Carta de amor al Colmado Los Manueles
En Sancho el Sabio, 12. Vitoria ·
Sección en la que los redactores de El Correo recomiendan sus tabernas favoritasJudith Romero
Jueves, 14 de mayo 2020
Tener una taberna andaluza cerca de casa no era uno de los aspectos que consideré a la hora de buscar piso para mudarme a Vitoria en 2016. Sin embargo, me hizo especial ilusión comprobar que estaba un poco más cerca del sur de lo esperado al conocer el colmado Los Manueles. Nada más cruzar el umbral, cansada tras terminar la mudanza, me sentí como en casa.
El embaldosado comparte los colores con el del patio de la casa de mis abuelos en Ciudad Real, a un paso de Jaén, y todo el ambiente me transporta allí y a otros viajes felices por Andalucía. Los marcos dorados, las damajuanas, la forja. Las baldosas con refranes divertidos o invitaciones a degustar croquetas caseras o tortillas de camarones. Incluso un detalle como el pequeño pozo que decora el local me retrotrae a la infancia. Y aunque, por desgracia, no es un patio de verdad, el ambiente de la calle Sancho el Sabio un mediodía soleado poco tiene que envidiarle. Compruebo que hace años el local estaba decorado con elementos taurinos, pero lo único que se ha toreado en Los Manueles últimamente es el tranvía, el gran toro verde que los parroquianos de la terraza esquivan seguros desde la barrera. También se han hecho algunas verónicas y otros pases para apresurarse a coger mesa, y es que no siempre es tarea fácil.
Pero más que su acertada decoración, lo que hace que los amigos y en especial familiares siempre volvamos a este pequeño enclave cordobés en Vitoria es el trato agradable, su barra y sus finos fresquitos. Como dice su fachada, la elección es bien sencilla: Moriles o Montilla. El colmado reúne lo mejor de ambos mundos y ofrece tortillas, gildas y otras delicatesen locales, pero también es el lugar ideal para saborear una tostada de pan con salmorejo, anchoas en aceite y boquerones en vinagre o albóndigas al Pedro Ximénez. Es difícil tardar en decidirse cuando desde la pared te observa, como viene haciendo desde 1930, La chiquita piconera de Julio Romero de Torres.
En este mundo en el que los bares cada vez son más modernos y su popularidad se mide en likes en las redes sociales, la comida se pide a través de aplicaciones imposibles y todo cambia demasiado deprisa, no dejaré de volver a este pedacito de Córdoba que resiste imperturbable gracias a los herederos de Javier Postigo.