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Un momento de la danza por Verges.
Una semana santa... de miedo

¡Que bailen los muertos!

Verges, en Gerona, ha conservado un ritual de Jueves Santo en el que unos esqueletos danzantes nos recuerdan nuestro destino: "A nadie perdono", avisa la guadaña

CARLOS BENITO

Jueves, 28 de marzo 2013, 12:16

La Semana Santa está repleta de tradiciones antiquísimas que siguen sobrecogiendo a los espectadores del siglo XXI. Nuestro entorno poco tiene que ver con las circunstancias en las que nacieron esos desfiles y procesiones, un tiempo en el que la sociedad estaba sometida a menos estímulos y era más impresionable, pero las manifestaciones de dolor de estos días conservan una evidente capacidad de impacto: los capirotes, las imágenes sufrientes de los pasos, las velas, los tambores, las cornetas o las diversas disciplinas de penitencia crean en el espectador una sobrecarga sensorial orientada hacia lo lúgubre, con la muerte de Cristo como tema y la muerte propia como trasfondo. Una de las representaciones más extraordinarias de la Semana Santa tiene lugar en Verges, un pueblo de Gerona situado en el Baix Empordà. Allí ha sobrevivido la Danza de la Muerte, una joya de origen medieval que nos recuerda que algún día, quizá hoy mismo, va a llegarnos nuestra hora.

La danza se celebra en Jueves Santo por las calles de la localidad, con un precioso núcleo medieval, y sus protagonistas son varios vecinos vestidos de esqueletos. Los personajes principales son los cinco bailarines, colocados en forma de cruz y provistos de varios objetos simbólicos. El de delante esgrime una guadaña y la sacude rítmicamente, como segando vidas con presteza e indiferencia. En el mango de la herramienta, una inscripción dice nemini parco, a nadie perdono. El esqueleto del centro de la cruz ondea una bandera negra con una calavera, dos tibias y otro mensaje, este en catalán: Lo temps és breu, el tiempo es breve. A los lados, a modo de travesaños, dos figuras infantiles portan cuencos con ceniza. Y, cerrando la siniestra formación, otro niño un poco mayor muestra a los espectadores un reloj sin agujas, en el que va señalando horas con el dedo, a su capricho: es la muerte quien decide cuándo va a tener su cita con nosotros. Detrás desfilan otros cinco espectros, tres adultos y dos niños ataviados con túnicas negras y máscaras de calavera. Uno marca el ritmo con un tambor y los demás iluminan el baile macabro con sus antorchas de petróleo.

La danza solo ha salido en cuatro ocasiones de Verges. En los años 50, se representó dos veces en Madrid (una de ellas, en el estadio Santiago Bernabéu), y en 1992 hubo otras dos actuaciones fuera del pueblo, en la catedral de Gerona y de nuevo en Madrid. Pero sus organizadores ya han avisado de que no contemplan realizar más bolos, así que la única manera de contemplar esta reliquia de otro tiempo es desplazarse a la localidad gerundense. La imagen de los aparecidos bailando por la calle de los Caracoles, con pequeños saltos casi espasmódicos, deja un recuerdo difícil de borrar. Al final, por supuesto, llega la moraleja, el mensaje cristiano que busca transformar el pavor ante los esqueletos en temor de Dios: las espeluznantes figuras interrumpen su danza y se postran ante el altar de la iglesia, para dejar clara la idea de que solo el todopoderoso humilla a la muerte.

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