Un voluntario del Banco de Alimentos carga varios sacos de patatas sobre un palet en las instalaciones que tiene la entidad en el polígono de Júndiz. rafa gutiérrez

El Banco de Alimentos se ve obligado a recortar sus menús por la subida de precios

La inflación y un número ascendente de usuarios tiene sus baldas contra las cuerdas. «Hace falta más ayuda institucional. Hacemos una labor que también es suya»

Sábado, 27 de agosto 2022, 00:32

La subida de la cesta de la compra está poniendo contra las cuerdas a las economías de muchas familias, pero nadie tiene que sostener a ... una tan numerosa como la del Banco de Alimentos. En su 'casa', son más de 5.000 bocas que alimentar y su monedero tampoco está precisamente lleno. La austeridad así también se ha instalado en los almacenes de esta organización, que ya se plantea recortar sus menús. Un racionamiento que, prometen, no mermará la calidad nutricional y contra el que, claman, hace falta más implicación institucional. «Estamos haciendo una labor que, en teoría, también les corresponde a ellos», reivindica su responsable, Daniel Fernández.

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Hoy la mayoría de las donaciones que recibe la institución benéfica en Álava proceden de empresas y particulares, pero piden que ese 35% de su presupuesto que abonan Ayuntamiento, Diputación y Gobierno vasco sea más abultado con tal de paliar una situación de déficit que, cifran, llega hasta los 200.000 euros. Un registro del que, además, temen que al año que viene, si continúa la escalada de precios, pueda alcanzar los 500.000. «Con el stock actual tendríamos para dar durante tres meses la mitad del menú y se completaría la otra mitad con la compra de productos perecederos de los que no disponemos», urgen.

Una situación que, lamentablemente, admiten, se notará en los productos. «Tendremos que reducir la cantidad sin que merme la calidad», reza el responsable del Banco de Alimentos. Y, defiende, «para que los usuarios puedan mantener una dieta mediterránea, saludable y equilibrada» sus menús básicos deben constar de al menos leche, huevos, arroz, legumbres, pasta, aceite, tomate frito, carne congelada, patatas, harina, frutos secos y compresas.

En ningún caso, advierten, se resignarán a que alguno de ellos desaparezca de la lista. «Antes solíamos tener siempre aceite de oliva, ahora tenemos que dar más de otro tipo. Los pañales y los potitos también escasean y, por ejemplo, solemos traer pollos congelados y estamos planteando reducir la cantidad que compramos».

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Cámaras en modo 'eco'

Y ya no solo es la evolución al alza de los precios lo que atosiga sus neveras, también el continuo aumento de demandantes. «Cada vez recibimos a más personas y a este ritmo no vamos a poder comprar todo lo que hemos necesitado hasta ahora», lamenta Fernández. Y eso que, dice, «nosotros hemos sido los primeros en aplicarnos la austeridad. Apenas encendemos la luz en nuestras instalaciones y tratamos de tener las cámaras frigoríficas encendidas el mínimo tiempo posible».

Un pobre ahorro que, en cualquier caso, no da para reponer las baldas del todo. «Aceite, leche, productos infantiles, huevos, conservas, cualquier producto básico es vital en estos momentos», señala Fernández, que asegura que con los excedentes de los supermercados no les llega para cubrir toda la demanda. «Además nos está pasando de gente que compra uno de los bonos con los que nosotros después compramos en el súper y cuando vamos a utilizarlo el precio del producto que necesitamos ha subido. No nos respetan el que había cuando esa persona nos compró el bono», explica.

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En definitiva, una continua lucha por llenar el carro. Pero todo sea con tal de dar respuesta a todos los que timbran a la puerta del local que les cedió el Ayuntamiento en la calle Brasil. Allí todos los martes y los jueves, días de reparto, se acercan «entre 50 y 70 personas» en busca de los alimentos más básicos.

No obstante, el grueso de los perceptores de estos productos están registrados en alguna de las 54 asociaciones con las que colabora el Banco de Alimentos. «Hay asociaciones de consumo como comedores sociales, conventos de monjas y residencias de mayores. Y por otro lado, asociaciones benéficas que vienen y reparten la comida con sus propias furgonetas». Un servicio del que, calculan, se benefician «unas 5.000 personas, o lo que es lo mismo, unas 1.200 familias», cifra Fernández.

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