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Manifestación tras la celebración del primer aniversario de la muerte de 5 obreros en marzo de 1976.

El papel de la Iglesia en el 3 de marzo de 1976

Criticada por la Policía y por los huelguistas más radicales, la iglesia alavesa se mantuvo al lado de los obreros, aunque el obispo finalmente no paró la entrada policial en San Francisco. «Hubo dos posturas diferentes», asegura el historiador Carlos Carnicero

Francisco Góngora

Martes, 8 de marzo 2016, 01:03

«Sin duda uno de los papeles más relevantes a lo largo del proceso huelguístico de 1976 en Vitoria lo tuvo la iglesia. El permiso dado por varios párrocos para el uso de sus templos como locales para la celebración de las asambleas obreras, les situó claramente al lado de los huelguistas. Sin embargo, la totalidad del clero no estuvo de acuerdo con esas actitudes y permisos concedidos. Estas diferencias aparecieron tras los hechos del 3 de marzo y los análisis realizados por uno y otro sector del clero». Así comienza un capítulo de su libro sobre el 3 de marzo el historiador Carlos Carnicero (La ciudad donde nunca pasa nada. El 3 de marzo de 1976). Concretamente, el capítulo dedicado a Otros elementos para el análisis.

El peso de la iglesia hace 40 años era brutal. Los seminarios estaban llenos y cada día decenas de curas colgaban la sotana. Las iglesias se llenaban tanto de personas conservadoras cómodas con el régimen franquista como por ciudadanos abiertos a los cambios y gente de izquierda que encontraba en las iglesias el lugar donde anidaba la alternativa al franquismo.

También cuenta esto Carnicero. «Algunos de los sacerdotes vitorianos de aquella época habían tenido experiencias, desde finales de los años cincuenta, con la problemática obrera. Ese era el sector del clero más sensibilizado con los problemas de los trabajadores. La propia iglesia en general había sufrido una clara transformación en ese sentido. Tras el concilio Vaticano II, la doctrina eclesial se va haciendo más sensible a los problemas sociales», prosigue el libro.

«En las parroquias de los barrios obreros de Vitoria, lejos de haber una uniformidad de pensamiento en el clero, existían sacerdotes con diferentes ideologías. Sin embargo, ante la problemática planteada en enero de 1976, la mayoría tuvo una respuesta solidaria ante la solicitud obrera de utilización de los templos. El clero era consciente de que las iglesias eran los únicos lugares donde los trabajadores podían ejercer el prohibido derecho de reunión, algo que para la mayoría de los sacerdotes atentaba contra los derechos humanos y la doctrina eclesial vigente en aquel momento. Esta actitud les supuso ser objeto de amenazas telefónicas constantes. El Obispado, por su parte. En ningún momento denegó la posibilidad de la celebración de esas reuniones obreras en los templos. Las diferentes asambleas fueron seguidas muy de cerca por párrocos y clero interesados en su contenido.

«El día 3 de marzo hubo un intento por parte de algunos sacerdotes, de forzar la intervención del obispo frente al desalojo que se pretendía realizar en la iglesia de San Francisco. Llamadas telefónicas desde la sacristía parecieron obtener una negativa al desalojo, pero la falta de una acción concreta, como la propia aparición del prelado en la iglesia, acabaron por mostrar una indeterminación que acabaría pasándole factura en los abucheos que recibió en el funeral. El Obispado emitió una nota pública el día 4 de marzo en la que decía que «ante la comunicación recibida de la autoridad civil en el sentido de que ante la gravedad de los hechos iba a hacer uso del vigente Concordato que le faculta en casos de urgencia para entrar en los lugares sagrados, el ilustrísimo señor vicario general transmitió inmediatamente esta decisión gubernamental a los reverendos señores curas párrocos afectados. Esperamos que todos entiendan que ante la complejidad de los hechos y problemas que se han ido planteando este Obispado haya observado un prudente silencio, confiando en la cordura y espíritu de justicia de todos y especialmente en el buen sentido demostrado por los sacerdotes más directamente en contacto con la realidad vivida».

Se desconoce si hubo algún tipo de presión desde alguna instancia al obispo, o simplemente, como parece, las FOP. Decidieron pasar por alto la autorización eclesial para intervenir. Hay que recordar que el Concordato permitía la intervención policial sin consentimiento en caso de darse una situación de enorme gravedad. Esta cláusula facultaba en la práctica a la policía para intervenir cuando quisiera, ya que siempre podía argumentar que la acción había sido motivada ante una situación de extrema gravedad. En cualquier caso, no parece que la actuación respetara el Concordato, y más bien se trató de una interpretación interesada del mismo. Sobre todo, si se tiene en cuenta que el párroco de la iglesia de San Francisco se había opuesto a la disolución de la reunión, al entender que no existía motivo para ello. La nota pública del Obispado no despejaba muchas dudas, y ante las críticas recibidas tuvo que que publicar una nueva aclaración en la que se decía que «nos vemos precisados a aclarar que en ningún momento se autorizó desalojar el templo de San Francisco. Fue una decisión tomada por la autoridad gubernativa, amparada en el Concordato que fue comunicada al Obispado y éste se apresuró a transmitir a los señores párrocos afectados. Quedaba claro que la decisión de desalojo había sido adoptada unilateralmente por la autoridad civil, que se limitó a comunicar su actuación, al entender que no necesitaba el permiso eclesial. Lejos de obstaculizar la acción, el Obispado se limitó, según sus palabras a comunicar la decisión a los párrocos. La jerarquía eclesial alavesa trataba de quitarse la responsabilidad sin agredir al poder civil, ya que se reconocía que la acción estaba amparada por el Concordato.

Los sacerdotes indignados por lo acontecido, se reunieron en el Obispado en la tarde del día 3 y durante el día 4 de marzo. De allí salió la homilía original que luego fue censurada por el prelado. A pesar de ello, las palabras leídas por Esteban Alonso (párroco de San Francisco) en la catedral, fueron duramente criticadas por la policía. Incluso se censuró la actitud del obispo de Vitoria, monseñor Peralta. A pesar de ello, no se registró ningún tipo de depuración en el seno de la iglesia vitoriana».

Las dos posturas de la iglesia

Tras los luctuosos acontecimientos aparecieron públicamente dos comunicados que resumían a la perfección las dos posturas mantenidas en el seno de la iglesia. Por un lado aparece la «Declaración de un grupo de sacerdotes vitorianos». En este comunicado , el sector del clero más próximo a las tesis gubernamentales y policiales ataca al colectivo eclesial que se mantuvo al lado de los huelguistas, acusándoles de manipulación informativa y calificándoles de 'clero desafecto al obispo'. El texto es un encendido discurso a favor de las F.O.P., el Gobierno y las reivindicaciones obreras alejadas del radicalismo. En el lugar opuesto se sitúa la 'Declaración de sacerdotes vascos', salida de una reunión de sacerdotes del País Vasco y Navarra celebrada en el seminario de Vitoria Este comunicado era una crítica feroz al sistema capitalista del Gobierno, defendiendo en todo momento la legitimidad de la protesta acontecida en la capital alavesa y condenando la actuación policial. En uno de los últimos puntos se hace mención expresa a que la contundencia represiva había estado determinada por la localización de los hechos en el País Vasco. La Policía se hizo eco del comunicado atacando a este sector nacionalista.

Contra lo afirmado por la Policía, señala Carlos Carnicero, parece ser que el sentimiento nacionalista no tuvo prácticamente nada que ver con lo acontecido en Vitoria. Las masas de obreros eran mayoritariamente inmigrantes (cuatro de los cinco asesinados habían nacido fuera de Vitoria), no estando entre ellos apenas presente, en aquel momento, el sentimiento nacional vasco. Planteamientos de tipo separatista o a favor de la lucha nacional no se dieron en ningún caso, llegándose incluso a marginar las reivindicaciones pro-amnistía habituales en las provincias obreras de las provincias vascas del norte. Por lo que se refiere al clero de los barrios obreros de Vitoria, la ideología era bastante variada no encontrándose un planteamiento hegemónico nacionalista. Sí que es cierto que las afirmaciones de la 'Declaración de sacerdotes vascos' parecen mostrar un cierto sesgo nacionalista, pero se trataba de un análisis hecho a posteriori que reflejaba una opinión más.

Hasta aquí el trabajo realizado por Carlos Carnicero que he seguido textualmente.

Las correcciones de monseñor Peralta

El periodista Vicente Luis García Txenti ha editado la famosa homilia del 3 de marzo leída en la catedral nueva. Vamos a reproducir por su valor histórico y testimonial el texto íntegro de la versión original de la homilía que, un grupo de sacerdotes, consensuaron, presentaron al obispo, y tras la supresión por parte de monseñor Peralta de algunos párrafos, fue leída en el funeral celebrado en la Catedral Nueva por Esteban Alonso, párroco de San Francisco en ese momento. Se recoge en el libro «Vitoria. De la huelga a la matanza». (Con comilla simple los párrafos suprimidos por monseñor Peralta).

«Una violencia ciega ha arrojado el peso de un dolor 'insoportable' sobre unas familias de Vitoria y sobre este pueblo nuestro: las familias de Pedro María, obrero de Forjas Alavesas; de Romualdo, obrero de Agrator; y de Francisco, obrero de Panificadora Vitoriana, muertos 'insensatamente sobre nuestras calles'. Violencia también, sobre este pueblo nuestro, incapaz de comprender por qué nos han sido arrebatados y que quisiera acercarse a sus familiares para compartir tan gran sufrimiento y para mostrarles, en esta tragedia sin sentido, su propia dolorida compasión, esta compasión de que solo el pueblo es capaz.

No quisiéramos tocar, siquiera, ese dolor con palabras de falso consuelo, palabras que serían una verdadera profanación. Pero el dolor que se expresa, sobre todo, en el silencio, debe encontrar también una voz que lo muestre y lo grite para que se sepa que las cosas ya no son como antes de estos hechos y para que las cosas no sean nunca jamás, para ningún otro, lo que ahora han sido y son para nosotros.

Y entre las demás voces del pueblo no queremos que falte la nuestra, la de la Iglesia de Cristo, que vive en este pueblo, que con él llora y que en él quiere ser, hoy y cada vez más, trabajadora de la paz, constructora de la justicia, en la búsqueda de la libertad. Todo ello en el amor de este pueblo del que nos sentimos también parte.

1.- Aunque no fuera más que, porque dos de los que han muerto, 'han sido prácticamente muertos' en uno de nuestros templos, tendríamos que decir, no con odio, pero si con clara firmeza, una palabra de condena.

Habíamos abierto las puertas de este templo, como las de otros, al pueblo que lo necesitaba, para comunicarse a diario sus trabajos, sus luchas y sus angustias; que se reunían en ellos para crecer en unión y servir cada día con más fuerzas al ideal, que es el nuestro, de la creación de un mundo justo y fraternal. Y el pueblo ha aceptado nuestra buena voluntad y ha encontrado en nuestras iglesias, junto con nuestra acogida, un lugar, que, por ser de Dios, es de todos y para todos, una especie de casa común y de refugio al que acudir con todo derecho.

Pero este carácter de refugio, capaz de amparar en el pasado hasta la vida de 'auténticos criminales', no ha sido ahora suficiente para garantizar las vidas de estos hombres. Y no eran criminales, y no estaban perturbando la paz pública, ni siquiera faltaban al respeto debido a nuestro templo 'porque somos testigos y debemos proclamarlo de la plena corrección de su comportamiento'.

¿En virtud de qué derecho y en nombre de qué justa finalidad puede nadie y menos quienes se arrogan para sí la misión de defender el orden y la justicia, penetrar violentamente, sin consentimiento de nuestro obispo, en uno de nuestros templos y disgregar por la fuerza la ordenada reunión que en él se celebraba? ¿Con qué derecho pudieron hacer uso en la iglesia, contra toda razón y necesidad, de unos medios que, si hubieran de ser alguna vez empleados, ciertamente no pueden serlo de la forma en que lo fueron, de una forma indiscriminada, contra una multitud de personas pacíficas, de toda edad y condición, como es la que llenaba nuestro templo?

¿Es que ni siquiera en las iglesias va a poder encontrar el pueblo un refugio y un amparo contra la violencia brutal? No lo encontraron para sus vidas aquellos cuyas muertes son la causa de nuestro dolor y de nuestra angustia.

La actuación de las fuerzas de la policía que causaron tales muertos, constituye así, y en un grado que resulta hasta impensable, una verdadera profanación de uno de nuestros templos, de la que son responsables tanto los individuos que la perpetraron, cuanto, y más, aquellos que con su autoridad la ordenaron o consintieron.

2.- Pero no es la profanación de un recinto de cemento y de hierro, aunque sagrado, lo que ahora nos duele. Es la profanación de algo más sagrado, como es el sagrado derecho de la vida, de lo que para un discípulo de Cristo es lo más sagrado: un hombre, unos hombres. Todo ello nos obliga a pronunciar, tampoco con odio, pero con mayor firmeza, palabras de absoluta condena que hoy siente todo hombre digno de tal nombre, todo aquel que no haya llegado, movido por un odio fratricida, a ser lobo bestial para su hermano.

No es lícito matar, no es lícito matar así. Lo dijo Dios: No matarás. Y esta palabra, palabra sagrada de nuestro Dios, ha sido cruelmente profanada en las muertes absurdas de estos hermanos nuestros.

'No hay derecho a matar, no hay derecho a matar así'. Las muertes que hoy angustiosamente nos conmueven queremos decirlo con toda claridad son absolutamente injustificadas y han de ser entendidas, por lo tanto, en su verdadera condición de homicidios. Porque no existe para ellas ninguna excusa. Quizá alguno encuentre, para sus autores materiales, atenuantes; pero para ellas nadie, nadie podrá encontrar justificación.

- 'No hay justificación en la ley, que a nadie permite, en ningún caso, el tomarse la justicia por su mano, ni menos esa terrible justicia de la pena de muerte, buscada u obligatoriamente previsible en un tiroteo a mansalva o discreción. Los que se dicen guardianes de la ley han resultado, en este caso, sus más graves violadores.

- No hay justificación en una pretendida legítima defensa; cuando la fuerza ha utilizado medios mortíferos, en una abundancia absurda, de forma absolutamente irracional y sin ningún previo aviso, contra una multitud indefensa que había evitado toda forma toda forma de provocación.

- No hay, por último, justificación, en nombre de la defensa del orden público, el cual, por el contrario, resulta lesionado y gravemente quebrantado por el empleo injustificado de una violencia extrema, y más si esta proviene de los obligados a custodiarla'.

- (1) Estos tres párrafos señalados fueron suprimidos por el obispo y en su lugar se dijo: todo lo que se había hecho no tenía justificación ante la ley, ni en una pretendida legítima defensa, ni como justificación de la defensa del orden público

En nombre pues de nuestra ley cristiana y en nombre de la más elemental justicia, debemos proclamar y proclamamos, no con odio, y sí con consternación, la gravedad del atentado cometido contra el pueblo en las personas que ya son sus mártires.

3.- Estas muertes, por tanto, están reclamando, lo exigen imperativamente el ejercicio de la justicia para castigo legal de sus autores y reparación de los daños con ellas causados, si bien la muerte misma solo en Dios, que es vida eterna nuestra, puede obtener reparación.

- 'Por ello emplazamos desde ahora a la justicia para que se inicie la investigación de los hechos, se proceda a la identificación de sus autores, se determinen las responsabilidades ahí involucradas y se proceda a la detención de los culpables.

Solo una rápida, clara y eficaz intervención podrá hacernos esperar en un futuro en el que se impere, sobre todo, la fuerza de la ley y no la ley de la fuerza de unos pocos.

En esta tarea se impone ante todo, una rigurosa clarificación de los hechos. Solo así se evitará la ocultación, tergiversación y manipulación de la verdad, tanto en las fuentes oficiales de de información como en los medios de difusión. Y solo la verdad hará inocentes o culpables. A tal fin, y sin pretender suplantar competencias ajenas, el equipo que, ya desde el comienzo de los conflictos, presta un servicio de información y orientación, se brinda, una vez más, a cuantos quieran suministrar todos aquellos datos que permitan elaborar una versión fidedigna de los hechos. Creemos que este servicio a la verdad es un servicio que nuestra iglesia puede prestar al pueblo en estos momentos'.

4.- No tenemos palabras de consuelo para los que tenéis el corazón particularmente dolorido y desolado con las muertes absurdas de los vuestros.

Quisiéramos que esta tragedia que os aflige no hubiera sucedido; queremos que no pueda repetirse para otras familias de nuestro pueblo. Vuestro especial dolor pudo haber sido las balas son ciegas el dolor particular de cualquiera de las familias de los que con los vuestros estaban en la iglesia de San Francisco de Asís. Nada de esto disminuye, sin embargo, vuestra pena; no tenemos palabras de consuelo.

Pero quisiéramos tener una palabra de misericordia en nombre de Jesucristo que es la misericordia de Dios para los hombres, una misericordia que quiere manifestarse en nuestra plegaria común, en nuestro propósito de ayuda, si la necesitáis y en nuestro entrañable acercamiento.

Y en nombre de Jesús, de aquel Jesús que murió perdonando a los que injustamente le sacrificaron, nos atrevemos a pediros la misericordia de vuestro perdón para los que os lo han arrebatado. Este Jesús que en la Cruz cumplió lo que nos mandara: Amad a vuestros enemigos Os ayude a decir con Él: Padre, ¡perdónales!, para que nuestra vida no se haga estéril en el odio sino fecunda en el perdón.

También esa misericordia, de la que somos humildes mensajeros, se la ofrecemos a quienes, considerándose cristianos, han sido los autores, en cualquier forma o grado, de esas muertes; les exhortamos vehementemente y les suplicamos, en nombre de Jesucristo, a que, si se sienten capaces, soliciten de Dios el perdón de su pecado y el perdón de aquellos a quienes han causado tanto daño. Sin esto no sería posible el perdón de Dios.»

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elcorreo El papel de la Iglesia en el 3 de marzo de 1976

El papel de la Iglesia en el 3 de marzo de 1976