3.037 kilómetros cuadrados de libertad
Álava se abre con el pantano y los pueblos vacíos. «Este fin de semana todo estará de bote en bote»
Abren las rejas y, ante sí, la libertad, la apabullante libertad. Cuentan que es más o menos frecuente que los presos sientan una sensación de ... agobio, de vértigo, incluso de miedo, al salir de la trena. Ven ante sí todo un mundo de posibilidades y no saben muy bien cómo gestionar ese momento. ¿Dónde ir? ¿A quién ver después de tanto tiempo de cautiverio? Muchos se quedan largo rato ahí, frente a la puerta de la prisión, sin saber muy bien qué hacer, cómo gestionar el tan anhelado libre albedrío. Algo remotísimamente parecido les pasó ayer a muchos, a la mayoría de los alaveses. Liberados de este último confinamiento perimetral, tenían de nuevo ante sí los 3.037 kilómetros cuadrados de la provincia -a los que hay que restar los 96,36 del término municipal de Amurrio y los 37,45 de Llodio, ambos todavía en zona roja- para ellos solitos. No se movieron. No sabían qué hacer ni a dónde ir. Acaban de abrir la jaula y la mayoría se ha quedado en su sitio.
Es indudable que hay ganas de salir, de volver al pantano y de echarse al monte, de tomar vinos en Rioja Alavesa y de zamparse un buen chuletón en una sidrería hasta desafiar a la acidez. Pero hay que reconocer que un martes de labor no es el mejor momento para recuperar la libertad de movimiento, aunque sea la provincial. La cadena del trabajo es incluso más pesada, más difícil de quebrar que la de los confinamientos de Urkullu. Sólo unos pocos privilegiados pudieron volver a disfrutar ayer, a sus anchas, de rincones como el pantano o el parque natural de Izki.
«Dejar pasar un día así, tan bueno, en casa, sería pecado», comenta David mientras se quita las botas de monte. Junto con Lucía, su mujer, acaban de dar un paseo por el parque natural de Izki. «Nos gusta el monte y estábamos hartos ya de ir a los mismos sitios, de dar vueltas al Anillo Verde y, como mucho, por Mendiola», comenta la pareja, de Vitoria. Son poco más de las 11 de la mañana y, aquí, bajo la ermita de la Virgen de la Peña, en este merendero privilegiado entre marojales y carrascales y alisedas sobrevuela un águila (¿o será un alimoche?). No hay un alma. Sólo al fondo, en una de las barbacoas frías durante meses, Jon se dispone a encender la brasa para asar panceta, chorizo y morcilla. Prepara para su familia un almuerzo pantagruélico, de los de día de guardar. «Claro que había ganas de un plan al aire libre, hemos aprovechado a venir hoy porque esto, el fin de semana, estará de bote en bote... será imposible coger mesa», comenta mientras aviva las brasas.
Buenas perspectivas
En efecto, el buen tiempo que se avecina hace que las perspectivas para este fin de semana de libertad condicional por la provincia sean fantásticas. También para el sector hostelero de la provincia. Si los bares y restaurantes de Vitoria han sufrido hasta la extenuación con esta última tanda de restricciones, fuera de la capital muchos hosteleros han tenido que hacer verdaderos malabarismos para seguir en pie. De milagro, lo han logrado. «Con el cierre de Vitoria, pensábamos que iba a ser muchísimo peor, pero la verdad es que hemos ido tirando con clientela de Rioja Alavesa y del entorno», fía el chef Edorta Lamo, del fabuloso Arrea! de Campezo mientras se prepara para un fin de semana para el que ya están completos.
En la sidrería Iturrieta, en Aramaio, ayer no pararon de atender llamadas de reservas para el sábado y el domingo. «Muchas son de gente que tuvo que cancelar con el último cierre, ha sido un año muy, muy duro... el pasado perdimos toda la temporada y este apenas salvaremos un 25%», lamenta Juan José Peciña, su propietario.
Entre tanto, en Garaio, el pantano, el gran patio de recreo de los alaveses, aguardaba ayer con la hierba más mullida que nunca, sin pisotear, con los dientes de león reventones. Por allí se dejaron caer parejitas como Mikel y Desirée, que salieron del trabajo directos a darse arrumacos al sol sin demasiado miedo a las miradas indiscretas. Estaban casi a solas, con el rumor del agua de fondo. Arnold, el vendedor de helados La Vitoriana, esperaba de brazos cruzados a una clientela que no llegó. «Es el primer día que venimos en toda la primavera», comentaba. Y, unos metros más allá, las hermanas Edurne y Laura Rubio sesteban a los pies de su caravana junto a su madre, Nieves Perianes. «Aquí estamos tranquilas, al aire libre. Ya era hora de poder salir de Vitoria». Pues sí. Aunque sea a la vuelta de la esquina.
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