Bienvenidos seáis, colombianos. Y también los ecuatorianos, venezolanos, marroquíes y senegaleses. Y, por supuesto, los ucranianos. Y los rumanos. Todos. Sed bienvenidos a Vitoria y, ... como diría Lina Morgan en aquella tonadilla de los 80, gracias por venir. Vuestra presencia integrada en nuestra ciudad, e integrado no es un adjetivo puesto al azar, nos va a salvar de desaparecer. Así de sencillo, así de crudo.
Podemos hacernos trampas al solitario y creer que la magia existe, pero los datos son tan objetivos que o abrimos las puertas solidariamente o nuestra ciudad -y nuestra provincia, comunidad, país e incluso continente- se extinguirá como los dinosaurios. Aunque en nuestro caso, el meteorito será la escasa natalidad.
En el recién concluido año 2022, en Vitoria nacieron 1.751 niños. La cifra más baja en 24 años. Para encontrar un ejercicio tan malo en lo que a natalidad se refiere hay que irse al pasado siglo XX. Por contra, según cifras del padrón publicadas por este medio, 2.366 personas han llenado las esquelas locales. Es decir, la diferencia entre nacimientos y muertes arroja un balance negativo de 615 personas.
O abrimos las puertas de Vitoria o la ciudad se extinguirá como los dinosaurios, y nuestro meteorito será la escasa natalidad
Dentro de esa cifra de nuevos habitantes, por fortuna, hay niños y niñas de todos los colores y procedencias que han tenido la suerte o casualidad de nacer en nuestra capital. Son ellos parte importante de nuestro futuro. Tanto como las 4.799 personas procedentes del extranjero que se han asentado en la vieja Gasteiz y han logrado que, pese a no tener hijos, Vitoria siga creciendo en población. Una ventaja que no deberíamos perder respecto a otras ciudades de nuestro tamaño.
Esas personas que llegan son de toda procedencia y condición. A los que llegan con un contrato bajo el brazo, bienvenidos. Hagamos lo posible para que se asienten y contribuyan a crear riqueza en su nueva tierra. No son pocos. Seis de cada diez nuevos cotizantes a la Seguridad Social son extranjeros. El 60% de quienes se incorporan a pagar nuestro estado del bienestar no ha nacido entre ovejas latxas.
A los que vienen en precario, en busca de una oportunidad que les niega su país de procedencia, bienvenidos también. Pongamos todos los recursos y ayudas para que tengan un recorrido formativo y laboral que les permita integrarse rápidamente y contribuir a mantener nuestro estilo y calidad de vida.
Porque si hablamos de ayudas justas, no se me ocurre algo con más justicia y lógica que garantizarnos nuestro futuro. No con el manido ejemplo de las pensiones, tan cierto como trillado, sino con la realidad de que ya nos falta mano de obra en servicios tan esenciales como la sanidad. Por lo tanto, cuanto más y mejores profesionales de todos los ámbitos vengan, mejor y más próspera será Vitoria. En el caso contrario, le pese a quien le pese, simplemente la ciudad dejará de existir tal y como la conocemos e imaginamos.
Es cierto que la llegada de inmigrantes genera controversia. No hay más que leer los comentarios que pueblan los medios locales en cada noticia en la que se hace referencia a según qué extranjeros. Todavía hay cazurros que creen que el terruño es suyo solo por haber nacido en él. Ignoran que esta ciudad ha crecido siempre gracias al trabajo y apoyo de quienes han venido de lo que ellos consideren 'fuera'. Y con ese único argumento, ser de aquí, se enmascara una xenofobia paleta que mete en el mismo saco a refugiados, menas, inmigrantes y todo bicho y pata que no tenga un acento recio, con erre remarcada.
Es el atrevimiento de la ignorancia de los datos, de la insolidaridad humana y del egoísmo recalcitrante que piensa que lo importante no es ser mejores, sino ser menos para repartirnos más. Aunque si no crecemos en población, y las parejas alavesas 'de aquí' no parecen estar por la labor de llenar las calles de coches de bebé, no habrá nada para repartir. Entonces, los de aquí nos tendremos que ir a otro sitio y seremos nosotros los emigrantes, como lo hemos sido durante tantos años y de lo que parece que nos hayamos olvidado.
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