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Adurza se reivindica
Adurzaha ·
La celebración del primer milenio de la aldea ha reavivado la llama comunitaria de un barrio forjado en los 50 y 60 que lucha contra el abandono a golpe de buena vecindadEl parque infantil de Adurza es el reflejo del olvido. Los vecinos han tenido que darlo todo en una incontestable votación popular para que el ... Ayuntamiento se rasque el bolsillo y vía programa Hobetuz decida, por fin, renovarlo. Los niños juegan rodeados de hierbajos en una cancha agrietada con canastas y vallas oxidadas, intacta desde los tiempos en que allí echaban partidas de canicas, rayuela o 'sangre contra' los chavales del 'baby boom'. Falta la fuente de piedra, pero este rincón y los edificios que lo rodean –declarado zona degradada por el Gobierno vasco– han visto crecer a los hijos y nietos de aquellas familias que en los años 50 y 60 forjaron este barrio sito entre las vías y Olárizu sobre lo que antaño fue la aldea Adurzaha. Ahora que se cumplen mil años desde que apareció su nombre en la Reja de San Millán, un grupo de residentes ha aprovechado la efemérides para volver a sacar pecho de un sentimiento de pertenencia imposible de explicar juntando letras.
En su contexto
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7.024 vecinos había censados en el barrio el 1 de enero. Son 326 más que en 2024 por el empuje de Olárizu.
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Paseos con andador Igual que los caracoles, los días de sol los mayores del barrio (uno de cada tres habitantes peina canas) salen a pasear. Es un desfile de andadores.
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600 pisos de alquiler hay en Adurza, dice el Eustat. Muchas se las reparten universitarios y familias migrantes.
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Área degradada La parte más antigua del barrio ha sido declarada área degradada. Las casas, de más de 60 años, se deterioran y no hay plan B. Uno de cada diez portales carece de ascensor.
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50 años ha cumplido Adurtza Dantza Taldea, un referente de la música y las danzas tradicionales vascas.
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Declive comercial Las grandes superficies y las franquicias han herido de muerte al comercio minoristadel barrio. Sólo queda una mercería y la ferretería se traspasa por jubilación.
Lo de que en «Adurza nos conocemos todos» no es sólo un mantra. Da igual donde se nazca, que en cuanto uno lleve unos años viviendo allí, en una de sus 3.622 viviendas, ya está aceptado y puede presumir de barrio. O el barrio presumirá de él, como lo hace con los también oriundos Ernesto Valverde, Oier Lazkano, Iñaki Kerejazu, Jonathan Herrero, Joaquín Jiménez... Aunque de lo que de verdad alardea es de sus redes comunitarias. Ese halo inclusivo flota sobre Adurza desde los tiempos en que el sacerdote y profesor Carlos Abaitua se apoyó en la doctrina social de la Iglesia y propició la construcción de residencias obreras y casas económicas para acompañar a las familias que llegaban de diferentes regiones. Les ayudó en su adaptación a una ciudad pequeña que se abría a la industria.
Mientras la periferia crecía precipitadamente bajo la batuta urbanística del desarrollismo, la burguesía local miraba para otro lado y casi nunca asomaba la cabeza por encima de la tapia del tren. Así que durante muchos años Adurza casi casi que se autogestionó. Había alcalde de barrio, parroquia San Ignacio, centro social con dispensario en el que pinchaban las monjas, mercadillo, grupo de danzas, clubes de fútbol, pelota, montaña, baloncesto, judo, 'movimiento junior', clases de euskera libres y gratuitas, manualidades, tres colegios de EGB y parvulitos, fiestas memorables con 'encierros' de la ganadería Tuvisa, cabalgata de Reyes Magos en 'cuatro latas' y Olentzero y manifestaciones de barrio multitudinarias como aquella contra la droga (la heroína) que tantas familias destrozó en los 80.
Era un hervidero de gente con ganas de hacer cosas –legales y no tanto– en los tiempos en que las madres llamaban a gritos a sus vástagos desde los balcones con ropa tendida para que subieran a comer. No había dinero pero sí buenos bocadillos de chorizo Pamplona. Y el que estrenaba BH o Torrot era el rey del mambo, igual que la que tenía un vestido de noche de Nancy original y no una copia hecha de retales.
Mayores atrapados
El mundo cambió y se globalizó. Y Adurza, uno de los distritos más euskaldunes de Vitoria, se mantiene a flote pese a sus cientos de fugas de agua. Hay una parte más nueva del barrio, fronteriza con San Cristóbal, que convive con otra fundacional y más antigua, con graves problemas de accesibilidad y hasta de humedades, denuncia Nerea Gallastegi, miembro de la asociación vecinal Adurtzakoak.
Durante las primeras décadas casi casi que se autogestionó, había hasta alcalde de barrio
A lo de celebrar los mil años de la aldea primigenia se ha apuntado todo quisque
La falta de ascensor de uno de cada diez portales del barrio ha convertido los hogares de algunos mayores –el 30% de sus 7.024 vecinos tiene más de 65 años– en una cárcel con sofá, tele y escalones. En 2022, el Ayuntamiento presentó el programa 'Agree' de rehabilitación y habló de una lluvia de millones de Europa para hacer eficientes y accesibles casas que tienen hasta grietas. Pero nunca más se supo. A los gobernantes les costará mucho volver a ilusionar a esos vecinos. Primero porque algunos han fallecido; y segundo, porque los que han ido ocupando sus huecos no tienen economías boyantes.
Adurza, con una renta familiar media de 21.067 euros según el Eustat (7.000 euros inferior al promedio de ciudad y a distancia sideral de los 56.979 euros de Aretxabaleta-Gardelegi) tiene en alquiler unos 600 pisos. Buena parte los ocupan los universitarios y otra, familias migrantes que encuentran en el barrio precios algo menos imposibles que en el resto de la ciudad. Según el instituto vasco de estadística, el 15% de los residentes de esta zona al sur de Vitoria es de origen extranjero.
Sus hijos son derivados desde hace años al colegio San Ignacio separado por una valla de la ikastola de Adurza. Esta segregación, denuncian desde Adurtzakoak, «ha sido propiciada por la propia Administración», la misma que decide ahora de manera unilateral fusionar los dos centros. El AMPA Ikasberri pide a Educación un «proyecto sólido» que garantice la participación directa de la comunidad educativa. El proceso, reclama, ha de ser «transparente» y pasar por reacondicionar espacios y edificios y crear herramientas nuevas para la euskaldunización del alumnado, la interculturalidad y la cohesión social.
Algo tiene que decir también el barrio sobre el centro de salud. Se ha quedado pequeño. Sobre todo a raíz del crecimiento de Goikolarra y la urbanización de Olárizu. Necesitan más médicos, pediatras, matronas y ginecólogas. Pero... ¿dónde? «Entendemos que si hay que hacer uno nuevo se acerque a Goikolarra, pero si eso va a suponer un traslado del nuestro... La gente es muy mayor y es un servicio supernecesario para ellos», reflexiona Nerea Gallastegi.
Los irreductibles
Bastante mal llevan el declive comercial –«esto es durísimo»– como para que les quiten su ambulatorio. Las tiendas de toda la vida han ido echando la persiana, devoradas por las grandes superficies que han cercado el distrito. El mercadillo está cerrado a cal y canto (sobrevive eso sí el fronterizo de Hebillas). Mari Mar, Pedro y los dueños de la carnicería Gasteiz se dejan la piel para despachar filetes, pan, fruta o morcillas de Burgos y patateras desde la cercanía. No hay más que una mercería (Yoli) y una ferretería (Jesús) al filo del cierre. La papelería Open Digital acaba de dejar a los niños huérfanos de rotuladores, cuentos y mochilas para el cole. Al menos quedan, irreductibles como los galos de la aldea de Obélix, algunos bares de txikito, mus y partido de fútbol. Potxi, Klarin, Biltoki, Iratxo, Fournier, Hegoalde, Vaiven, Arotz, Capas, Benito...
Por cada rincón de los aquí mencionados –algunos sin baldear desde hace la intemerata de tiempo– pasó hace unos días la kalejira con la que Adurzaha logró que el barrio luciera de nuevo músculo social. Una treintena de vecinos de todas las edades vuelve a tocar los cimientos emocionales de Adurza con la excusa de su primer milenio. A los fastos se ha sumado todo quisque: los dantzaris, la asociación vecinal, los pioneros de Fórum 50-70, los eskaut, los montañeros, los viajeros, los pelotaris, la red comunitaria, la de salud, la de cuidados, la antirrumores, la comisión de euskera, la de fiestas, las familias lagunak, los cabezudos de la ikastola y todo aquel que leyó con interes el manifiesto mil veces reenviado con el que Adurzaha apelaba a la identidad de barrio acogedor y que concluía que su futuro «será la suma de muchas pequeñas aportaciones». El próximo reto: vestirse la camiseta de los mil años allá donde se esté de vacaciones e inmortalizar ese momento 'Adurtzatik mundura (De Adurza al mundo)'.
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