya está en la calle. Parece que a nadie en su sano juicio le importa que la nacionalidad rara vez aporta información relevante sobre el delito, no explica el daño, ni la intención. No ayuda en nada a la víctima. Señalar la procedencia del victimario convierte un problema de conducta individual en 'problema de seguridad' y rompe la idea de igualdad moral entre ciudadanos. No se tiene en cuenta que cuando se asocia repetidamente 'delincuente' con determinadas nacionalidades, se refuerzan estereotipos negativos y se normaliza mirar a esos grupos como sospechosos por defecto. Y se rompe el principio básico de justicia: cada cual responde por lo que hace, no por el lugar en el que nació.
Señalar a los delincuentes por su procedencia convierte a todos los que comparten pasaporte en sospechosos, por lo que traslada la culpa de una persona concreta a miles de inocentes que comparten origen. En Vitoria, Overton tiene una ventana nueva y se la ha colado a la casa de Celedón. Quienes lo han hecho deberían meditar y asumir su terrible irresponsabilidad.
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