La mala lengua de Maroto
El alcalde de Vitoria iza la bandera de la “integración” y se la jura a los magrebíes por defraudadores, todo en el mismo día
Icíar Ochoa de Olano
Viernes, 18 de julio 2014, 01:34
Por si algún ciudadano no se ha enterado, ya estamos de campaña electoral. A falta de trescientos y pico días para que evacuemos o confirmemos a los gestores de Vitoria y de Álava, Javier Maroto ha sacado el banderín de salida. Banderón, para ser exactos. Lo ha clavado entre el Parlamento y la catedral nueva, al estilo de la plaza Colón de Madrid, para que las aspas rojas de San Andrés sobre fondo blanco ondeen solemnes y majestuosas en un lugar visible y concurrido, e insufle orgullo vitoriano y subliminal al mayor número posible de votantes. 'Qué bonito es mi pueblo y qué bien lo hace el señor alcalde', quiere que repique en sus subconscientes.
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La maniobra de persuasión política a través de un trozo de tela se despliega, explica el Gabinete Maroto, como un símbolo de unidad e integración. La iniciativa, tan mañosa como inofensiva, no tendría más trascendencia si no fuera porque el mismo día en que se anunciaba, el presunto enfant terrible del PP, por antinuclear y por antifracking, el arquitecto de la Green Marketing Capital, el paladín de la integración social arrojaba de nuevo a los leones a los inmigrantes. Esta vez, antes de poner el pulgar hacia abajo, el clemente dirigente indultaba a latinoamericanos, rumanos u orientales para cebarse con los magrebíes por ser los que más y mejor viven de la soba boba. 'A por ellos, oé, oé, oé', vuelve a sonar la melodía de fondo.
Más flamenco que Miguel Poveda, el alcalde Maroto defiende, y puede que con toda la razón, que el sistema de prestaciones sociales tiene más agujeros que un queso Gruyère. Por ello, se propone, en calidad de parlamentario, presentar una moción ante el Legislativo vasco el próximo mes de septiembre para cambiarlo y poner las cosas más difíciles a caraduras, polizones, maquiavelos, inmorales, vagos y estafadores sin pedigrí. Imposible no aplaudir la propuesta en pro de una transparencia que, por cierto, los políticos españoles rehuyen para sí.
Mientras medita los términos de su propuesta, sería deseable, eso sí, que en lo posible guardara silencio al respecto. La xenofobia, ya sea por una penosa convicción personal o por una ramplona cuestión de oportunismo electoral, siempre acaba asomando a su boca. Y no deja de ser un paradoja grotesta que alguien que ha sido víctima de la intolerancia, como el dirigente populista, se acabe convirtiendo en verdugo.
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